PEKÍN, China (AFP-NA). Con dos coches, vacaciones en el extranjero y una empleada doméstica, la familia de Li Na, residente en Pekín, representa a la nueva clase media china que ahora reclama mejoras en materia de educación, calidad de los alimentos y contaminación ambiental en un país que desde hace tres décadas buscó ante todo el crecimiento desenfrenado.Li Na, de 42 años, proveedora del zoo de la capital, casada con Chi Shubo, de 48, empleado en una empresa estatal de inversiones, ha asistido a la vertiginosa transformación de su vida desde que llegó a Pekín hace veinte años procedente de Shandong, una provincia costera.Entonces pedaleaba durante horas desde un dormitorio compartido para visitar a su marido en su lugar de trabajo. Ahora se traslada en un vehículo estadounidense y se van de vacaciones con su hija de once años a Japón, Corea del Sur o Estados Unidos.Decenas de millones de otros compatriotas han experimentado una transformación similar. Pero sus preocupaciones sobre la contaminación del aire, la seguridad alimentaria y el sistema educativo muestran los desafíos que aguardan a los nuevos líderes, que han prometido cambiar el modelo actual, de crecimiento a cualquier precio.Cada año, Li y su marido se fijan nuevos objetivos para mejorar sus vidas. “Siempre tenemos un proyecto”, dice la mujer. “Por ejemplo, este año puedo querer una nueva cámara y mi marido me ayuda a que se haga realidad”.El apartamento familiar de cuatro cuartos en un suburbio de Pekín ha sido la compra más importante de sus vidas. “Hemos luchado la mitad de nuestras vidas para conseguirlo”, dice Li, ante un desayuno de huevos fritos y panceta.Reflejo de su cómoda vida en el suburbio, su hija Nancy, un nombre de pila inglés, está repanchingada en un amplio sofá frente a un gigantesco televisor de pantalla plana Sony, acariciando al lanudo perro marrón familiar.Li dice que su máxima prioridad es la educación de Nancy. No es día de colegio, pero la alarma de su iPhone suena en señal de que es la hora de la primera clase de la chica.Conduce su Chevrolet Epica entre bosques de bloques de apartamentos idénticos hasta el Palacio de la Juventud Haidian, una reliquia de la China de la era maoísta que ofrece clases para fomentar la creatividad de los niños.Los fines de semana, Nancy tiene clases de caligrafía tradicional china y clases de badmigton con un “profesor privado”, cuenta Li. El año pasado, la joven cambió el aprendizaje de piano por un nuevo instrumento, la ocarina, una pequeña flauta de la América prehispánica.Nancy tiene tres o cuatro horas de tiempo libre al día los fines de semana y dice Li que trata de que se mantenga dentro del sistema educativo, altamente competitivo.La abundancia de graduados a causa de la expansión del sistema universitario ha hecho que el desempleo de titulados sea mayor que el de la población general, lo que hace que entrar en los mejores colegios sea más importante que nunca.Ingresar a una de las grandes escuelas no siempre es una cuestión de capacidad, dice Li, que recuerda que a veces se deben hacer donaciones económicas.“Algunas veces los padres tienen que hacer un trabajo extra, dar sobres e incluso así el éxito puede depender de tus contactos”, asegura.Este año se presentan algunos problemas adicionales. Cuando la contaminación cubrió el norte de China y llegó a altísimos niveles en la capital, Nancy tuvo que aprender un nuevo concepto, el PM 2.5, nombre que se le da a las partículas invisibles que pueden dañar los pulmones de los niños.Del bolsillo del respaldo del asiento de su madre saca una mascarilla. “Mi madre me obliga a ponérmela cada día de enero y febrero porque el PM 2.5 es muy malo”, dice.A la hora del almuerzo, la familia se reúne en el restaurante de una cadena para deglutir platos de cerdo estofado, tofu picante y pasteles rellenos con pasta de frijoles. Pero comer fuera se ha convertido también en un peligro.Tras años de escándalos de alimentos envenenados -desde la leche en mal estado a los aceites usados de dudosa procedencia procesados y vendidos como nuevos, pasando por carne de rata etiquetada como cordero- la familia está muy preocupada por lo que se come en los restaurantes de Pekín.“Trato de asegurarme de que mi hija coma lo menos posible fuera de casa”, dice Li.Para la cena, Nancy corre a la puerta para abrazar a su padre, mientras la empleada cocina decenas de ravioli rellenos de marisco.Li Na saca una botella de vino australiano de un armario, antes de decidirse por un tinto neozelandés.La preocupación por la calidad de los alimentos hace que elijan sus alimentos cuidadosamente, preferiblemente de granjas cercanas a la ciudad natal de Li, explica, antes de agregar que “hay corrupción en la industria, lo que empeora el problema”.La familia se ha beneficiado ampliamente de décadas de un rápido crecimiento económico, pero Li espera más del nuevo equipo dirigente de China, que asumió oficialmente el poder en marzo.“La gente corriente está perdiendo la fe en el gobierno porque los problemas se han ido acumulando durante mucho tiempo”, dice.“No creo que su principal objetivo deba ser mejorar la economía (…) sino mejorar la calidad de vida, para no tener que comer aceite de los desagües ni preocuparnos por la leche”, afirma.




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