Aprender a pedir, a mostrar nuestra vulnerabilidad a reconocer que no lo sabemos todo es para muchos un desafío. Cuando estamos pendientes de la mirada del otro y pensamos que deberíamos saber cómo y por qué son como son las cosas, anticipar los alcances de las decisiones y ser siempre el dueño de las soluciones, nos hemos construído la trampa de la exigencia. Saberlo Todo, anticiparlo todo es un trabajo enorme que nos tensiona y aleja de la liviandad del disfrute…Pero hay aún otro costado que no hemos evaluado y es nuestra propia conversación interna acerca de lo posible y lo imposible, de los costos emocionales de estar siempre alertas y de por qué deberíamos ser nosotros quienes proporcionemos las respuestas a todo. ¿Qué nos decimos que pensarán de nosotros? y si en lugar de preguntarnos ¿por qué?, nos interrogáramos acerca de ¿para qué hacemos lo que hacemos? Qué intentamos mostrar, demostrar, conseguir con nuestra conducta. ¿Para qué sostenemos el sí fácil mientras nos entrampamos en incontables obligaciones tan difíciles de cumplir en su totalidad?Pero hay aún otros aspectos a considerar: Nuestro Oculto pensamiento de que nadie puede hacerlo como yo descalifica al otro, lo minimiza. Es como decirle que no es necesario, que puedo hacerlo mejor sin él, que nada de lo que aporte marcará la diferencia.Mientras tanto, nos sobreexigimos y hasta nos sentimos las víctimas de las situaciones que siempre resolvemos de la misma manera solos.Los invito hoy a pensarnos como los eslabones de una cadena, donde el trabajo de cada uno es necesario y tiene un sesgo distintivo que puede ser complementario. Una cadena generosa y amplia en la que las diferencias sean vistas como una posibilidad y donde todos y cada uno nos sintamos importantes con nuestro aporte. Una cadena que nos libere de la exigencia de saber cómo deben ser las cosas y nos acerque a la excelencia de permitirnos hacer lo mejor que podemos, con lo mejor que tenemos, desde lo mejor que somos en cada momento de nuestras vidas. Disfrutar también requiere soltar el control, descansar en las potencialidades del otro y confiar en que todos tenemos algo bueno para dar y que siempre, siempre, hay más de una forma de hacer las cosas. Practiquemos la liviandad. Miremos con buenos ojos los saberes y hasta las equivocaciones del otro, permitiéndonos también el error como parte del proceso de aprendizaje. El disfrute será nuestro premio. ¿Nos animamos a tomarlo? Dime lo que pides y te diré qué aprendes.ColaboraMaría Rita NahúmMaster [email protected] 154644187
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