Por
Mario Rubén Osten
Hola, me llamo Zoe y soy misionera como vos y como tantos chicos de esta tierra colorada, generosa y cálida, con personas bonitas. Crecí en Posadas, junto a mis padres María y Pedro. Cuando tenía 5 se separaron y papi se fue de nuestra casa. Crecí sintiéndome un poco sola. Supongo que me marcó mucho la falta de un papá, pero no impidió que fuera una nena feliz y divertida.
Estoy en 5to. año. Ayer, en el cole, la profe de literatura nos dio una tarea: escribir un texto de cómo fue nuestra infancia.
Eso me puso a pensar. No sé como explicarlo. Me di cuenta de que no había vuelto a esos recuerdos. Amaba jugar a las muñecas, saltar la soga, trepar los árboles, jugar a las escondidas.
Mi mamá trabajaba todo el día. Me levantaba temprano, desayunaba mate cocido, pan con manteca y dulce de leche, me preparaba y salía sola para la escuela, caminando ocho cuadras por la avenida.
En la soledad de la noche, mientras escuchaba la música que me gusta y escribía la tarea, tuve la sensación de estar viviendo un deja vú, una especie de reconocimiento de una experiencia que parece haberse vivido anteriormente. Sentí que debía escribir esta carta, historia, o como quieran llamarla. Brotó desde las profundidades de mi alma y dice así:
“Quiero contarles algo que me pasó con un abuelito vecino -don Pedrito-, cuando tenía 7 años. He decidido dar un gran paso, narrando mi historia.
“Todos los días cuando iba saltando y cantando con mi guardapolvo blanco y mis sueños grandes como el cielo, pensando en todas las muñecas que quería tener, de la nada aparecía el abuelo Pedrito. Poniéndose enfrente me decía: ‘Hola Zoe, cómo estás? Acá tenés unos ricos caramelitos de chocolate para los recreos’.
“Cada mañana el abuelito me esperaba con su sonrisa grande y ‘amarilla’, con los caramelos que tanto me gustaban. Yo los agarraba contenta. Los comía en los recreos. A veces no aguantaba: mientras la Mae estaba de espaldas en el pizarrón los desenvolvía cuidadosamente para no hacer ruiditos.
“¡Cómo lo quería! Tan amable, siempre se acordaba de mí!
“Fue un lunes, lo recuerdo por que el día anterior habíamos comido bizcochuelo casero y visto pelis en la tele. Como siempre, me levantaba tempranito, desayunaba y salía con mis dos colitas en el pelo sabiendo que mi amigo me esperaría con los dulces.
“Con enorme sonrisa y encantadora voz, me dijo: ‘Zoe, vení princesita hermosa, pasá, tengo un regalito especial para vos’. Como lo conocía y era una especie de abuelito o papá que no tenía, acepté entrar a su casa. No le tenía miedo ni desconfiaba de él. Mi mamá siempre me decía: ‘Nunca hables con gente extraña, ni aceptes regalos de nadie’. Pensé, ‘es mi amigo, nada malo me puede pasar’.
“Mientras esperaba entusiasmada, miraba su casa. Era muy fea! Nunca vi tanto desorden, sus cosas estaban sucias, no lavaba nada…ni los platos, cubiertos, vasos, ollas y su ropa olía taannn mal…
“No me hice problemas. Solo quería el regalito sorpresa y salir volando hacia la escuela para encontrarme con mis amigas y compartirlo con ellas. Fue entonces cuando el “dulce” viejito, mientras me daba los chocolates con una mano, con la otra me tocaba de una manera que no me gustó, diciéndome al oído ¡Shh, este es nuestro secreto, no se lo cuentes a nadie¡. ¡Quedé helada!
“Tiré los chocolates y salí corriendo. No me detuve hasta la escuela, mientras lloraba de rabia, vergüenza, sin poder creer que esa persona aparentemente tan pero tan buena, podía hacerme aquello.
“Ese día crecí de golpe…no pude contárselo a nadie. Imaginen ustedes la vergüenza frente a mis amigos, mi Mae, mis hermanos y mi mamá, si contaba aquel horrible suceso. Quedé muy triste ese y los siguientes días. No fui a la escuela, le mentí a mamá que me dolía la panza… no se me ocurrió otra cosa. Como ella trabajaba tanto, ni cuenta se dio que me estaba pasando algo terrible.
“Lloraba a escondidas. Me llené de miedo. No quería ni siquiera salir a jugar a la vereda por si llegaba a encontrarlo.
“Una semana después, vino la Mae a verme. No pude contarle nada. Era como si un ratón me hubiese comido la lengua. Pensaba y pensaba, ‘¿y si se lo digo a alguien y cree que soy mentirosa? ¿Quién pensaría que el viejito era un ser malvado?’.
“Yo no podía confiar. Estaba aterrorizada. Como no quería ir más a la escuela sola, una vecina se ofreció a llevarme. Acepté apenas… nadie se dio cuenta de que estaba pasando el peor momento de mi vida.
“A la vuelta del cole, me encerraba en mi habitación y no quería hacer nada, ni las tareas, ¡que siempre me habían gustado!
“Durante años por las noches tuve pesadillas. Soñaba que venía una persona sin rostro, me daba caramelos de colores que se convertían en piedra. Quería gritar pero no me salía la voz. Era desesperante. Entonces me despertaba, bañada en lágrimas. Pasé momentos espantosos. Me había arruinado la infancia.
“El único refugio fue convencerme de que nunca pasó. Lo bloqueé de mi mente, como si fuese una fantasía, algo que nunca existió.
“Cuando nos mudamos, debido a que mamá no podía pagar más el alquiler, sentí alivio. No miré hacia atrás. Aquello había quedado ahí, enterrado para siempre.
“Ya de grande me preguntaba por qué no se lo conté a alguien. Tal vez porque si lo dijera, la historia se haría real… no quería volver a pasar por eso otra vez. Pero como no quiero que le pase a otra nena o tal vez a algún niño inocente como era yo a los siete, tomé coraje y decidí narrar esta historia, mi triste historia.
“Poder contarla hoy por primera vez me hace bien. Me doy cuenta de que inconscientemente pensaba que era mi culpa por haber provocado esa situación.
“Ahora entiendo que nunca fui yo, siempre fue él.
“Sacarlo para afuera, me lastima. Pero por fin siento que puedo sanar las heridas de mi alma y mi corazón.
“Debe haber otros viejitos, parientes o amigos de la familia engañando a los niños… seguramente también hay otros de buen corazón. Si algo pudiera sugerir es que no debe haber ningún secreto, por pesado que sea, que no puedan contar a las personas que más aman o confían.
“¡Uy! Se me hizo re tarde. Mañana tengo una prueba de matemáticas. Me voy a dormir.
“Me encontré saltando en un pelotero de bolitas de colores. Sentí sobre mi cabeza una hermosa lluvia de caramelos. ¡Qué rico!
“Fue tal vez el sueño más bonito de mi vida.
“Me sentí inmensamente feliz. Liberada como nunca antes.
“Los quiero, Zoe”.





