Hace sólo unos días, una conversación entre dos posadeños que pasaban los 50 años me provocó un sobresalto:- Cómo está todo cambiado hoy en día. Antes cuando éramos chicos podíamos agarrar una cañita, nos íbamos a pescar al río y no nos pasaba nada. No había peligro para la gurisada. Hoy mirá si un padre va a dejar que su hijo de diez años se pierda por ahí y aparezca recién a la tardecita. Como está la calle ahora, ni loco. Cuánta razón, cuánto han cambiado la ciudad, la gente, las costumbres, la fisonomía de las veredas, el tránsito y hasta los peligros. Sin miedosHace mucho, nuestros abuelos y madres intentaban asustarnos con esas historias del Pombero o el Yasy Yateré, para que nos quedáramos en casa mientras ellos dormían la siesta. Pero nos escapábamos igual. A ver qué travesura se podía hacer por ahí. Pantalón cortito, gomera en mano para recorrer la vieja estación, el barrio el Chaquito o el ecosistema de la abandonada cantera Santa María. Hoy por esos lugares pasa la costanera, los fines de semana hay ferias, recitales y hasta hay una cascada artificial. Y si miramos hacia el oeste, en aquellos días en que Villa Cabello era un conglomerado donde no llegaba el asfalto, la hazaña de los chicos era andar por los “montecitos” de la zona. El clímax de la exploración agreste era la gran aventura de llegar a la desembocadura del arroyo Mártires, cual conquistador que después de atravesar tierra llegaba a divisar el mar, aunque este no fuera nada más que el río marrón. Cada uno tendrá sus propios recuerdos de aquella infancia “cabezuda” en lo que tal vez, lo más grave que nos podía pasar era que volviéramos con algún raspón, un chichón en la cabeza o el anzuelo clavado en algún lugar insólito del cuerpo. Si tuviéramos la fortuna de encontrar viejas fotos, podríamos ver que antes lo normal eran las casas sin rejas. Al frente, muros que a lo sumo llegaban hasta la cintura. Ya casi no se ve a la gente tomando mate o mirando la televisión desde la vereda. Sólo de recordarlo da risa, parece increíble pero hubo una época en la que vivíamos así, totalmente despreocupados, o mejor dicho, nos preocupaban otras cosas. Reconfiguraciones ¿En qué momento empezó a cambiar todo? Probablemente haya sido desde finales de los ’90. La ciudad se fue haciendo más extensa y poblada. Muchísima gente que abandonaba las chacras y llegaba a Posadas a probar una mejor vida. Llegó la crisis de final de 2001. Se multiplicaron los asentamientos en las afueras de la city. Gente que la pasaba mal en el interior, acá no pudo lograr una mejoría. Llegó la época de la relocalizaciones de la EBY. Personas lejos de su hábitat, ese lugar donde la gente había crecido, aprendido a vivir y donde se había forjado su identidad. De golpe fueron sacados de “su lugar” por el bien mayor que perseguía la Nación, la construcción de una represa. Nuevos barrios en los bordes urbanos. Con eso, llegó además el asistencialismo del Estado. Gente expulsada de su barrio, de “su lugar de trabajo”, fue acompañada por políticas públicas con viviendas y asistencia integral. Pero eso cambió sus vidas. Los antiguos vecinos que antes estaban cerca del río hoy caminan por la costanera y se sienten extraños.El factor de riesgoQuien escribe, cuando apenas era un adolescente, puede contar que a fines de los 80, la droga circulaba por ahí, pero era muy distinta a la que hoy está en prácticamente cada barrio de la ciudad. Era distinta porque quien la consumía era visto como un loquito, un tipo peligroso, un paria. Sin embargo hoy, fumar se volvió cool y ni hablar de las más adictivas y perniciosas. La norma es probar, consumir es la regla. Afortunadamente todavía quedan rebeldes que resisten a esa lógica que fagocita neuronas.Crisis de valoresA mayor desigualdad, menores posibilidades de ascenso social. En medio de la pulsión por el consumo y “el tener para ser”, gran contraste entre el laburante que la peleaba día a día y el político que sorpresivamente se volvió rico. Contemplamos como pusieron a la moral en venta, y así, con ese ejemplo, mucha gente también puso sus valores en un limbo. Entraron en descrédito las antiguas instituciones. Nos quedamos casi sin reserva ética. La falta de trabajo, el asistencialismo social que no sirvió para sacar a la gente de la pobreza, la destrucción del tejido familiar, la desesperanza hizo que se viviera para el hoy. Ese pibe que creció viendo a su padre sin laburo, sin divisar una luz al final del túnel, fue tentado por el escape que ofrece el alcohol y la droga como reservorio de satisfacción fugaz. Deserción escolar, changas, trabajo en negro con remuneración a nivel de explotación. Para los temerarios, la opción a eso fue el raterismo, pequeños hurtos a vecinos, robo de estéreos (la plaga que se inició en los 90). Lo que siguió fue el robo de celulares a punta de cuchillo en alguna parada oscura del centro o de cualquier barrio. Después aparecieron los pungas y el arrebato en los colectivos. El siguiente escalón fue el robo de motos y la importación de la modalidad “motochorro” (las epidemias actuales). Y aún más grave, el robo con arma de fuego en casas particulares, comercios. Homicidios, femicidios y hasta violaciones “en la zona más segura”, dentro de las cuatro avenidas. El tránsito, la estrella tristeHace 20 años el parque automotor posadeño contaba con 44.185 automóviles y había poco más de 1.000 motovehículos patentados. Lo común era ver motociclistas sin casco, no era obligatorio llevarlo. Los accidentes fatales en accidentes de tránsito no preocupaban porque eran “accidentes”. Pasaron los años, se extendieron las calles, subió el número de autos y motos. Hoy hay más de 80 mil automóviles y más de 30 mil motocicletas circulando. Mucho tráfico, a pesar de la educación vial, en general se maneja muy mal. El alcohol al volante fue el clavo que faltaba para cerrar cada vez más ataúdes y dejar familias destrozadas por siniestros viales en el ejido urbano. Según datos estadísticos de PRIMERA EDICIÓN, el 2015 cerró con 23 muertos sólo en Posadas. Respira como urbe, late como puebloComo toda ciudad capital, en esa lógica posmoderna de grandes núcleos urbanos y concentración de personas en detrimento de las zonas rurales, vimos como esa dinámica trajo aparejados cambios que están a la vista de todos. La mutación de pueblo a ciudad grande comenzó hace mucho y los efectos los vemos en estas últimas épocas. Mucho hormigón, pocos árboles, caravanas de autos que ingresan a la urbe y la recorren cada mañana. Vecinos atrincherados, muros altísimos, rejas, cámaras de segurid
ad y perros. La sospecha preventiva ante el desconocido como nueva costumbre. Miradas para escudriñar intenciones. Cambiamos nosotros, nos han hecho cambiar. Hay muchos responsables y eso también nos incluye. La ciudad sigue linda y a pesar que ya nada será como antes, todavía conserva el latido de pueblo. Esos momentos de tranquilidad, a la hora la siesta, calles semivacías. El Yasy y el Pomberito todavía deambulan, aunque dicen que andan más escondidos, porque ahora son ellos los que nos tienen miedo. Colaboración:Lic. Hernán Centurión
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