(Nota publicada por PRIMERA EDICIÓN el 11 de febrero de 2012)La escena conmovió al propio reportero gráfico que se encontraba en el lugar, un constante retratador de lo que sucede en las calles posadeñas. “No tengo para comer, por eso tengo que salir a robar. Le quise sacar la cartera a la señora para comprar comida, porque tengo hambre”, reconoció en medio de un mar de lágrimas Aníbal, de apenas 17 años.¿Quién es Aníbal? Uno de los tantos menores de edad que viven en las calles posadeñas sin ninguna contención más que la de sus propios iguales. Según cifras oficiales dadas a conocer hace algún tiempo, Aníbal es uno de los entre cincuenta y setenta chicos que deambulan por el asfalto de la capital sin rumbo fijo.De ese número, según estimaciones de distintas fuentes, un alto número conforma el mundillo local de la delincuencia juvenil, un problema que azota en los barrios como en el centro y que tiene que ver con las drogas, la marginación, la pobreza y -como esta vez- el hambre.Lamentablemente, casos como este suceden a diario en Posadas y, como se trata de delitos menores, muchas veces no trascienden en los medios. Sin embargo, el de ayer fue notorio por las declaraciones del menor, que reflejan la triste realidad en la que viven él y sus pares.El hambre que dueleEsta vez, sucedió cerca de la intersección de las avenidas Francisco de Haro y Santa Cruz, a cuatro cuadras de la ruta nacional 12 y a plena luz del día.Eran cerca de las 8 de ayer cuando una vecina de la zona salió caminando en dirección a un maxikiosco emplazado sobre la avenida Santa Cruz para comprar algunas provisiones. Sin saberlo, la mujer de 78 años estaba siendo “vigilada” desde lejos.Cuando regresaba de realizar las compras y en momentos en que subía un par de escalones de la vereda, la vecina fue sorprendida por Aníbal, quien se aferró de la carteracomo si se tratara de un tesoro e intentó emprender la huida.Sin embargo, pese a los años, la víctima impuso una tenaz resistencia y comenzó a gritar. Entonces, un vecino se percató de lo que ocurría y comenzó a correr hacia el lugar.Eso fue suficiente para que el muchachito de los ojos tristes y el estómago vacío soltara el bolso de la mujer y se diera a la fuga.Mientras la mujer se reponía, el testigo llamó al sistema de emergencias 911 y desde la central policial se alertó a todas las unidades sobre el hecho. Un móvil del Comando Radioeléctrico de la Unidad Regional I que casualmente circulaba por la zona acudió en auxilio y a los pocos metros logró aprehender a Aníbal, que había sido reducido por un grupo de vecinos y un policía que circunstancialmente caminaba por el lugar.En el mismo momento en el que el adolescente y la abuela se subían al patrullero con destino a la comisaría seccional Tercera para los trámites de rigor, llegó PRIMERA EDICIÓN. Allí se produjo el intercambio que desnudó la dolorosa realidad del muchachito. “Le quise sacar la cartera porque tenía hambre”, lanzó Aníbal, esposado, desde el asiento de atrás del patrullero. El menor intentó contener las lágrimas, pero no lo logró y, en medio del llanto y con un hilo de voz, repitió: “Le robé a la abuela porque tenía hambre y no tengo plata, y acá nadie me quiere dar trabajo”.Esas lágrimas y las palabras, escuetas pero profundas, dejaron en silencio a los testigos y a la abuela, sentada en el asiento del acompañante. Nadie se atrevió a decir más nada y la bronca popular se transformó en un escalofrío que congeló la sangre.“¿Y tus padres? ¿Dónde vivís?”, le consultaron. “Mis padres murieron, yo vivo en la calle”, respondió Aníbal, con la cara completamente humedecida. No hubo tiempo para más y el móvil partió a la Tercera.Fuentes policiales cercanas al caso confirmaron después que el menor de edad no poseía DNI y que en su mochila hallaron una manta que utiliza para descansar. “Donde le agarra la noche, duerme”, dijo un vocero.Las mismas fuentes comentaron luego a este medio que, a las pocas horas y como marca la ley ante la minoría de edad, Aníbal fue liberado.No obstante, su historia volvió a poner en el tapete el drama de la delincuencia juvenil, que acecha en las grandes urbes del país y del que Misiones no está exenta.Más allá de los estragos de la droga y el alcohol, que generan los conflictos protagonizados por adolescentes en barrios marginados y que llevan a la delincuencia a muchos, casos como los de Aníbal hablan a las claras de que muchas veces la asistencia no llega adonde debería.
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