Celebrar la Navidad es un llamado a mirar nuestros corazones desde la fe. Así como en aquella primera navidad, la alegría del nacimiento del Salvador fue un acontecimiento para unos pocos: José y María; un par de humildes pastores; unos tres magos que estaban a la espera sabia de la venida del Salvador… hoy también puede ser que en medio de tantas ocupaciones, la Navidad haya pasado como una alegría de pocos y de corta duración. Sin embargo contemplamos a un batallón de ángeles que cantaban victoria de Dios en el cielo y en la tierra, que es motivo de esperanza para toda la humanidad. La Navidad nos recuerda que la verdadera alegría no parte desde la grandeza de los palacios, sino desde la sencillez del establo y la ignorancia de los humildes pastores que pocas cosas sabían. La Navidad es una fiesta de la confianza y de la esperanza, en la que un Dios abre las puertas de la salvación a toda la humanidad.Como nos recordó nuestro papa Francisco la Navidad es la certeza de que “Dios está con nosotros y Dios se fía todavía de nosotros”. La Navidad de Jesús, fiesta de la confianza y de la esperanza, que supera las inseguridades y el pesimismo. Y la razón de nuestra esperanza es esta en este amor, bondad, generosidad y confianza de Dios en cada uno de nosotros. Navidad es recuerdo de un Dios que viene a habitar con los hombres. Él decide colocar su morada donde el hombre sufre y padece necesidad. Él viene a traer la alegría a todos, a los de acá y más allá, a quienes viven lejos del centro, de la modernidad y cerca del trabajo duro y difícil. Dios nace en medio de las carencias con un rostro de amor y solidaridad. Pero el nacimiento de Jesús no fue como lo vivimos en esta Navidad, en medio de tantos adornos lindos, luces de colores, sino en un mundo marcado por cosas buenas y malas, por divisiones, maldades, pobrezas, prepotencias y guerras. Él ha elegido habitar en nuestra historia así como es, con todo el peso de sus límites y de sus dramas. De esta manera ha demostrado de forma insuperable su inclinación misericordiosa y llena de amor hacia las criaturas humanas. Él es el Dios-con-nosotros, Jesús es Dios-con-nosotros. Jesús es Dios-con-nosotros, desde siempre y por siempre está con nosotros en los sufrimientos y en los dolores de la historia. La Navidad de Jesús es la manifestación de que Dios se ha puesto del lado del hombre “de una vez y para siempre”, para salvarnos, para levantarnos del polvo de nuestras miserias, de nuestras dificultades, de nuestros pecados.De aquí viene el gran “regalo” del Niño de Belén: una energía espiritual que nos ayuda a no hundirnos en nuestras fatigas, en nuestras desesperaciones, en nuestras tristezas, porque es una energía que nos conforta y transforma el corazón. El nacimiento de Jesús, de hecho, nos lleva a la bella noticia de que somos amados inmensamente e individualmente por Dios, y este amor no sólo nos lo hace conocer, ¡sino que nos los da, nos lo comunica!La fiesta de nacimiento de Jesús que hemos compartido nos recuerda de la confianza de Dios en el hombre y fundamento de la esperanza del hombre en Dios. La primera es que, en su natividad, Dios se abaja, se hace pequeño y pobre. Por eso, si queremos ser como Él, no podemos situarnos por encima de los demás, sino que hemos de ponernos a su servicio, ser solidarios, especialmente con los más débiles y marginados, haciéndoles sentir así la cercanía de Dios mismo.La segunda: ya que Jesús, en su encarnación, se ha comprometido con los hombres hasta el punto de hacerse uno de nosotros, el trato que damos a nuestros hermanos o hermanas se lo estamos dando al mismo Jesús. Recuerden que “quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4,20).
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