Patricia Couceiro
Máster en Constelaciones
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Cada año, cuando llega diciembre, algo se mueve adentro nuestro. A veces lo reconocemos; otras, simplemente lo sentimos como una mezcla de emociones que no terminamos de entender. Y es que la Navidad, para la mayoría de las personas, no es una fecha sencilla: es una experiencia compleja, cargada de simbolismo, memoria, mandatos culturales y también deseos profundos.
Por un lado, la tradición nos dice que este es el tiempo del nacimiento, de la natividad del Cristo que renace simbólicamente en nuestros corazones. Una invitación a volver a lo esencial, a la paz, a la armonía, al amor familiar y al recogimiento interno. Esa es la Navidad espiritual, la que se vive desde el silencio, la que nos conecta con algo más grande que nosotros mismos.
Pero, por otro lado, existe la Navidad que se manifiesta hacia afuera: el consumismo, las compras de último momento, las expectativas sociales, la presión por “estar bien”, por tener la casa perfecta, los regalos adecuados, las fotos impecables. Esa es la Navidad del mercado, de las formas, de lo objetivo.
Y entre esos dos mundos -lo profundo y lo superficial- aparece la Navidad emocional: la que realmente habitamos, la que sucede dentro de nosotros aunque no lo digamos. Porque esta fecha es también un territorio donde se abren memorias, ausencias, nostalgias, duelos acumulados y esperanzas todavía vivas.
Están también “Las Navidades invisibles”, ya que no todos viven estas fechas rodeados de familia. No todos tienen una mesa llena. No todos tienen cerca a quienes aman. Es común ver historias de personas que atraviesan la Navidad en silencio, desde la soledad, desde una separación reciente, desde la distancia de hijos que están lejos o desde la migración. Para muchos, esta fecha marca el contraste entre lo que se supone que “debería ser” y lo que realmente es.
Entonces surge la pregunta inevitable: ¿Existe una única manera correcta de pasar la Navidad? Probablemente no. Cada persona vive esta fecha desde su propia historia. Lo importante no es cumplir un molde, sino recuperar el sentido profundo: ¿Qué estamos celebrando? ¿Qué queremos celebrar este año? ¿Qué nacimiento personal queremos honrar?
Una mirada más amplia: nos lleva a pensar ¿qué celebran otras culturas? Aunque la Navidad, tal como la conocemos, pertenece al cristianismo, la idea de “renacimiento”, “nuevo ciclo” o “luz que vuelve a nacer” es universal. En el budismo, el nacimiento de Buda representa la iluminación que puede despertar en cada ser humano.
En el taoísmo, la armonía del yin y yang simboliza el comienzo de un nuevo equilibrio interno.
En el judaísmo, Janucá celebra la luz que vence a la oscuridad.
En el islam, aunque no se celebra la Navidad, sí se honra la figura de Jesús como profeta y se resalta su mensaje de compasión.








