Hubo un tiempo en que el Paraná no era una frontera, sino un puente de agua. A bordo del Presidente Roque Sáenz Peña y el Ezequiel Ramos Mejía, generaciones de posadeños y encarnacenos cruzaron el río como quien cambia de vereda. Eran tiempos de valijas de cuero, de comerciantes con mercancía a cuestas, de mate compartido en la cubierta, con el viento empujando las historias de un lado al otro.
El 8 de marzo de 1990, esos barcos dejaron de surcar el agua con su carga de sueños y despedidas. Al día siguiente, el tren cruzó por primera vez el recién inaugurado puente San Roque González de Santa Cruz. El río quedó en silencio. Pero los ferrys no murieron de inmediato. Antes de su último aliento, dieron un último viaje de despedida el 18 de octubre de ese mismo año, para luego quedar anclados en la Laguna San José, testigos mudos del tiempo.

Por años, resistieron al olvido. En sus entrañas, el eco de los motores fue reemplazado por la música. Sobre sus cubiertas se alzaron escenarios donde guitarras y acordeones entonaban melodías que se mezclaban con el aroma del río. En sus salones, las voces de poetas y cantores mantenían viva la historia. En 2004, el Sáenz Peña intentó renacer como museo en el puerto de Posadas, ofreciendo un refugio para la memoria con espectáculos en vivo y un restaurante. La cultura intentaba sostener lo que el progreso había dejado atrás.

Pero el tiempo no perdona. Años después, el Sáenz Peña fue retirado de su muelle y trasladado a Nemesio Parma. Allí quedó, sin aplausos ni despedidas, oxidándose en la sombra de un pasado glorioso. El Ezequiel Ramos Mejía, en cambio, sobrevivió un poco más, resistiendo en su apostadero del Puerto de Posadas.

















