POSADAS. “Esto no da para más muchachos, es ahora o nunca”. Nadie recuerda quién lanzó el ultimátum, pero todos coinciden en que esa frase fue el motor de aquel 21 de febrero al que ahora titulan con orgullo como “el día de la dignidad policial”, ni más ni menos.Aquellas jornadas de revolución pasaron a la historia como la toma del Comando Radioeléctrico, la movilización social más importante de los últimos años en Misiones, en la que por lo menos 2.500 policías salieron a la calle en reclamo de salarios justos y mejoras laborales.PRIMERA EDICIÓN reunió a cuatro de los efectivos que protagonizaron desde adentro el acuartelamiento en el edificio de Félix Bogado y Uruguay. Sus sensaciones, las expectativas por una lucha que no acabó y los secretos de aquellas horas de tensión, al descubierto a pocas horas de que se cumpla el primer aniversario.Situación insostenibleEl mate circula de mano en mano entre Roma, Vento, Porto y Morales. En realidad, no son sus apellidos, pero la entrevista se acordó de esa manera para no sufrir represalias, un argumento entendible si se tiene en cuenta que van a hablar de las horas más álgidas que vivió el actual gobierno provincial.De los cuatro, Porto es uno de los más antiguos en la fuerza, con casi 20 años de servicio. Ostenta el grado de sargento ayudante, al igual que Roma. Vento, en cambio, es cabo primero. De todos, el único oficial es Morales.Los recuerdos de aquellas agitadas horas que marcaron un antes y un después en la Policía sobrevuelan constantemente en la memoria de Porto, que hasta hoy atesoraba para sí mismo una buena parte de la historia que desembocó en la rebelión policial.“Había mucha incertidumbre en la parte económica y laboral. Te daba impotencia, porque no teníamos ni para comprar medio kilo de galleta. Así fue como un día, hablando entre nosotros, decidimos tomar una medida de fuerza, porque estábamos cansados de ser manoseados por casi todos los gobiernos. Te lo digo porque soy hijo de policía y de criatura sentí lo que es la necesidad”, recuerda todavía con bronca el uniformado.Esa reunión a la que Porto hace referencia ocurrió el domingo 19 de febrero de 2012, dos días antes de la toma, al mediodía. Fue en la cocina del Comando -lugar “mínimo” que pasaría a transformarse en histórico- y ahí se juntaron efectivos de todas las guardias que trabajaban en esa unidad operativa.“Ese día hablamos, concordamos opiniones y nos planteamos llevar a cabo una medida de fuerza. En ese momento hasta pusimos una fecha, pero la necesidad y el cansacio hizo mella en los compañeros”, revela el suboficial, que reconoce que la rebelión estaba prevista para los primeros días de marzo, pero que entonces “vinieron los compañeros, que ante la necesidad y el cansancio, nos dijeron que esto ya no daba para más”.Luego de asesorarse con un abogado, el grupo entabló diálogo con camaradas de casi todas las dependencias de Posadas. La idea cobró fuerza rápidamente, pero enseguida la novedad llegó a Jefatura y los “rebeldes” fueron citados a una reunión en la Unidad Regional I, sobre calle Félix de Azara.Martes 21 de febrero de 2012. 18 horas. Ahí estaba el puñado de policías, cara a cara con las máximas autoridades de la fuerza. Porto recuerda que en la reunión “se trataron varios temas, le planteamos varias inquietudes y hasta se contó eso de que nosotros teníamos que poner de nuestro bolsillo para, por ejemplo, comprar resmas o tinta para la impresora, cuando sabíamos que había jefes que llevaban para su casa y ‘a nuestra costilla’”.El grupo no recibió respuestas y el regreso, a pie desde la Unidad hasta el Comando, fue el más largo de todos. Cuando llegaron, cerca de la 22, los que se habían quedado informaron sobre movimientos extraños: afuera del edificio había colegas que se habían apostado para hacer “inteligencia”.“Ahí fue que volvímos a reunirnos en la cocina y alguien dijo que, si íbamos a hacer algo, debía ser ahora o nunca. En pocos minutos tomamos una decisión”, recuerdan los entrevistados. Pasadas las 22.30, una veintena de policías comenzó a cerrar las puertas desde adentro y a “tapiar” las ventanas. Como dice aquel axioma, “las revoluciones son imposibles hasta que suceden; entonces, se vuelven inevitables”. Había comenzado la histórica rebelión policial.Roma recuerda que lo primero que hicieron luego fue comenzar a modular por radio y dar aviso al resto de las dependencias. “Pudimos comunicarnos con varias comisarías, pero entonces desde Jefatura se ordenó cortar los canales de comunicación y hasta el sistema de telefonía celular fue intervenido”. Eso no frenó a los autoconvocados, que entonces pidieron el auxilio de taxistas y remiseros para divulgar y convocar a los camaradas.La primera sensación en el Comando fue de incertidumbre. Ese puñado de policías no sabía cómo responderían sus colegas, más allá de que, como recuerda Porto, “ya habíamos decidido que nos iban a tener que escuchar o, si no, sacarnos muertos”.Sin embargo, la respuesta del resto de los efectivos no tardó en llegar. En las comisarías también entendieron de qué se trataba y en segundos el Comando comenzó a quedar chico. Aquella incertidumbre se había transformado en euforia, que se materializaba en gritos, aplausos y hasta lágrimas cada vez que entraban al edificio nuevos compañeros.“Creo que uno de los momentos de mayor emoción fue cuando llegaron los bomberos con los camiones, sonando las sirenas. Lo recuerdo y todavía se me pone la piel de gallina”, reconoce Vento, que tiene una historia muy particular que contará un poco más tarde (ver página 63).Los autoconvocados demostraron que estaban en lo cierto a las pocas horas. Al día siguiente, ya eran 300 los efectivos apostados en Bogado y Uruguay. Sus colegas del interior no tardaron en llegar a Posadas y, durante los días siguientes, se llegaron a contar casi 3 mil efectivos reunidos fuera del Comando Radioeléctrico de la capital provincial.“Se arriesgó mucho, tanto nosotros como mucha gente del interior que dio aviso, dejó sus puestos y viajó hasta Posadas. Todos nos dimos cuenta que necesitabamos el uno del otro para poder salir adelante”, reflexiona Roma, que todavía conserva en su casa el “carrito” de supermercado que refaccionó por esos días para recoger cartón y aluminio, pensando en que después de la revuelta ib
a a ser castigado con la baja.Fueron días duros para cada uno de los policías que se acercaron al Comando, sobre todo por ese miedo a perder el sustento, en muchos casos el único de la familia. Pero el orgullo de enarbolar una lucha justa y tantas veces postergada podía más que cualquier temor.Morales lo reconoce en una anécdota que suele contar de seguido, cada vez que habla del tema. “Una noche nos quedamos hasta tarde organizando el petitorio en una oficina. Ya era de madrugada, cerca de las 4, y con un compañero preparamos un mate y salimos a tomar aire. Ahí ‘caímos’ en cuenta de la magnitud de la movilización, porque cuando empezamos contábamos con los dedos de las manos a los compañeros que nos habían prometido su apoyo, y ahí había más de 2 mil personas en vigilia. No lo hubiésemos imaginado ni en el sueño más pretensioso”.Recomposición, no aumentoDespués de ocho días de un “tira y afloje” de nunca acabar, finalmente los autoconvocados lograron “una recomposición salarial, pero no un aumento”, como subraya Porto, quien reconoce que “fue algo que se nos debía históricamente, junto con el espacio que tenemos para poder elevar nuestros proyectos”.Como dice Porto, esa recomposición dista de ser siquiera lo ideal. Si bien un sargento ayudante que hace un año cobraba 2.995 pesos ahora gana poco más de 5.500, el sueldo básico sigue siendo bajo -por ejemplo, 534 para un cabo primero- y es por eso que los policías luchan ahora mediante la denominada “Mesa de Diálogo”, que el último viernes volvió a reunirse con el gobierno para delinear los aumentos de cara a 2013. La respuesta de las autoridades está prevista para el próximo 6 de marzo y los uniformados siguen en lucha para que la inflación no se devore lo que han ganado con sudor y lágrimas, después de una medida extrema con la que recién pudieron hacerse oír.También hubo algunas mejoras en las horas extras (antes cobraban 15 pesos por turno, ahora 23 por cada hora de recargo) y en los servicios de adicional (que pasaron de 90 a 105 para los uniformados por cuatro horas de trabajo). No se trató de una reivindiación “voluntaria” del Estado, sino del resultado de la movilización de los policías, cuyo presente salarial hubiese sido incierto todavía hoy sí el 21 de febrero hubiese sido una fecha más. “¿En qué condiciones estaríamos ahora si no hubiesemos organizado toda esa movida?”, se pregunta con buen tino Porto, sin ganas de esbozar una respuesta.“Lo que pedimos y vamos a seguir pidiendo es que se nos respete como personas, como trabajadores que arriesgan su vida a diario por los demás, que se termine el ‘basureo’”, remata el sargento ayudante, para quien el año que pasó “fue el más lindo de mi carrera, donde por fin me sentí orgulloso de ser policía”. El hombre que echó al jefe POSADAS. Como PRIMERA EDICIÓN lo reflejó en exclusiva el año pasado, hubo una acción que sin dudas cimentó las bases de lo que luego sería conocido como “la toma del Comando”.Durante las primeras horas de la rebelión, alrededor de las 00.05 del miércoles 22 de febrero de 2012, el propio comisario general Benjamín Roa, en ese momento jefe de la Policía de Misiones, sorprendió a los cerca de 50 policías autoconvocados que a esa hora estaban reunidos en el Comando.Roa literalmente saltó el muro que da a la calle Félix Bogado y se abrió paso entre la marea de uniformados, que ante la sorpresa prácticamente no atinaron a reaccionar. Salvo uno, el cabo primero Vento.“¿Qué hace éste acá? ¿Quién lo dejó entrar?”, preguntó Vento a sus compañeros. La respuesta provino del propio Roa: “¿Sabés quién soy yo? Yo soy el jefe de la Policía, y soy más policía que cualquiera de ustedes”.La tensión se cortaba con un cuchillo y, de concretarse las intenciones del jefe policial, la toma del Comando bien podría haber durado apenas unos minutos. Pero Vento no se calló y marcó las bases de la protesta policial. “Usted a mí no me dice nada, porque nunca se jugó por nosotros, así que ahora se retira”, espetó. Entonces, la marea de camisas celestes llevó a patadas a ese jefe al que no reconocían hasta afuera. Hubo aplausos y hasta lágrimas.Un año después, el cabo cuenta las sensaciones que le dejaron un enfrentamiento que definió, en gran parte, la suerte de los autoconvocados.“Después de eso, me fui a una oficina y casi me agarra un infarto. Mi corazón latía muy fuerte porque yo nunca pensé en chocar así”, relata el cabo convertido casi en héroe por sus compañeros.Una vez que se recuperó, Vento no tardó en pensar que sus días en la Policía estaban contados. “Pensé que ya estaba ‘de baja’, que ese era el final, pero ya estaba jugado”, reconoce y festeja que “después años de haber luchado por esto, finalmente pudimos ganar un espacio que siempre se nos negó”.“Veníamos cansados de que nos manoseen los sueldos, la calle estaba dura y justo el sábado anterior montamos un operativo para detener a un par de ladrones que nos repelieron a tiros. Nosotros también disparamos y después nos enteramos que Roa había pedido nuestra cabeza, cuando pusimos en riesgo nuestra vida, si ni chaleco teníamos. Esa fue la gota que rebalsó el vaso”, agrega.Sobre la importancia de resistirse ante el mismísimo jefe de Policía a cargo, Vento sentenció que “en realidad, quienes hicieron historia fueron, primero, esos 20 o 25 compañeros del Comando que tuvieron la posibilidad de irse y se quedaron. Y después, todos los que bien pudiendo haberse quedado en el interior vinieron a Posadas para abrazar todos juntos una causa tan justa”. El recuerdo de la gente y su solidaridadDurante la rebelión policial, los efectivos autoconvocados en el Comando Radioeléctrico se sostuvieron principalmente gracias al apoyo de la propia sociedad, que consideró justa la medida de fuerza.En ese sentido, en su momento se conocieron las innumerables donaciones que comerciantes y particulares realizaron al Comando, como la de una fábrica de hielo que entregó en comodato un camión para conservar el producto.Sin embargo, otras tantas historias que merecen ser contadas no fueron escritas en ningún medio. Una de ellas es la que ahora recuerda el oficial Morales, con los ojos llorozos y la piel de gallina, como cuando lo tu
vo como protagonista.“Era el segundo día y me acuerdo que se largó una lluvia tremenda. Entonces, se nos acercó una señora mayor, de unos 70 años, que apenas caminaba, ayudada por un bastón. Se ve que el viento le dio vueltas el paraguas y estaba toda mojada. Ella se me acercó a mí y me dijo: ‘muchachos, ustedes son mis policías y yo los aprecio un montón. Esto que están haciendo es un reclamo justo. Yo no tengo mucha plata, pero esto es todo lo que puedo darles’”.¿Qué le dio la mujer entrada en años a Morales y los autoconvocados? Un billete de diez pesos, lo último que tenía para “vivir” la semana. “Fue una de esas cosas que no te olvidas más”, aseguró Morales.





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