Faltan cinco pa´ el Peso”. Siempre esta frase nos recordará que nunca tendremos una vida completa y plena. Siempre faltará algo para hallar esa perfección. Algunas veces pensaremos que esa moneda de cinco centavos se cayó de nuestras manos y rodó hasta un rincón donde nunca podremos alcanzarla. Esto se debería a que el hombre es un eterno insatisfecho o simplemente el destino se encuentra aburrido y se entromente en la búsqueda de la felicidad.Dicho esto me remontaré a algunos años atrás en una pequeña villa turística en el sur del país, lugar rodeado de montañas cubiertas de nieve y árboles de lengas que brindaban un escenario majestuoso y cordillerano.En aquel lugar conocí a un joven cubano, quien era el encargado de un lujoso hotel y en sus ratos libres le gustaba escribir, fue así que hacía poco había presentado su libro basado en historias de importantes artistas, célebres personalidades o simples viajeros que se habían alojado en ese hotel. Sin duda, gran parte de esa inspiración provenía del ambiente patagónico cargado de inmensidad, donde los pensamientos salen a recorrer los fríos rincones del sur.Una noche, la casualidad hizo que nos encontremos en el bar del pueblo, mientras degustaba una cerveza negra, el escritor se sentó al lado y pidió un vaso de whisky para mitigar aquella noche fría.Lo saludé y comenzamos a charlar, parecía que nos conocíamos desde hacía años, aunque sólo habían pasado unos minutos. Mientras hablábamos le comenté que era mi cumpleaños y que estaba celebrando, el hombre me abrazó, pidió una botella de la añeja bebida y otro vaso y dijo “vamos a festejar como se debe pana”. “Hace cinco años que estoy en este pueblo, me gusta escribir y conocer personas. Ahora me desempeño como encargado del hotel que está al frente”. Además agregó que hace unos años conoció a una hermosa mujer, hija de una tradicional familia del pueblo, quien al enterarse de la noticias de que iban a ser padres, le dijo que tendrán al bebé, pero que ella no quería convivir con el muchacho. A pesar de que el hombre tiene un buen trabajo y un hijo al que adora, extrañaba su isla: la vieja Habana, el Malecón y su gente “acá sólo hay montañas y pinos, no hay horizontes infinitos como el que tiene el mar caribeño”, decía con cierta nostalgia mientras removía el hielo que estaba en su vaso.En ese momento comprendí que el amor por su hijo lo ataba a ese helado rincón, que aunque tenga un buen trabajo y un nivel de vida envidiables, le faltaba eso, compartir un plato de frijoles con sus padres y hermanos, quienes vivían en condiciones humildes del otro lado del hemisferio. A pesar de su tristeza, el cubano no perdía su buen humor y la sonrisa de su boca: “Oye pana, me gustaría estar tirado en la arena disfrutando de un refrescante mojito y tocando la hermosa pierna de mi morocha ardiente”, dijo mientras lanzaba una carcajada y golpeaba la mesa.Mientras la espirituosa bebida se fugaba de su elegante botella, la sinceridad y los recuerdos afloraban en la mesa, lo abracé y le dije: “no hay caso, siempre falta cinco para el peso, aunque tengamos lo necesario para vivir, siempre nos faltará algo para sentirnos plenos”. Fue así que entramos a ese mundo alquimista para tratar de entender situaciones que quizás no tienen explicación. En ese momento pensamos cómo sería un mundo ideal en el cual tengamos todo aquello que deseamos, y llegamos a la conclusión que sería un lugar desolador y aburrido porque no habría motivos para luchar. Una existencia sin la vitalidad de la esperanza y la fuerza del deseo. Fue en cuando salimos del pensamiento del mundo ideal y llegamos a la conclusión, que a pesar de las ausencias, las injusticias y las dificultades, la vida es lo más fascinante y maravilloso que podemos tener, un sitio donde podemos luchar todos los días para conseguir aquello que deseamos. Un lugar que a pesar de que no tenga horizontes, sabemos que valió la pena estar en él.PorRaúl Saucedo [email protected]
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