El chamamé perdió a uno de sus grandes referentes con la partida de Raúl Barboza, el célebre acordeonista que falleció este miércoles en París a los 87 años. La noticia fue confirmada por su productor artístico Alberto Felici y generó una inmediata conmoción en el mundo de la cultura, que despide al músico considerado un verdadero embajador del género en el mundo.
Hace apenas nueve meses, Barboza estuvo en Posadas para participar de la Vigilia en honor al prócer Andrés Guacurarí. En aquella ocasión dialogó con PRIMERA EDICIÓN, dejando una entrevista que hoy, con la perspectiva de su ausencia, adquiere un valor especial. Allí recordó parte de su vida, sus maestros y su largo camino por el mundo, pero sobre todo un encuentro que lo marcó desde la infancia: el día en que conoció a Ramón Ayala.
El artista relató que tenía apenas 10 años cuando acompañó a su padre a un estudio de grabación en Buenos Aires. Allí se encontró con un joven guitarrista que más tarde se convertiría en leyenda de la música misionera. “Yo no sabía que era el Mensú, para mí era el componente del trío Sánchez, Monges y Ayala. Con el tiempo se transformó en un gran trovador, uno de los poetas argentinos que está entre los grandes del país”, recordó en la entrevista.

Barboza confesó entonces que siempre valoró la capacidad de Ayala para convertir su obra en un monumento vivo al arte de decir y contar. Ese cruce artístico, narrado con sencillez, sintetiza la riqueza de una generación que supo darle identidad a la música del Litoral.
Durante su paso por Misiones también se detuvo a rememorar sus primeras visitas a Posadas, cuando quedó maravillado con el Paraná, con la cercanía de Paraguay y con la calidez de la gente. “Con el tiempo fui haciendo muchos amigos. Tenemos esa relación sin vivir en el pasado, no olvidar al pasado, pero sí compartir con quienes aún estamos los momentos agradables”, expresó.
En aquella charla, Barboza se definió como un aprendiz de sus maestros de oído: Mario del Tránsito Cocomarola, Ernesto Montiel e Isaco Abitbol. “Aprendí a hacer música, pero me propuse no imitarlos. Pienso que cada ser humano tiene su forma de crear sus propias cosas, aunque a veces es más complicado”, señaló.
La entrevista también dejó en claro el porqué de su radicación en Francia desde 1987. Reconoció que en Argentina tuvo trabas para grabar y que en Europa encontró el espacio para crecer. Allí formó un grupo multicultural, grabó discos premiados y recibió el reconocimiento de instituciones como el Ministerio de Cultura de Francia, que lo distinguió con la Orden de las Artes y las Letras. “Caramba, yo no podía vender mis discos en Argentina y acá me nombraron Caballero de las Artes y de las Letras. A mí, un extranjero”, decía con una mezcla de asombro y gratitud.
Con humildad, confesó también que nunca se sintió capaz de escribir un libro con sus memorias. “No tengo el alma de un poeta, pero puedo contar como un cuento y luego vendrá el escritor o el poeta a poner las palabras. Porque yo no soy un escritor, soy apenas un músico”, expresó en lo que terminó siendo su última entrevista a este medio.





