Cada 13 de julio, el mundo vuelve la mirada hacia una condición neurológica que impacta la vida de millones de personas: el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH).
Lejos de ser simplemente “distraído” o “tener demasiada energía”, el TDAH es un trastorno del neurodesarrollo que puede influir en múltiples áreas de la vida: el rendimiento académico, las relaciones personales, el desarrollo emocional y la vida laboral.
Quienes conviven con este diagnóstico enfrentan barreras invisibles, muchas veces originadas en la desinformación o el estigma social. A pesar de que suele diagnosticarse durante la infancia, muchas personas llegan a la adultez sin haber recibido una evaluación adecuada, lo que complica su bienestar emocional y su integración social.
Uno de los mayores desafíos sigue siendo el desconocimiento. Con frecuencia, el TDAH es interpretado como una excusa para la falta de disciplina o se lo considera un diagnóstico exagerado. Estas ideas erróneas invisibilizan las verdaderas dificultades que enfrentan quienes lo padecen y retrasan el acceso a tratamientos y apoyos adecuados.
En un momento en el que la salud mental gana protagonismo en la agenda pública, es fundamental ampliar la conversación sobre el TDAH.
Esto implica escuchar las voces de quienes lo viven en primera persona, formar a docentes y profesionales de la salud, y construir entornos educativos, laborales y sociales más inclusivos.
Necesitamos comprender que el TDAH no es una etiqueta ni una limitación, sino una expresión más de la diversidad humana. Con el acompañamiento adecuado, las personas con TDAH pueden desarrollar todo su potencial, destacar en distintos ámbitos y vivir con plenitud.
Hoy, más que conmemorar, hagamos un compromiso real: informémonos, rompamos prejuicios y apostemos por una mirada más empática, respetuosa e inclusiva.





