Si hacemos memoria podemos recordar cuando fue la última vez que “perdimos los estribos”, como un “estallido de furia irracional contra alguien” y que después nos hizo arrepentir.Estos comportamientos nacen a partir de una respuesta emocional, pero ¿por qué a veces somos irracionales tan fácilmente? ¿por qué permitimos que nuestro impulso supere el análisis lógico? Tenemos en nuestro cerebro una estructura llamada “Amígdala cerebral”, que es una “central de alarma psíquica o centinela emocional” bien conectada con todo el cerebro, ésta se activa y dispara mensajes ante una situación inesperada, desprevenida, de temor, que no podemos manejar, por ejemplo que nuestra novia nos deje plantados o que alguien nos insulte. Ante una situación indeseada sobre lo que detesto, me daña o temo, la amígdala cerebral se activa inmediatamente repartiendo hormonas y sustancias por todos lados, poniéndonos fuera de sí, haciéndonos correr, agredir, defendernos o inmovilizarnos.El investigador Le Doux encontró que este “Centinela emocional” percibe, recuerda, organiza y responde creando la conducta de temor, defensa o agresión rápidamente; y sin pasar por nuestra corteza cerebral donde asienta nuestro razonamiento más lógico, que es más lento para procesar los hechos.Con la Amígdala cerebral percibimos un posible peligro o alerta, lo comprendemos inconscientemente casi instantáneamente, y decidimos si nos gusta o no en milésimas de segundos.Se puede decir que nuestras emociones tienen su mente propia, que tienen sus puntos de vista y respuesta, con cierta independencia de nuestro razonamiento que es más reflexivo, ¡PERO NO ES ASÍ!, toda respuesta sea rápida o no es el reflejo de un análisis muy equilibrado y personal.Todos estos procesos lo realiza un grupo de organizaciones neuronales, que recuerda y compara lo presente con algún suceso pasado desagradable o repulsivo, y se activa al tener una vivencia actual similar. Cualquier elemento suelto que sea similar a algún peligro pasado, como un olor, una visión o un sabor que nos haga recordar un “trauma” olvidado, desencadenará la respuesta de angustia, agresión o miedo a través de estas estructuras, por ejemplo un soldado veterano de guerra, ante una situación actual de violencia que observe o escuche el disparo de un arma, puede desencadenar angustia y miedo. Se podría decir que nuestro cerebro tiene dos sistemas de memoria, uno para los datos corrientes o habituales y otro para aquellos con una gran carga emocional, como por ejemplo aquellos que nos amenazaron o que nos produjeron placer, o las experiencias que nos asustaron o estremecieron.Todos estos están dentro de nuestros recuerdos imborrables, como el episodio del atentado a las torres gemelas del 2011 tuvo un gran impacto en mí, y recuerdo perfectamente la hora con los detalles de lo que estaba haciendo cuando sucedieron.Pero los recuerdos emocionales pueden ser una guía defectuosa para los sucesos del presente, pues a veces nos predisponen negativamente frente a nuevas experiencias.Nuestra memoria explora los hechos del pasado guardados y los compara con los hechos actuales que nos impactan, si un hecho del presente es similar al guardado nuestra percepción y reacción son inmediatas, en sintonía con el episodio guardado, por ejemplo un exsoldado puede en el presente, ante alguien que le grite o amenace, responder con gran terror o agresividad, recordemos la película “Rambo”.Solo se necesita algún elemento suelto del presente, que tenga alguna semejanza a algún peligro del pasado, para que pongamos en funcionamiento nuestro sistema de alerta y reacción.Sucede también que muchos poderosos recuerdos emocionales son de los primeros años de vida, sobre la relación del niño con las personas que se ocupaban de él y les produjeron maltratos, vejaciones y violaciones. Estos recuerdos emocionales potentes son guardados por nuestra memoria emocional, siendo difícilmente entendibles por nuestro cerebro adulto, como los actos de violencia intensos recibidos de niños, pueden desencadenar en nuestra adultez explosiones de ira inentendibles, sin saber a qué situación relacionarlos, dejándonos desorientados por estos estallidos emocionales.Aunque existen otros recuerdos emocionales potentes más entendibles, por ejemplo después de haber hecho más de 35 años guardias activas y pasivas en medicina, me sucedía que ante el sonido simple del teléfono mi cuerpo se tensaba, sentía escalofríos y me ponía alerta, esta respuesta emocional era producto de muchos años de corrida debido a las guardias, pero junto a esta reacción mi mente racional y reflexiva trataba de calmarme, repasando las estadísticas que había y me decía “José Luis la mayoría de las llamadas de guardia no son verdaderas urgencias, no te preocupes tanto”.Concluimos que existen dos formas de evaluar paralelas ante una situación o acción, una evaluación y respuesta “emocional rápida” reactiva ante un posible peligro, poco precisa que nos prepara para una posible agresión o escape, sentimos más de lo que pensamos y “actuamos antes de pensar”; como por ejemplo saltar al ver lo que creemos es una víbora.La otra evaluación y respuesta es la “reflexiva o cerebral lenta” que analiza los pro y contras de la situación, permitiéndome preparar una respuesta pensada, sensata y más equilibrada, pensamos más de lo que sentimos y “pensamos antes de actuar”, como cuando evaluamos que lo que vimos es una rama retorcida, por lo que no hay que preocuparse por el peligro de la víbora.Podemos sacar en claro que los sentimientos y emociones son tan importantes como el pensar reflexivo en la toma de decisiones, los sentimientos nos guían en la dirección correcta al decidir qué trabajo elegir, qué carrera seguir, con quién me voy a casar, qué voy a comprar, etc., todas estas decisiones necesitan del juego equilibrado entre una mente emocional y una mente racional.Ambas “emociones y razonamiento” en la adecuada proporción son necesarios para la adecuada toma de decisiones, ni las emociones deben estar fuera de control y ser irrefrenables, ni nuestro razonamiento se debe perder en una maraña de posibilidades que nos paralizan.Ambas están comprometidas en la mejor solución de nuestros problemas, solo debemos saberlas administrar, no basta ser muy inteligente y tener un cociente intelectual de Einstein, sino que además necesitamos dominar nuestras emociones.Debemos encontrar la armonía y complementación entre ambas, no se trata de suprimir una para que ocupe su lugar la otra, como muchos desean exterminar las emociones, sino que deben actuar como socios que interactúan.“Cabeza y corazón deben ir juntos”.por Bazán J. L. – MédicoDeseo tu opinió[email protected]
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