El 19 de febrero de 1937, hace exactamente ochenta años, Horacio Quiroga, el maestro del cuento latinoamericano, de prosa vívida, naturalista y modernista, con solo 58 años, luego de enterarse que padecía cáncer de próstata, bebió un vaso de cianuro que apagó sus días de tragedias para siempre, pero que no menguó la huella que dejó en Argentina y, sobre todo, en Misiones, tierra que escogió o lo escogió y que hoy le rinde homenajes en algún que otro relato de sus textos o en encuentros como el que se lleva a cabo en la que fuera su casa, un espacio colmado de historias, mitos, que eriza la piel e invita a por algunos segundos inmiscuirse en el alma perturbada del escritor, pero que lamentablemente no siempre se sabe valorar.A partir de un importante aporte económico, durante los últimos años se logró una interesante puesta en valor en la “chacra”, algunas hectáreas de aquellas 185 que el uruguayo compró en 1906, sobre la orilla del Alto Paraná.Así es que, por ejemplo, desde entonces se habilitó el ingreso a la réplica de la que fuera su primera vivienda, que ocupó con su primera esposa, la joven Ana María Cires, donde también nacieron sus hijos Eglé y Darío.Desde la puerta misma parece sentirse su presencia. Un banco de trabajo, una salamandra, los dormitorios, con las camas que él mismo fabricó, el sonido ambiente, y el relato de Delia, encargada del lugar desde 1987, con la colaboración de su familia, quien obviamente conoce cada detalle del paso de Quiroga por el lugar, completan la escena.El segundo hogar que levantó, a pocos metros, para vivir con su segunda esposa, algunos años después, también parece encerrar su esencia, ahora ya en un hombre más maduro, que entabla una conversación con su mujer de una habitación a otra, mientras su máquina de escribir parece tipear alguna de sus tantas historias y los pájaros cantan en las jaulas que cuelgan del techo, en la galería del fondo, donde aún hay vestigios de la piscina que construyó para su amada y que transformó en serpentario cuando ella lo abandonó.Lamentablemente son muchas las situaciones que deberían atenderse todavía, como el estado de los caminos, que si bien en los últimos días recibieron mantenimiento, fueron blanco del abandono, según cuentan los vecinos, por una disputa entre el Municipio y las areneras de la zona.Para recibir a los visitantes, se levantó un espacio bellísimo, con una vista sumamente privilegiada, pero que a pesar del poco tiempo que lleva en pie, comienzan a visibilizarse graves falencias, como el haber empleado madera que no es acorde con el clima que caracteriza al lugar, que se deteriora a pasos agigantados. La mala disposición de los sanitarios, que se comunican directamente con el salón. Los aires acondicionados, de muy pocas frigorías como para tornar agradable el ambiente.En el sendero, ese místico caminito rodeado de cañas, que la encargada del lugar limpia a diario de hojas y ramas, porque fácilmente podrían confundirse con una yarará, las postas donde cuentos como “Las medias de los flamencos” y “La gama ciega” se oyen en un relato atrapante, ya no funcionan, como consecuencia del agua de lluvia que se filtra hacia los parlantes, y las esculturas lucen el trágico paso del tiempo.“No valoramos lo que tenemos, Horacio Quiroga no debería ser solo el 19 de febrero. Tenemos la posibilidad de conocer su esencia y disfrutar de un lugar maravilloso, con una excelente atención, por qué recordarlo solo el día de su muerte”, se preguntó Susana Miérez, una posadeña que casualmente llegó a “La casa de Quiroga” y recordó además que este uruguayo “fue fundador y vicepresidente de la Sociedad Argentina de Escritores (Sade), no solo autor de ‘La gallina degollada’ o ‘El almohadón de plumas’ y merece que su historia se comparta y, por sobre todo, se preserve los 365 días del año”.Fotos: Gentileza G.Spaciuk, R.T. y P.d.P.
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