POSADAS. Blanca (3), Nicole (5) y Alejandro (7) corretean alrededor de su padre, en la salida de la salita de primeros auxilios. Juan Edgardo Vergara tiene 35 años, es empleado municipal y trabaja en el Jardín Botánico. También es malabarista: como muchos en el A-4, hace piruetas todos los días para “parar la olla” y sostener la sonrisa de sus hijos.Alejandro Almada es un poco más joven. Tiene 28, pero los mismos rasgos que su vecino. Son las marcas que le quedan de pelearle todos los días a la vida desde el almacén que abrió en el frente de su casa. El mostrador mediante el que atiende es su espejo: la gente viene contando las monedas, con la plata justa para llegar a fin de mes. Ni un peso más, ni un peso menos.Los dos tienen en común el barrio y la calle. También la sencillez propia del laburante sufrido, y esa humildad que nada tiene que ver con cuánto se tiene. Hasta ayer también compartían el anonimato, pero otra virtud en común lanzó sus nombres a la opinión pública.A puro coraje, Juan y Alejandro se ganaron ayer por la mañana un lugar en el pedestal del barrio después de rescatar de entre las llamas a tres niños que habían quedado atrapados en un voraz incendio.Como la madre de los pequeños había salido y los dejó bajo candado, junto al resto de los vecinos debieron, literalmente, romper la pared, armarse de valor e ingresar por el “boquete” para consumar el rescate.Dos de los niños, de tres y cinco años, sufrieron principio de asfixia, pero se encontraban fuera de peligro. El otro, de casi un año, lamentablemente padeció quemaduras en el 90% del cuerpo y anoche peleaba por su vida después de haber soportado al menos dos paros cardiorrespiratorios.La madre de los menores, que casi fue linchada por los vecinos al llegar a la escena, fue rescatada por la Policía y quedó demorada en la comisaría seccional Undécima, a disposición de la Justicia.En el infiernoDurante el mediodía de ayer, horas después del hecho, PRIMERA EDICIÓN llegó hasta la manzana 225 del complejo habitacional A-4 -en el sur de la capital provincial- en busca de los “héroes anónimos” que arriesgaron su vida por los pequeños.Alejandro fue el primero en hablar con este diario, que lo encontró -como no podía ser de otra manera- detrás del mostrador de la despensa que atiende a cincuenta metros de la casa 24, donde se desató el incendio.“Estaba en el negocio y vi el movimiento de los vecinos. Cuando salí vimos que se estaba incendiando la casa de la esquina. Ahí corrimos a ver qué pasaba y escuchamos el llanto de los chicos, que habían quedado atrapados”, recordó.Eran cerca de las 9.15 de ayer y enfrente del local de Alejandro, en la casa de la familia Vergara, las corridas también llamaron la atención. “Yo estaba en la cama, engripado como estoy, y mi señora me avisó que salía mucho humo de la casa de la esquina, y que había chicos adentro”, contó Juan, que vive en A-4 desde hace diez años.Los dos protagonistas de esta historia confluyeron en la casa de la esquina y junto al resto de los vecinos confirmaron la peor de las noticias: estaba cerrada con un candado y desde el interior el llanto desesperado de las tres criaturas quebraba el alma.“No quedó otra que entrar”, analizó, en frío, Alejandro. En realidad podían haber evitado el riesgo y dejar que las cosas “pasaran”. Pero jamás se les cruzó por la cabeza. Y esa milésima de segundo en la que el cerebro le dice al cuerpo que actúe marcó la diferencia.Almada, Vergara y el resto de los vecinos tomaron entonces una suerte de pesa y comenzaron a golpear con fuerza una de las paredes, hasta lograr abrir un agujero de dos metros de ancho por uno de alto.El primero en abrirse paso en el infierno fue Alejandro. “Se estaba cayendo el cielorraso. Ahí me quemé las manos, los brazos y el cuello. Había mucho humo y no se veía nada. Encima, en la puerta de la pieza había un placard que se estaba incendiando”, recordó el muchacho devenido en héroe, que así, a ciegas, pudo hallar a Jonathan (5) y Brian (3), y sacarlos afuera.De todas maneras, el despensero seguía intranquilo. Había oído más llantos y, pese a que intentó, no pudo encontrar a la otra criatura. Entonces entró en acción Vergara.“Entré y escuché los llantos, pero había mucho fuego y no podía encontrarlo”, revivió una vez más la experiencia el municipal, que minutos después sintió como un frío le helaba cada célula del cuerpo: los llantos se habían acabado y desde adentro ya no había más señales de vida.Juan Edgardo volvió entonces a armarse de valor y regresó a las entrañas de humo y fuego. “Pensaba en la criatura, tan inocente, y, a la vez, en mis hijos. Entré de vuelta y otra vez empecé a buscarlo”, dibujó Vergara sobre los miles de pensamientos que le cruzaban en ese momento en la cabeza.El esfuerzo no fue en vano. Debajo de una mesada, rodeado por las llamas y en estado de inconsciencia estaba Maximiliano, de poco menos de un año. Juan, que asegura que se asustó porque nunca vio a una criatura “con esa cantidad de quemaduras” salió con el bebé en brazos y corrió en dirección al CAPS 23 de A-4. En el camino se subió a la motocicleta de uno de sus vecinos y juntos recorrieron los metros que quedaban.Hasta allí también fueron llevados por Alejandro y Florencia, su señora, Jonathan (5) y Brian (3). Los dos sufrieron principio de asfixia y algunas quemaduras, pero estaban fuera de peligro. Su hermanito, en cambio, sufrió quemaduras en el 90% del cuerpo que le produjeron dos paros cardiorrespiratorios. Su estado era desesperante y los médicos del Hospital de Pediatría aguardaban anoche por un milagro que le permita recuperarse.La madre de los tres pequeños llegó una vez iniciado el fuego y casi fue linchada por los vecinos, que la acusaron de dejar abandonadas a las criaturas. La joven de 21 años fue rescatada por la Policía y quedó demorada, a disposición del Juzgado de Instrucción 2 de Posadas, a cargo del magistrado César Yaya.Alejandro aseguró que recién se dio cuenta de lo que había sucedido cuando estaba en la salita de primeros auxilios del barrio, mientras le curaban las quemaduras: “Uno no piensa; va y hace. Yo entré porque escuché que lloraban y pensé en mis hijos. Después, en la salita, me agarró una sensación rara, como que ‘caí’ recién ahí”.Los dos vecinos, además de com
partir el heroísmo, seguían preocupados ayer por el estado de salud de Maximiliano. No sólo en eso vuelven a coincidir, sino también en la respuesta sobre si se consideran o no héroes. “No, yo sólo quise ayudar”, confesó Juan. “No, fuimos todos los vecinos”, completó Alejandro. Ambos podrían ser considerados “héroes de película”, pero son simplemente hombres comunes que se animaron. Y eso, en realidad, es mucho más.





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