BRUSELAS, Bélgica (Agencias y diarios digitales). La Unión Europea (UE) tomó como una afrenta la decisión del pueblo suizo de poner coto a la inmigración comunitaria. Diplomáticos y funcionarios europeos revisan a toda prisa las consecuencias de una decisión que quiebra el estrecho vínculo mantenido hasta ahora entre ambos territorios. Acabar con la libre circulación de personas implica también la pérdida de otros derechos, entre ellos la privilegiada relación comercial que existe con Suiza. “No podemos aceptar esas restricciones en los movimientos sin que tengan impacto en el resto de acuerdos que tenemos firmados”, aseguró la portavoz de la Comisión Europea. Uno de cada tres francos de riqueza suiza proviene de sus intercambios con la UE.La confederación helvética es el Estado con el que la UE guarda una relación más estrecha, con 120 acuerdos bilaterales. Participa en las becas Erasmus, en los programas de investigación, en el espacio Schengen de libre circulación y en la información estadística de Eurostat. Todo eso puede ahora verse afectado por la crisis política que ha abierto el referéndum celebrado el domingo contra la llamada inmigración de masas. Un ajustadísimo 50,3% de la población aprobó introducir cuotas a la entrada de europeos y renegociar los acuerdos bilaterales entre ambos bloques.Con ese escenario en mente, los Estados miembros evidenciaron ayer su malestar contra la iniciativa popular suiza. Uno de los más rotundos fue el ministro alemán de Exteriores, Frank-Walter Steinmeier: “Si Suiza se aprovecha de los beneficios, también tiene que aceptar los aspectos negativos (de su relación con la UE)”. La comunidad de trabajadores extranjeros más numerosa en Suiza está compuesta por alemanes, que se sienten concernidos por la decisión.También el ministro francés de Exteriores, Laurent Fabius, lo consideró “un voto preocupante y paradójico porque implica el repliegue de un país que realiza el 60% de su comercio exterior con la Unión Europea”. Los ministros de Exteriores, reunidos en Bruselas, realizaron ayer un primer análisis de este giro suizo a su política migratoria. Pese a las palabras de rechazo vertidas, en última instancia el referéndum del país vecino enfrenta a Europa con sus propias contradicciones. Porque la iniciativa sometida a referéndum es similar a las propuestas informales que ha lanzado Reino Unido para imponer cuotas a los propios ciudadanos comunitarios y se nutre de la creciente ola xenófoba y euroescéptica que recorre el continente. Prueba de ello fue la reacción de Marine Le Pen, líder del ultraderechista francés Frente Nacional, que saludó “la lucidez del pueblo suizo para luchar contra la inmigración masiva”, y aventuró que si los franceses fueran consultados sobre la cuestión, “votarían masivamente a favor”. Nigel Farage, del populista británico UKIP, lo consideró “una maravillosa noticia” y el holandés de extrema derecha Geert Wilders concluyó: “Eso que pueden hacer los suizos lo podemos hacer también nosotros”.La realidad, sin embargo, es mucho más compleja. Todos los estudios demuestran que la libre circulación ha beneficiado enormemente a Suiza, un Estado de ocho millones de habitantes -el 23% de ellos, extranjeros- cuya economía estaba ralentizada en los 90 y comenzó a crecer con fuerza con la desaparición de fronteras para los europeos en 2002. Las empresas del país necesitan mano de obra del exterior -en gran medida cualificada- para atender sus necesidades de innovación. Más de la mitad de los extranjeros en Suiza tienen un título universitario. Con este trasfondo, a Bruselas le cuesta creer que los ciudadanos de ese país hayan optado por renunciar a toda la relación bilateral. “No creo que en el debate que ha habido en Suiza se hayan expuesto bien todas las consecuencias que implica esa decisión”, subraya un alto cargo europeo.





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