A sus manos llegaron los cuerpos quemados de los hombres que estaban en el buque General Belgrano.
“El olor a carne quemada no se me quitará nunca”, confesó la enfermera Elsa Rodas durante nuestra charla. Ella forma parte de esas mujeres de la guerra que habían estado en el anonimato hasta que la escritora Alicia Panero las busca y escribe el libro “Mujeres Invisibles”.
A 34 años del conflicto, esta misionera de Campo Viera, se deja ver y reconocer. Hoy sigue su trabajo humanitario en colonias aborígenes. Para ayudar realiza artesanías con elementos reciclados y tiene un puesto al que siempre le coloca su bandera de las Islas Malvinas. Elsa va a escuelas “Malvinizando”, para que las nuevas generaciones sepan qué ocurrió, cómo los soldados dieron su vida o quedaron mutilados para defender nuestro territorio.
Elsa habló sobre su vida actual y cómo le afectó el haber estado ahí, viviendo el dolor y también el miedo porque en la base estaban alertados de posibles bombardeos.
“Sentí que cambié como mujer. En aquella época era soltera, tenía 23 años. Estaba de novia y como toda pareja planificábamos el futuro… casarnos, tener hijos… pero me acuerdo que estaba cepillando un cuerpo quemado, al que había que quitarle la ropa pegada, el cinto pegado a la piel. Una mezcla de ropa y piel. Quitar todo, con técnica, despacio, en una pileta de fibra de vidrio cargada con agua y antisépticos hay que cepillar. No hay otra forma de sacarle los tejidos quemados. Se realiza con un cepillo de cerda suave, como un cabello… No era un paciente, eran decenas, no sé cuántos. En un momento, en mi inconsciente dije: ‘nunca voy a tener hijos. No quisiera que le pase esto a mi hijo o que sea un hombre que decida una guerra’”.
Pasaron los años, Elsa se casó con su novio y nunca pudieron tener hijos. Años más tarde, en una terapia supo que lo que se decide en momentos fuertes, queda grabado en el subconsciente. Hoy es feliz, aunque no olvida y no olvidará nunca. Sí puede contarlo.
Su silencio lo atribuye a la ética
Elsa cree que si ellas, las enfermeras y las mucamas, no hablaron fue porque no se sintieron protagonistas como lo fueron los soldados. Cuando hablan de los chicos de la guerra ella dice: “Yo no vi chicos, vi hombres jóvenes, valientes, con un coraje y unas ganas de volver al lugar del conflicto para seguir luchando”.
Hoy, tiene otra historia y lo que es mejor aún que quedará para la próxima: está viviendo un romance con el primer herido de la guerra, a quien también atendió, el cabo Ernesto Ismael Urbina. Se reencontraron después de 34 años.