Valeria Fiore
Abogada-Mediadora
IG: valeria_fiore_caceres
Después del despertar, llega la segunda invitación del Adviento: sanar. No como mandato ni obligación moral, sino como gesto de ternura hacia uno mismo. Como preparación de nuestro corazón para recibir. Es imposible abrirnos a lo nuevo si seguimos sosteniendo resentimientos, exigencias o heridas que nunca terminamos de nombrar. Por eso, la espiritualidad de este domingo nos propone una transformación que no empieza en lo más intimo: ¿qué me duele todavía? ¿Qué vínculo necesita reparación? ¿Qué palabra no dicha pesa más de lo que me animo a admitir?
Sanar no siempre significa “cerrar” o “superar”. A veces es simplemente mirar con honestidad lo que evitamos, permitir que el corazón se ablande, recordar que somos frágiles y que en esa fragilidad también hay belleza. En lo humano, la sanación se parece más a un abrazo que a una cirugía; más a un proceso que a una resolución inmediata.
En este segundo domingo de Adviento la invitación es a dar un paso más profundo en el viaje que iniciamos.
Si el domingo pasado despertábamos la conciencia, ayer ingresamos con suavidad a esos lugares donde duele. No para forzar, sino para acompañarnos con autocompasión, preparando la tierra donde lo nuevo quiere germinar. Todo despertar auténtico nos confronta con el dolor, ofreciéndonos a la vez, la oportunidad de liberarlo. Dios sostiene ese camino: el Adviento se ensancha cuando lo transitamos con valentía y ternura.
Sanar nos permite dejar de mirar el mundo desde la herida. Cuando vivimos desde el dolor, todo lo que llega se filtra por esa lente estrecha: lo interpretamos como amenaza, exigencia o confirmación de nuestras sombras. La herida no solo duele; también distorsiona. Por eso, sanar no es olvidar ni minimizar lo vivido: es recuperar la capacidad de recibir bajando la guardia. Es permitir que la vida entre sin tener que atravesar primero el tamiz del miedo.
Sanar es abrir un espacio limpio -un interior disponible- donde lo que llega no choca con muros, sino que encuentra un horizonte abierto. Porque recibir exige un corazón que ya no se protege de todo, sino uno que vuelve a confiar.
La convivencia -en nuestras familias, trabajos, barrios- también necesita compasión que empieza adentro. La sanación personal abre caminos de paz colectiva. A veces una sola conversación pendiente cambia el clima entero de un hogar o un equipo. Cada conversación difícil que retomemos, cada gesto de reparación, cada perdón ofrecido es un entrenamiento que mejora lo individual y repara lo común. Esta semana concreta un acto de reparación y encendé la luz que reconcilia.








