El corrimiento de expectativas es una constante de la práctica política. Cuando los resultados no llegan, conviene impulsar la atención hacia adelante. Sucede tanto dentro como fuera del microclima dirigencial.
Cuando en 2022 Mauricio Macri hablaba del “segundo tiempo” se refería con seguridad a que la fuerza política que representaba y que lo llevó a la Presidencia tendría una nueva oportunidad tras la derrota frente al peronismo. Posteriormente, con su “halcón” Patricia Bullrich fuera del balotaje, quizás imaginó que su “segundo tiempo” sería algo más directo y concreto que ser solo el impulso necesario para que Javier Milei fuera mandatario. Los acuerdos que ambos establecieron a fines de octubre de 2023 lo llevaron a pensar que tendría el poder tras las sombras y que el “segundo tiempo” lo jugaría desde la posición de director técnico.
Con el tiempo la relación pasó de la sociedad al desgaste y así al actual “bullying” que sufre el líder del PRO, quien pagó por adelantado con apoyos legislativos.
La realidad es que Mauricio Macri pasó de ser el mentor y protagonista del “segundo tiempo” al mariscal de la fenomenal derrota de su agrupación, justamente en el territorio que mejor conoce. Después de varias muestras de confianza, los porteños no solo votaron mayoritariamente por el candidato de La Libertad Avanza, sino que incluso pusieron en segundo lugar al del peronismo.
Tercero, muy por debajo, apareció el macrismo, una muestra innegable de cambio de paradigma, una prueba contundente de que, en el terreno de la percepción, el expresidente está más para la comida y la bebida en un ambiente informal… el del tercer tiempo.





