El paseo en Cataratas del Iguazú a la luz de la luna llena nos coloca en real peligro de quedarnos cortos: todo, todo lo que se escriba sobre este particular y magnánimo fenómeno es injusto, poco, mezquino. Podríamos decir, por ejemplo, que todo el paisaje se vuelve de un color plata que destella como si fuera metal líquido, conductor eléctrico, imagen en negativo. O que a poco de ingresar se entiende que la ausencia de ruido no implica silencio en la selva que está más despierta que nunca, porque casi todos los animales son de hábitos nocturnos y cuando se agudiza el oído, se los siente ahí, a pocos metros. Podríamos describir torpemente la inigualable sensación de ver en la oscuridad hasta el más mínimo detalle, porque la vista se adapta y uno se vuelve un poco más animal, en el mejor y más literal sentido de la palabra. O intentar reproducir el detalle de los olores que dejan adivinar las flores nocturnas, o entrever la presencia reciente de algún mamífero cuando el tren de la selva se detiene en medio del recorrido y se toma noción del envolvente poder de la naturaleza. Pero para entender la magia hay que hacer este paseo y “sentirlo”, no queda otra. Las agencias de viajes lo venden generalmente como opción “romántica para parejas”, pero también se quedan cortas. Seguramente hacerlo con la persona amada cuantifica cada sensación, pero aunque la visita sea individual, después de partir de la estación central, de hacer el viaje en el tren y recorrer el corto trecho de pasarelas que llevan hasta la mismísima Garganta del Diablo, uno vuelve enamorado de la vida, y retorna a la cotidianidad un poco más humilde, más consciente, más agradecido, más lleno, como la luna. “Este paseo nació hace más de treinta años. Lo hacían los guardaparques que recorrían el parque en noches de luna llena y comenzaron a invitar a la poca gente que se quedaba hasta más tarde. Era algo muy casero, muy íntimo, una experiencia exclusiva y excepcional. Con el tiempo fue evolucionando y hoy el visitante lo pide, pero los cupos son limitados porque no queremos que la experiencia pierda esa característica de intimidad” cuenta el intendente del Parque Nacional Iguazú, Sergio Arias Valdecantos. Por eso, cada turno para recorrer Cataratas en las noches de luna llena sólo tiene hasta 120 cupos, y los guardaparques y guías recomiendan a todos los que tienen el privilegio de entrar, que se embriaguen de una fuerte capacidad de contemplación. La experiencia devuelve ese detalle con gran generosidad.
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