Caminaba por una larga playa, los pensamientos recorrían mi mente y lo real se quedaba marcado sobre la arena en forma de pisadas que me seguían cargadas de nostalgia. En aquel alejado lugar, donde el Océano Pacífico besaba con una furia apasionada a las grandes y silenciosas dunas de Nazca, interrumpido por un momento con mi presencia, caminaba por la orilla viendo mis recuerdos que se transformaban en un delgado hilo de arena que escapaba de un apretado puño que trataba de retenerlos inútilmente.Aquel paisaje tan desolado como perturbador traía imágenes que se ensamblaban como pequeños granos de arena que fueron formando figuras que no tenían voz ni perfumes, las mismas se derrumbaban una y otra vez sin importar los deseos que tuviera para que permanezcan inmutables por siempre en la arena y en mi mente. Cuando somos niños construimos imponentes castillos de arena con profundas fosas y puentes que desafían la gravedad para que los caballeros puedan ingresar en él y desatar las más cruentas de las batallas y liberar a esa hermosa princesa que se encuentra aprisionada dentro de una de sus torres. Pero con el tiempo la imaginación de un niño se transforma en la rebeldía y en los sueños de un adolescente que sin darse cuenta le dará paso a los pensamientos del hombre que llevará consigo aires de nostalgia, mientras recuerda esos fríos labios que se derramaron como una nieve gris sobre su frente. En ese inmenso paisaje de océano y arena me sentía un náufrago que deseaba que aquel bello recuerdo fuera a rescatarme, con la frescura de su piel y así poder acariciarla, hasta dormirme en la suavidad de sus piernas mientras que mi boca dejara esas huellas, que jamás podrían borrarse y así convertirme en el reglón subrayado de su diario íntimo y no en un montón de ganas que vagan por el desierto. Pero en realidad uno se vuelve tan vulnerable e indefenso que ni siquiera hay una botella para arrojarla en el mar indiferente de la esperanza. Tarde o temprano el destino del hombre será la soledad, un irremediable camino en el cual no podremos ni siquiera aferrarnos a nuestra propia vida, que se escurrirá sin detenerse dentro de un reloj de arena.Todos aquellos amores que humedecieron nuestros labios o esos blancos pechos que jamás se podrán volver a tocar, quizás por miedo a que se deshagan en las arenas del tiempo. Fue en ese momento que comprendí que, al igual que esa húmeda arena besada continuamente por el mar, nunca podría escribir su nombre y un te amo dentro de un corazón o construir grandes castillos para rescatarla una y mil veces, porque al final ella, terminaba rescatándome de la soledad.PorRaúl Saucedo [email protected]
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