"Artista plástica autodidacta que abrazó su pasión por el dibujo y desde entonces no deja de convertirlo en momentos maravillosos de curiosidad, asombro y riesgo. Realiza talleres de arte, dibujo, pintura y actividades plásticas en distintas comunidades aborígenes de la provincia para niños y adolescentes guaraníes", reza el spot del Congreso de Infancia y Cultura que se llevará a cabo la próxima semana, y es imposible no buscar saber un poquito más sobre la coordinadora del proyecto de "Arte e infancia mbya", que participará además con la muestra “Palabras de Silencio de Carol Marín. Pinturas y fotografías del taller con niños mbya”. En una charla con PRIMERA EDICIÓN, Carol Marín contó que “la artística siempre fue algo que me llamó muchísimo la atención, sobre todo porque hay un despliegue de otra posibilidad de creatividad dentro que uno, en lo cotidiano, no lo puede plasmar en otras cosas y hace ocho o nueve años que comencé a estudiar pintura y la parte de dibujo e ilustración, que es lo que más me atrapa, lo vengo haciendo sola”.“Vendí algunas obras y participé de distintas presentaciones, exposiciones en la provincia, luego tuve la posibilidad de viajar a Chile, a hacer un workshop con un artista impresionista de allí, comercialicé algunos trabajos en Brasil, donde después me invitaron a exponer y el mundo del arte y la cultura me fue absorbiendo en los últimos años de mi vida”, confesó.Hace alrededor de cuatro años, siguiendo una incógnita que siempre la acompañó, sobre lo que es la vida y la cosmovisión de los aborígenes de la provincia, “algo tan enriquecedor en cuanto a la calidad y característica identitaria de lo que tiene que ver con el misionero, me surge la posibilidad de conocer una comunidad, como doy clases particulares de arte, dibujo y pintura, la propuesta fue llevar algunos materiales y ver si los chicos de las aldeas se sumaban”, recordó.Entonces, un día cargó en auto lápices, pinceles y pinturas y partió desde la Capital del Monte a Puerto Iguazú, “a la comunidad Jasy Porá, que significa ‘Luna Hermosa’, y cuando vi que los chicos se sumaban y les encantaba trabajar, dejó de ser solo ver qué pasa y pasó a ser el comienzo de algo”, confió.Aprender más que enseñar“Me llamó muchísimo la atención las características que tenían para el arte, al ser su idiosincrasia totalmente distinta a la nuestra, al tener otra predisposición para con el tiempo, todas las expresiones artísticas, la música, el tallado, tienen una abertura dentro de su sociedad a algo que la nuestra deja en forma secundaria, incluso en la educación es como que está minimizado”, apuntó Marín.E hizo hincapié en que los chicos tienen un don especial y entendió que debía exponerse, estaba organizando una muestra cuando una artista argentina le pidió que los trabajos participen en una bienal de arte indígena en Quito, Ecuador, donde finalmente obtuvieron el primer premio en el salón infantil.“Esa muestra itinerante, que comenzó en 2015, exhibe las obras que fueron galardonadas, que el año pasado el Senado de la Nación declaró de Interés General, estuvo en el Museo Juan Yaparí, en Puerto Iguazú, en la Feria del Libro de Oberá y ahora vuelve con la sumatoria de trabajos de los chicos de 25 de Mayo, de la aldea Tamanduá; y de Puerto Libertad, donde también asisto a la comunidad Andrés Guacurarí”, adelantó la artista.Y subrayó que en la experiencia que significó trabajar con los mbya “sucedió algo muy raro y a la vez maravilloso, porque uno va con muchos prejuicios, se dice ‘voy a ir a enseñar’, esa era mi mentalidad también, lo increíble es que desde que comencé la que más aprende soy yo, sobre todo en lo que es la convivencia, el compartir, el respeto, lo que más me llama la atención es el respeto que tienen, no solamente los niños entre sus pares, sino con los adultos, otro rasgo para mí muy sorprendente es el respeto que los adultos tienen con los niños y la libertad con que les dejan vivir su infancia, con mucha inocencia, muy pura”.“Hay algo muy característico, que atraviesa en forma trasversal la vida del aborigen y es la espiritualidad, cuando uno en nuestra sociedad va a misa o a sus templos uno escucha muchísimo sobre espiritualidad pero llevarlo a la práctica es algo más difícil o por lo menos no se lo ve, nos manejamos de una forma muy hipócrita y en las aldeas lo que pude ver es la espiritualidad práctica, la forma en que conviven, desde el compartir y no competir, es realmente asombroso”, añadió. “Tenemos mundos muy distintos, por lo general uno cree que el tiempo lo viven de otra forma o que rehúsan más el tiempo para trabajar, etc, etc, pero las cosas que uno ve en las aldeas, yo por lo menos, en mi sociedad no las veo”, finalizó.
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