No existe un momento tan íntimo, especial y cargado de verdad que caminar bajo una fría lluvia donde el peregrino sentirá el contacto interno con la realidad. Incluso, las personas lo mirarán desde sus ventanas, ocultas en el refugio de sus hogares, pensando en aquellos locos que pasan mojados, quizás con frío, pero aún así ellos podrán distinguir una sonrisa en su boca. Tal vez por sentir una sensación de libertad, aunque no sepan a dónde vayan. Es así. Lo que para algunos puede tratarse de una conducta desequilibrada o perturbada, para el protagonista puede ser un momento de descubrimiento y bienestar personal. Por ello invito a todos los lectores a experimentar un momento de “locura”, que no será haciendo algo osado o arriesgado, simplemente efectuar algo distinto o que no hacemos con frecuencia. Una de ellas sería simplemente caminar bajo la lluvia y sentir la fría ropa mojada sobre la piel. Incluso nos sentiremos como seres desafiando a las tempestades de la naturaleza, mientras que a nuestro alrededor las personas correrán a resguardarse y nos obsequiarán un solitario mundo para disfrutarlo.Es por eso que algunas veces pienso que el término “locura” es relativo en muchas conductas, por ejemplo: alguien que pasa sonriendo bajo la lluvia es algo inusual o extraño, pero no locura. Esta anécdota me remonta a un suceso que me ocurrió hace unos años en la pequeña bahía peruana de Paracas. Mientras caminaba a media noche bajo una intensa lluvia buscando un lugar para pasar la noche, en ese momento pensaba con optimismo que algo encontraría. Fue así que llegué a una plaza, acomodé mi mochila en un banco y con los primeros rayos del sol saldría a buscar un lugar módico. Ni bien cerré los ojos, se acercaron dos miembros de la policía con sus inmaculados uniformes blancos y unas pequeñas armas que colgaban de unas correas sobre sus cuellos y me dijeron “los espacios públicos no son para dormir”. Los miré y haciéndome el desentendido les dije que tenía reservada una habitación en un hotel y que solo estaba descansando. Enseguida tomé mis cosas y caminé sin rumbo, pero mostrando cierta seguridad hacia donde iba. Así los efectivos no se darían cuenta de que en realidad no tenía a dónde ir.Mientras caminaba pensaba que eso era una locura, que no debía ir a un lugar desconocido y caminar a esa hora y sobre todo con aquel clima lluvioso que se complementaba con los fuertes vientos provenientes del Océano Pacífico. A pesar de la adversidad, algo me decía que esa situación cambiaría. En eso ví una casa de madera con puertas de vidrios y un cartel que decía “Alojamiento”, entonces golpeo y me atendió una señora de blancos cabellos, de nombre “Berta”, quien me dijo que pase y me llevó una de las habitaciones. El precio era bastante accesible y me sugirió que me cambie la ropa mojada mientras ella prepara un té caliente en la cocina. Luego nos sentamos a conversar, le comenté que venía de Argentina y que buscaba un lugar para pasar la noche. La señora me advirtió que era una locura caminar esa noche lluviosa y de fuertes vientos en esa parte costera del desierto de Atacama, sobre todo en esa época del año. En eso, alguien golpeó la puerta y Berta fue a atender, entonces escuché una voz que hizo la misma pregunta que había hecho yo con anterioridad: “¿Tiene un lugar para pasar la noche?”.La señora señora se acercó a mí y me preguntó si podía ayudar a un visitante a entrar su bicicleta. Era un joven que estaba todo empapado, lo saludé y le pregunté de dónde venía. Sonrió y dijo que desde Ushuaia y que hacía tres meses que estaba recorriendo las rutas de Sudamérica, su destino era llegar a Alaska.Lo miré y le pregunté qué se sentía andar en bicicleta bajo esta lluvia y sobre todo recorrer inmensas distancias, y aún todo lo que le faltaba. Sonrió y afirmó que es la mejor experiencia que tuvo, además de hacer muchos amigos por el camino y que no veía la hora de seguir viaje, para descubrir los maravillosos paisajes y principalmente a buenas personas.La noche se hizo corta entre historias y anécdotas de viajeros, mientras escuchaba atentamente pensaba, que la aventura de ese joven no era una locura sino la búsqueda de su verdad y que todos deberían hacer algo como eso alguna vez: aventurarse para encontrar lo real y verdadero. Mientras que lo que yo había hecho momentos antes no había sido nada. PorRaúl Saucedo [email protected]
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