¿Qué te gusta de mí? Me preguntaste una vez, mientras nos encontrábamos sentados sobre la piedra de aquel torrentoso arroyo en el Salto Chávez, un majestuoso lugar de la Zona Centro de la provincia.No existía una respuesta que describa cercanamente lo que provocaban tus besos sobre la piel, que se encendían y abrían como si fueran el mismo universo que invitaban a transitar hacia la inmensidad de dos cuerpos que se encontraban y se abrazaban en silencio.Una pregunta que no podía conjugarse cuando me encontraba abrazado a tu cintura y aquella sonrisa que iluminaba esa tarde y encendía el canto de los pájaros y convertía ese pequeño lugar en nuestro rincón donde las frías aguas chocaban con tu espalda y mi boca quería tus hombros besar. No sabes lo bien que me hacía mirar tus pálidas piernas sumergidas y me invitaban a recorrerlas con suaves caricias donde dibujaba nuestros nombres que quedaron grabados en tu piel y que te nombraba sin palabras mientras buscaba esa descripción que nunca llegaría. Una respuesta que no se encuentra ni en los vestigios de cualquier idioma, al igual que cuando entre mis manos lentamente tu cabello se deslizaba para despeinarte cada vez que me pedías pasar otra tarde conmigo y me enredabas en ese laberinto profundo que me llevaba a buscar todo aquello que era bueno y verdadero. Incluso, recordaba esa lágrima salada que besaba cada noche que nacía en tus ojos y caía como una estrella que se aburrió del cielo y quería dormir en tu mejilla. Una pregunta que sería tan misteriosa de contestar como la muerte, la vida y esa fuerza que tiene tu simple suspirar al verme llegar en un encuentro donde solo se permitía la entrada al deseo y a lo que comprendíamos como amar. Aquella fue una pregunta inocente que ofendió todo esto que sentía y que se transformó como una estocada que se da de frente en medio del pecho, mientras el verdugo le sonríe a su víctima sin misericordia alguna, mientras este se desangra en la arena seca del desamor. Necesitaría explicarte el simple azul de tus ojos que se transformaron en el cielo donde en cada amanecer rezaba una plegaria, cuando ellos se despertaban sobre mi cama. Fue ahí cuando veía ese dios profano que transformó tu nombre en mi religión y me enseñó que todo lo real no existía cada vez que escuchaba tu voz y tu amor se transformó en la única verdad del corazón junto a tu sonrisa que se convertía en una caricia para este alma que se veía desnudo con sólo imaginarte en la distancia. Sinceramente, nunca encontraré las palabras exactas que describan, este sentimiento que solo se demostraba en nuestro mirar y que guardarán todas aquellas cosas que transformarán nuestra manera de querer y serán nuestra verdadera riqueza en este arte de amar. Una pregunta que se desprende del tiempo porque buscará su verdad en la inmensidad de esa ternura que tienes al despertar, cuando tu sola presencia enciende todas las mañanas, la esperanza y mucho más. Te ruego que jamás vuelvas a preguntarme todas esas cosas que no voy a contestar, si este amor va de la mano con vos, al igual que el mismo aire que va con el respirar o el cantar del zorzal en las mañanas y el perfume en las flores cuando las huelo para tu huella encontrar. Tu pregunta duele como un frío adiós y un manojo de recuerdos que se guardan para valorar que la felicidad son solo breves momentos, que se transformarán en espuma de esas olas que borrarán cualquier palabra de las areniscas que se escapan con el viento para no contestar. Por Raúl Saucedo [email protected]
Discussion about this post