Don Esteban Czjakowski (96) es inmigrante polaco, de padres ucranianos. Dejando atrás una vida de necesidades y opresión, llegó al país junto a sus padres y dos hermanos mayores, cuando tenía tan solo dos años de edad. La familia se afincó en la zona de Los Helechos, donde nacieron otros cinco hermanos. “En realidad soy polaco porque cuando nací Ucrania estaba ocupada por los polacos, así que soy el único de la familia, mis hermanos y padres eran ucranianos”, relató a Ko´ape.

Sus recuerdos están ligados a la vida de trabajo y sacrificios en la chacra. Memorioso y ávido por las noticias, ilustra a sus nietos y bisnietos entre anécdotas y actualidad. Con su rostro amable, donde emergen las huellas del paso del tiempo y los golpes duros de la vida, como el fallecimiento de su esposa, una hija y un yerno, disfruta de los mimos que recibe día a día de la familia que supo forjar junto a Ana Galucha. Es referente, puntal y síntesis de valores de una vida honesta, para el entorno amoroso que lo rodea.
Sus ojos brillan al hablar de su historia y su sonrisa parece acariciar recuerdos. “En casa se hablaba ucraniano, mi madre nunca pudo aprender el idioma (castellano). Comíamos pan hecho de harina de maíz y productos de la chacra. Cuando terminé la escuela el maestro entregó la libreta y nos dijo, ahora ustedes van a ser grandes, casarse y formar familia, así fue, me casé en el año 48”. “Éramos pobres y todos trabajamos desde niños en la chacra. Fui a la escuela en Los Helechos hasta el sexto grado. Veníamos a caballo a Oberá solo a comprar harina y sal, el que tenía un carro era un rey” recordó.

“Me casé con Ana, también era ucraniana, vivíamos cerca. Ella vino en el último barco de Europa, creo que fue en el 38, cuando tenía ocho años. Cuando nos casamos yo tenía 20 y ella 18 años. Yo no conocía ni Posadas y decidimos ir a Buenos Aires a vivir. Había aprendido el oficio de carpintero. Así que fuimos de la chacra a la ciudad. Nos instalamos en Caseros, compré un terreno, papá me ayudó con madera y levanté una casita. Estuvimos nueve años allá, pero empecé a tener como una alergia al polvillo de la madera y debimos regresar. Ahí nos instalamos en una chacra en La Línea, en Panambí, hasta el ‘82, todavía tengo la chacra. Pero mi Ana debía venir al médico seguido a Oberá, así que vinimos para acá”, señaló.

En la ciudad poco a poco fue levantando la casa en la que aún reside, alternando con los viajes a la chacra, sustento económico de la familia. Integraron la Colectividad Ucraniana en sus inicios. En la casa, las mujeres elaboraban los platos típicos que luego se llevaban al Complejo Deportivo “Ian Barney”, durante los primeros años de Fiesta del Inmigrante.
Amante de la pesca y de las reuniones familiares, afirma que los problemas de salud de la actualidad son consecuencia de la contaminación del medio ambiente. Reconoce las bondades de la tierra misionera, otrora abundante, por lo que no entiende los vaivenes políticos – económicos de un país tan rico como Argentina.

Amante de la pesca y de las reuniones familiares, afirma que los problemas de salud de la actualidad son consecuencia de la contaminación del medio ambiente.
Don Esteban y Ana tuvieron dos hijas, Antonia quien ya falleció y Lidia. Tienen cuatro nietas y cuatro bisnietos. Asegura que vive en paz y que ya no tiene preocupaciones. Periódicamente participa de las reuniones religiosas, como la del último 7 de enero, Natividad del Señor Jesucristo en la Iglesia Santísima Trinidad, Ortodoxa Rusa, de Oberá.
Sus nietas y bisnietos lo rodean permanentemente y disfrutan de su compañía. “Quisiéramos tener su memoria y que sus recuerdos no se pierdan. Es nuestro ejemplo. Muchas veces nos cuenta cosas que después vamos a google y comprobamos que es como nos dice” reconoce Patricia, una de sus nietas. “Es nuestro referente de cultura, valor, enseñanzas. Decayó mucho con la muerte de mi tía y al poco tiempo de mi papá, dice que él debía irse antes, pero nosotros le decimos que debe ser fuerte porque es nuestro sostén. Somos pocos, pero muy unidos. Yo trato de absorber, retener y compartir todo lo que nos cuenta y representa”, subrayó.

Don Esteban, como tantos inmigrantes pioneros de los que ya quedan pocos, no conoce otra vida más allá del trabajo sacrificado de la chacra. Tampoco tuvo otras aspiraciones. “Tener una casita, familia y una matraca (auto) ya alcanza para ser rico” reflexionó Czjakowski.





