La Araucaria angustifolia, conocida popularmente como pino Paraná, es una de las coníferas más representativas de la Selva Paranaense. Puede superar los 30 metros de altura y desarrollar un fuste recto de madera clara y homogénea, históricamente muy apreciada por la industria forestal. Su copa, organizada en verticilos bien marcados, adopta en la adultez una forma aparasolada que optimiza la captación de luz en ambientes densos. Además de su valor paisajístico, la especie cumple un rol estructural fundamental en el ecosistema: actúa como árbol pionero, regula la dinámica del bosque y provee alimento a numerosas especies de fauna a través de sus piñones, recurso clave para aves y mamíferos de la región.
Desde el punto de vista reproductivo, la araucaria depende exclusivamente del viento para la dispersión del polen, un proceso extremadamente sensible a las condiciones ambientales. Su ciclo de fructificación es bianual y responde fuertemente a variables climáticas como la humedad, las lluvias y la temperatura.
En Misiones, estudios recientes indican una baja producción de polen y semillas, atribuida a inviernos cada vez más cálidos y húmedos, condiciones que dificultan la liberación del polen y reducen la probabilidad de fecundación. A esta limitación se suma que las poblaciones naturales del país presentan variabilidad genética moderada a baja, consecuencia de su ubicación marginal dentro del área de distribución. “Esto las hace más vulnerables, pero también más valiosas, porque representan genotipos adaptados a nuestro ambiente subtropical”, explica la Dra. María Elena Gauchat, directora del INTA Montecarlo y especialista en investigación forestal.
Un trabajo de largo plazo
Con este panorama, el INTA impulsa un abordaje integral de conservación y manejo, con eje en el Campo Anexo Manuel Belgrano (CAMB), en San Antonio. Allí se realizan relevamientos sistemáticos de las poblaciones remanentes, selección y caracterización de árboles madre, monitoreos fenológicos y estudios aerobiológicos para comprender la dinámica reproductiva de la especie en el clima misionero.
“Necesitamos saber cómo se comporta la araucaria bajo estas condiciones para poder intervenir de forma adecuada y favorecer su regeneración”, señala Gauchat.
De manera complementaria, el INTA desarrolla un programa de conservación genética y producción de germoplasma de calidad, basado en rodales históricos y plantaciones con alta diversidad genética que funcionan como reservas estratégicas. A partir de estos materiales se colectan semillas, se realizan procesos de viverización y se establecen plantaciones orientadas a la recuperación de ambientes degradados. Este trabajo permite preservar genotipos locales y fortalecer la base genética disponible para futuros planes de restauración. “La diversidad genética es nuestra mejor herramienta para enfrentar escenarios cambiantes”, afirma la investigadora.
El INTA también incorpora técnicas de manejo forestal sostenible, como raleos selectivos, retención dispersa y apertura controlada del dosel para mejorar las condiciones lumínicas y reducir la competencia con especies pioneras más agresivas. Estas prácticas se articulan con estudios sobre el impacto del cambio climático y ensayos de restauración a diferentes escalas. En este sentido, el CAMB funciona como un laboratorio a cielo abierto, donde la investigación forestal, el manejo y la producción conviven en un mismo territorio.
Conservación y producción
El trabajo del INTA demuestra que la conservación de especies nativas y la actividad forestal no son metas contrapuestas, sino componentes complementarios de un manejo técnicamente fundamentado. Parte de los rodales implantados en el CAMB cumplen funciones productivas, pero también generan hábitats para la fauna y conservan poblaciones diversas que abastecen programas de restauración y enriquecimiento. “Cuando el manejo está bien planificado, la producción y la conservación se potencian mutuamente”, sostiene Gauchat.
Mientras la araucaria enfrenta crecientes desafíos reproductivos y ambientales, el trabajo sostenido del INTA en San Antonio se posiciona como una pieza clave para su recuperación. La combinación de ciencia, manejo responsable y compromiso territorial permite proyectar un futuro posible para esta especie emblemática, cuyo valor ecológico, cultural y forestal forma parte indiscutible del patrimonio natural de Misiones.
Colaboración: Francisco Pascual y Martín Ghisio






