No fue casualidad nada de lo que has vivido, nada de lo que te ha marcado. No fue casualidad el trabajo que no te aceptaron, la pareja que se fue, la enfermedad que pasaste. Todo lo vivido nos va formando, y si aprendemos de lo que nos pasa, nos potencia para nuevos desafíos y además nos regala una luz intensa, única, poderosa capaz de compartirla con los demás.
El otro día escuché algo que me dejó pensando: “Dios te llama, te forma y luego te envía”.
Cuando pasamos por situaciones difíciles, nos estamos “formando”, al atravesar dolores, o enfermedades, en el camino aprendemos, nos volvemos más fuertes, pero también más compasivos.
Cuando logramos atravesar una situación dolorosa desde la aceptación, nos transformamos, ya nunca volvemos a ser los mismos, y nuestra experiencia deja de ser solo nuestra, porque sirve a otros.
Entender que lo que vivimos no es casualidad tiene un doble significado: por un lado, nos hace responsables de nuestra vida, ya que podemos con nuestras decisiones, hacer que las cosas pasen.
Y por otro lado, cuando hacemos todo y no se da lo que esperamos, o cuando nos toca vivir situaciones difíciles de transitar, que escapan a nuestro control, entender que nada es casualidad es también comprender que “todo ocurre para mi bien”.
Ante una situación difícil, muchas veces sorpresiva, si partimos de la mirada de que “nada es casualidad” que todo llega para enseñarnos algo y que “todo ocurre para mi bien”, nos hace ver que lo que nos ocurre, es una oportunidad y no un castigo.
Hay momentos que no comprendemos porqué pasa lo que pasa, sentimos que hemos hecho las cosas bien, y aún así, no se da lo que esperamos, en vez de enojarnos o desanimarnos, es bueno recordar que “nada es casualidad, todo ocurre para mi bien”. Como afirma Carlos Ruiz Zafón: “Nada sucede por casualidad, en el fondo las cosas tienen su plan secreto, aunque nosotros no lo entendamos”.
Natalia Moyano
Contadora con
corazón de escritora
[email protected]








