Un país con grandes recursos pero con profundas divisiones políticas y dirigentes que nunca estuvieron a la altura. Mientras países como Alemania y Japón se reconstruyeron en potencias, aquí prevaleció la lógica del auto complot. Hace poco cumplimos 200 años de independencia. Muchísimo tiempo para que un Estado se organice y pueda convertirse en un país que se destaque en el mundo, sobre todo por la riqueza natural y humana que tiene Argentina. Pero en todo ese tiempo, la ciudadanía fue rehén de los intereses sectarios de quienes nos gobernaron hasta ahora. Unitarios vs. federales; oligarquía vs. pueblo; peronistas vs. radicales; militares vs. civiles; kirchnerismo vs. “todos quienes se nos opongan”; Cambiemos vs … (completar a gusto).Nuestro país históricamente ha tenido un problema de conducción. Nadie gobernó para la Nación argentina entera (aunque los discursos digan lo contrario), todos lo han hecho respondiendo a sus intereses de clase y contra lo que quiere o representa el sector contrario. Por favor, no caigamos en la ingenuidad de pensar “pero cómo, si una ruta, un hospital, etc. lo pueden utilizar todos los argentinos no importa cuáles sean sus ideas políticas”, no, ese no es el punto. Habría que convocar a un aquelarre de historiadores y lanzar al fuego la pregunta candente: “nombren a presidentes que hayan gobernado para el país y para todos los que habitan el suelo argentino, sin distinción de banderías políticas y sin poner palos en las ruedas del carro ajeno”. Podrían sobrar los dedos de una mano. Casi como en el fútbol, se puede decir que cada tanto aparece un dirigente que, con cosas buenas y malas, se destaca sobre los demás y se convierte en un líder, un referente. Manuel Belgrano, José de San Martín, Domingo Faustino Sarmiento, Juan Manuel de Rosas, Julio Argentino Roca, Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón, Arturo Illia, Arturo Frondizi, Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Néstor y Cristina Kirchner. Los siglos XIX, XX y el comienzo de este nuevo milenio estuvieron y están marcados por estos personajes de la política. Podrán faltar algunos, pero de los que están, su preponderancia es indiscutible. Dirán que de eso se trata la política, de vencer al contrario y mantenerlo acorralado para que no crezca y termine derrotando a quien fue su vencedor. Disputa razonable y hasta normal, pero en el frenesí de la lucha hubo falta de claridad mental para entender que los bandos formaban parte de un mismo país. La lógica recurrente desde hace décadas es: cuanto peor mejor. Cuánto peor le vaya al Gobierno, mejor le irá a la oposición en la carrera hacia el poder. Podrán defender valores, creencias y hasta al pueblo que representan, pero existe una manía de entorpecer gestiones, trabar proyectos aunque sean buenos, “porque sí”. Todo lo que hacen los otros “está mal”, “las ideas que sirven son las nuestras”. Y así, probablemente desde el segundo Gobierno de Yrigoyen (1928-1930) hacia nuestros días, rige el método del auto-boicot en Argentina. Si la señora República cobrara vida echaría a patadas a muchos que operaron en su nombre pero contra el bienestar del país todo. Argentina, destino de potencia, desde 1930 es la eterna promesa que se auto lesiona y nunca termina de andar un trecho a paso constante porque se vuelve a caer. En realidad, le hacen zancadillas. Compararnos parecerá mucho, pero miremos sólo dos países que sufrieron la Segunda Guerra Mundial: Alemania y Japón. El primero destruido por los combates y los bombardeos de los aliados. El segundo sufrió las mismas atrocidades pero tuvo el golpe material y psicológico que ninguna otra nación tuvo, dos bombas atómicas que lo hicieron poner de rodillas y pedir perdón por la alianza que hicieron con el eje Alemania-Italia. Alemania occidental tuvo un líder, Konrad Adenauer, quien apoyado en el Plan Marshall y con una férrea defensa de políticas económicas de choque, llevó adelante el “modelo alemán”. En la década de 1950 sentó las bases y en pocos años volvió a convertir al país en una potencia europea y mundial. Japón sufrió la ocupación de Estados Unidos en la posguerra y recibió ayuda de las políticas exteriores de Washington para que reconstruyera su industria. El principal destinatario de sus exportaciones fue el país del norte. El Gobierno apostó a formar grandes grupos industriales. Otra de las variables que hicieron reflotar al país nipón fue la absorción de los sindicatos combativos comunistas (Sohyo) por uno que representaba a los intereses de la patronal (Domei). Se eliminó la litigiosidad gremial en base al aumento de salarios para quienes estuvieran adheridos al Confederación patronal. A cambio, los obreros debieron aumentar su capacidad de producción con ayuda de innovaciones tecnológicas dentro de las fábricas. Se perdió la solidaridad obrera y primó la competencia dentro de las fábricas. Un cambio radical en la concepción del trabajo sumado a una “cultura del trabajo”. “Mantener ocupada la mente de las personas” fue la idea que prevaleció para sacar a los japoneses de la depresión de posguerra. En 1960 el PBI de Japón superaba al de toda Europa. Volvamos a nuestra cruda realidad. Vivimos saltando de una crisis económica a otra. Cuando termina una y llega la bonanza nos preguntamos ¿hasta cuándo durará esto? El promedio nos muestra que cada diez años todo se va al demonio. ¿Por qué no podemos levantar a nuestro país como lo hicieron otros que estuvieron en peores condiciones que las nuestras? La respuesta puede hallarse en esa división política que nos caracterizó como nación desde los albores de la patria. Destruir antes que construir. Cuando los que estaban en el poder “robaban para la corona”, cada desvío de fondo público era una nueva cuerda que se le tiraba al país por el cuello para jalarlo hacia abajo. Muchos dirigentes nunca gobernaron con la amplitud mental de entender que al repartir y repartirse discrecionalmente los fondos públicos condenaban a Argentina al atraso. Siempre “nos falta uno para el peso”. Sinceridad brutal en aquella histórica frase del dirigente gremial Luis Barrionuevo: “Hay que dejar de robar por dos años” y el país se levanta. Cada gobierno que pasa inaugura obras y en una catarata de propagandas nos muestra ¡cuánto crece el país! “Ya estamos en el primer mundo” decía Carlos Menem y terminó vendiendo las empresas estatales y aniquilando el sistema productivo nacional. “La patria es el otro” decían los Kirchner y al fondo de una ruta o detrás del hospital nuevo crecían las villas miseria y se multiplicaban las hectáreas de Lázaro Báez en la Patagonia. Los que nos fundieron o nunca terminaron de combatir la pobreza, nos volvieron ignorantes en un sistema educativo en el que Argentina est&aac
ute; en el puesto 62 según el ranking mundial 2015 de la Ocde. Mientras crecía el presupuesto educativo, subía la carencia intelectual. Maquiavélico modelo que detrás de escuelas flamantes ocultaba los problemas de aprendizaje. Aunque en otro contexto histórico político, por el destinatario de la frase, el cantautor Piero había resumido en una oración la funcionalidad al poder de un pueblo ignorante “Porque cuando el pueblo sabe, no lo engaña un brigadier”. Cuanto mejor se adorna y mejor habla un dirigente sin escrúpulos, más fácil convence a la patria imbécil. Lamentablemente debemos recordar que Argentina sufrió una guerra y la destrucción de su sistema económico. El conflicto bélico de 1982 no destruyó la infraestructura del país como sucedió en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, pero el gobierno militar (1976-1983) sí hizo pedazos la economía, entre otras atrocidades. Llevamos 33 años de gobiernos democráticos, y un país con la riqueza de Argentina todavía no ve la salida hacia el desarrollo. El haber hablado de Alemania y Japón en párrafos anteriores fue para establecer un contraste para ejemplificar cómo en un poco más de una década, con dirigentes capaces, con ética en la función pública y la ciudadanía trabajando y empujando hacia adelante se puede salir de cualquier crisis por más terrible que haya sido. La duda razonable hace pensar si en realidad debajo de los discursos de lucha contra la pobreza y por un país mejor, no existe un plan para mantener a amplios sectores de la población en esos niveles de carencia material e intelectual, como rehenes de políticos que se muestran como “la mamá o el papá” que los va a ayudar siempre… Siempre y cuando los voten en cada elección. En algún momento de nuestra historia se forjó a fuego en nuestro inconsciente colectivo la visión infantil de que necesitamos que alguien que nos conduzca, que nos muestre el camino. La ciudadanía depositó esperanzas en muchos de los que aparecieron. Ineptos, ladrones, irresponsables y complots. Entre llantos, seguimos esperando nuestra golosina. Luego que el Indec difundiera que el 32% de los argentinos está en la pobreza, el expresidente Eduardo Duhalde dio una fuerte autocrítica: “Los dirigentes de mi generación han fracasado. La palabra es fracaso. Hace 19 años, me llamó el (periodista) Negro Oro y se me escapó lo que yo pensaba: ‘Soy parte de una dirigencia de mierda’. Pasaron unos años y me volvió a llamar. Y le respondí que está peor. Esa dirigencia no estuvo a la altura”. Pocos se animan a decirlo, porque sepultarían su carrera política y porque muchos no saben hacer otra cosa más que vivir de cargo en cargo en el Estado. ¡Gracias por los favores recibidos! (ironía).Dicen que las nuevas enfermeras llegan a los hospitales públicos con “otra cabeza” para hacer el trabajo, pero se topan con las “mañas” y los secretos profesionales de las “viejas”. A la larga terminan mimetizándose. Si miramos la panoplia de la política vemos que hay muchas nuevas caras. Algunos ya cambiaron la piel para sobrevivir ahí adentro. Siempre queda la esperanza de que los nuevitos tengan verdadera conciencia de nación y no terminen como camaleones. Demasiados caciques con chozas repletas de plata. Muchos, disfrazados de líderes, mostraron que su principal aspiración era sólo ser alabados para luego ir a dormir cómodos en cuevas como las de Alí Babá. Ahora que no hay restricciones, ¿habrá que traer líderes de importación? ¡Que vergüenza! ¡Que no se entere nadie! Colaboración: Lic. Hernán Centurión
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