POSADAS. Sofía (28), es oriunda de la comunidad mbya Urundayty, de Profundidad, pero hace ya varios días se encuentra deambulando por las calles de Posadas ofreciendo artesanías y orquídeas a los transeúntes. Junto a su cuñada, se sienta en la vereda del comercio textil frente a la plaza 9 de Julio. Por las noches se refugia junto a sus hijos y otras familias bajo un árbol del bulevar de la avenida Mitre y Colón. En la ciudad como en la aldea, los niños están expuestos al sol, la lluvia y el frío. Lucas, el hijo menor de Sofía, tiene un año. “Es albino como su abuela”, dijo la madre a PRIMERA EDICIÓN. El pequeño pesa sólo ocho kilos y se encontraba con diarrea. Hasta el martes, ni él ni su primito Wilson -que cumplirá un año el 9- tenían pañales ni pantalón. No obstante, algunas prendas de abrigo y pañales fueron provistos por algunos vecinos. Por ayuda estatal, sólo cuentan con un vale de 300 pesos para comprar alimentos. ¿Invisibles?La presencia de madres y niños mbya en calles y plazas de Posadas ya no sorprende ni es novedad. Pero lo que a ojos de gran parte de la ciudadanía puede pasar por algo habitual -e incluso que “afea” la ciudad, al decir de algunos ciudadanos poco empáticos- no debería serlo para los funcionarios como los de Asuntos Guaraníes o del Ministerio de Derechos Humanos, que están a cargo de asegurar a estas familias condiciones de vida dignas en su aldea. Las huertas comunitarias bien desarrolladas podrían ser una alternativa para que generen un alimento sano. Entonces, sus visitas a Posadas serían por esparcimiento y no para mendigar.





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