Salud, dinero, amor, fertilidad, aprender a tocar la guitarra… Muchos los deseos que se piden durante la noche más larga y mágica del año, la víspera de San Juan, que encuentra a multitudes disfrutando, cual niños pequeños, de juegos en los que el fuego es el gran denominador común; tradición que se vivió con fuerza en el anfiteatro natural de El Brete, donde gran cantidad de vecinos se dio cita desde la caída del sol.La calidez de la “tardecita” convenció a muchos de no perderse la propuesta de la Secretaría de Cultura y Turismo de la Municipalidad, que para amenizar el encuentro preparó un variado show, del que fueron parte artistas a los que la ciudad encontró “de paso”, como Halito y Rumbo, un dúo chileno que recorre el continente “absorbiendo” conocimientos y llevando la mejor música latinoamericana a cuanto escenario se presente como oportunidad. O, bien, la magia del circo, con “Buenaflor”, un payaso que sobre su monociclo hizo mil malabares que lo convirtieron en el centro de atención de los más “bajitos”. A los que se sumó todo el color de los puestos que sábados y domingos copan el Paseo Bosetti y el cuarto tramo de la costa, respectivamente.El escenario quedó después bajo la responsabilidad de la Banda Municipal, el Ballet Infanto Juvenil de la Escuela Municipal de Posadas; la Orquesta Folclórica Municipal, Leo Baigorria junto al maestro Bebeco Rivero, los alumnos de la profesora Mirta Benítez Bernal, las puestas en escena del Programa MejorArte, con el Taller de Danzas Folclóricas de los profesores Melisa Martínez, Matías Bogado y José Magallanes, y el grupo “Los Taitas”; que supieron ofrecer un recorrido por los estilos más variados, desde el tango al más puro chamamé que, obviamente, culminó en sapucays.Cuando el viento, potenciado por el Paraná, comenzaba a hacerse sentir en ráfagas “casi” frías, llegó el momento más esperado. El fuego de la pelota “Tatá” que comenzó a rodar levantó la adrenalina del público y todo el auditorio comenzó a correr, escapando o detrás, apostando a no encontrarse con el balón entre los pies. El llamado “alrededor de Judas”, que colgaba sobre una fogata y que estalló a medida que las llamas lo fueron alcanzando, concentró a todos alrededor del arenero, pero lejos de la calma, llegó otra vez la algarabía, cuando “como de la nada” el toro candil amenazó con “llevarse” a quien se interpusiera en su camino. Y entonces no hubo grandes ni chicos, simplemente cientos de personas “corriendo por sus vidas” en el magnífico anfiteatro natural.La noche, el frío, el cansancio, ya eran cosas del pasado y cuando el que las guampas de la bestia dejaran de arder, era clara señal del “tiempo de fe”. Las brasas estaban esparcidas, solo faltaban los audaces, que curiosamente se hallaron entre los más jóvenes, casi adolescentes, mientras entre los mayores se repetían anécdotas o consejos. No faltó aquel que recordó haber pasado con medias o haber recurrido a recetas caseras para sanar las quemaduras y poder trabajar al día siguiente. O quien sugirió que se debía estar atento a tener los pies secos antes de apoyarlos en el calor, cruzar velozmente o muy despacio.La medianoche estaba cerca, el fervor del público se apaciguó igual que se extinguió el carbón y se dispersó, aunque en muchos latía fuerte la idea de hallar un banano para clavar un cuchillo y descubrir la inicial del futuro amor o, más sencillo, recurrir a velas y un vaso con agua, entre otro tanto de tradiciones que año a año colman de magia y misticismo a una de las jornadas más celebradas a lo largo y ancho del mundo y que comenzó como una tradición pagana, para celebrar el solsticio de invierno, encendiendo hogueras en honor al sol.Fotos: Gentileza G.Spaciuk
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