POSADAS. “El compositor y guitarrista salteño Eduardo Falú, figura indispensable de la música popular, falleció en su domicilio, informó Antonio Rodríguez Villar, presidente de la Academia Nacional del Folklore. Falú, de 90 años, es el autor de obras fundamentales del repertorio folklórico como la La tonada del viejo amor y Zamba de la Candelaria”Así encabezaba ayer EL TRIBUNO de Salta la página donde anunciaba la muerte de uno de los más grandes guitarristas de los últimos tiempos. Murió Eduardo Yamil Falú, no es fácil decirlo y menos escribirlo sin que se empañen los cristales de los lentes, sin humedecer el rostro con lágrimas que son parecidas a las que puede vertir un apasionado melómano al escuchar la Suite Argentina de Carlos Guastavino interpretada por él, o Preludio y danza de su autoría, o la Zamba de la Candelaria, La Nochera o la inmortal Tonada del viejo amor y tal vez el Romance de Juan Lavalle con letras de Sábato.Magistral intérprete, soberbio compositor, Falú fue quien vistió de gala y de esmoquin al folklore argentino paseándolo por el Carnegie Hall, la Ópera de Viena, la de Milán, conciertos en Alemania, Moscú y por varios de los palacios y cortes de la nobleza europea incluido el de Londres. Sin embargo, el autor de Tabacalera, Rosa de los vientos, Canción del Jangadero, nunca dejó de ser esa simbiosis del alto ciudadano de traje y corbata con el sencillo paisano salteño de bombacha, pañuelo y sombrero. Elegante señor de casi dos metros de alto, humilde bebedor de vino tinto de Cafayate, nacido en el minúsculo El Galpón (pueblito salteño), no desdeñó nunca -a pesar de sus pergaminos y actuaciones en salas de alta jerarquía, presentarse allí o en la Fiesta de la Yerba Mate en Apóstoles. O en el escenario del Instituto Montoya con Ariel Ramírez, con la Camerata Bariloche o con el cuarteto Los Andes y Ernesto Sábato (haciendo el Romance de Juan Lavalle) e incluso, en la plaza Vicente Cidade de Garupá, acompañando la imposición del nombre “Carlos Talavera”, al escenario de la plaza. La anécdota Bajo una pertinaz llovizna; pisando el barro que se adhería a sus zapatos de charol, el maestro llegó al lugar, saludó a todos y con su voz grave, profunda dijo unas palabras en nombre de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (SADAIC), diciendo “he venido a saludar a la gente de esta tierra que tiene maestros de la música como Ricardo Ojeda, Vicente Cidade, Ramón Ayala y el recuerdo de un maestro como Lucas Braulio Areco”.Al rato, se tocó la calva cabeza y “está fría la llovizna” dijo, marchó hacia el auto y volvimos a Posadas al céntrico hotel donde se hospedaba. Pero no quiso entrar. Se sentó en las sillas de un café vecino, pidió algo y me dijo “no puedo entrar ahora, mire la alfombra, ¿sabe cómo quedaría si la piso con los zapatos llenos de barro?”. Cayó del cielo, como un ángel, un lustrabotas. Recién cuando vio su calzado limpio y brillante, dijo con satisfacción, “Ahora sí, entremos”. El, que caminó con su guitarra por las rojas alfombras de Buckingham, no quería “profanar” (así dijo), la del hotel posadeño con el barro de sus zapatos. Ayer, las letras blancas sobre el fondo rojo dijeron simplemente Murió Falú; parece poco. Sin embargo bastaron para que una inmensa multitud en todo el país viviera la sensación de haber perdido algo valioso, de haber sido abandonado por quien le brindaba una obra magnífica desde discos, CD, casetes, videos. Y no se crea que eran sólo folkloristas. Musicalmente universal, Falú ha partido y con ello ha dejado solos a todos los que lo escucharon aunque sea una vez.




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