Examinando el modelo común de felicidad en el que hemos basado la construcción de los proyectos vitales individuales, se observa rápidamente como está asociado a un modelo de éxito social basado en el nivel de consumo, la ambición por tener y la preocupación por la imagen (corporal y social) así como el reconocimiento público de todo ello. Constituyen un modelo al que tantos y tantos se suman participando en esta nueva crisis a base de especular precisamente con la imagen y con la capacidad de tener, sin importar los medios para lograr los fines.Así aparece un prototipo de “telos” vital que la sociedad recompensaba mientras olvidaba observar las virtudes morales aplicadas en el día a día sin mirar el cuánto ni el qué dirán, sino por el hecho de la convicción de poner en cada acción lo mejor de cada uno por el hecho de pensar que es lo mejor en sí, en esa circunstancia.En cambio, famosos sin por qué llenan el tiempo y el espacio de los medios de comunicación, sus frivolidades y sus personalidades carentes de nada que sea ejemplar y positivo configuran el imaginario social de lo deseado produciendo imitación, se quiera o no, por aquello de lo subliminal e inconsciente.La mera exposición pública como deseo inconfesable de los individuos mediáticamente socializados que hoy es tan común ya la habían detectado, analizado y denunciado en los años 60, Horkheimer y Adorno en su crítica a la dialéctica de la ilustración. Observaron como a través de la proliferación de cines se consolidaba la cultura de masas en la postguerra generando en cada fan la ilusión profunda de ser una estrella, que como las de la época y de ahora, salen de la nada y se convierten en fenómenos globales, en estrellas. Ser uno de estos elegidos por el sistema de representación, viene a ser lo contrario de ser alguien por uno mismo, independientemente de que los focos de la opinión pública se dirijan alguna vez sobre sus acciones, sobre su ser; es más, independientemente de que siquiera otra persona vea nuestras acciones, el criterio de nuestras acciones debería ser siempre el mismo e independiente de los demás, pero a la vez debe considerar precisamente a esos demás aunque ellos no lo sepan.En esta dicotomía entre actuar por convicción y actuar por el estrellato ha ganado evidentemente el segundo con sus mil juegos de grandes hermanos que son la bazofia de la humanidad exaltada y llevada hasta sus propios límites actuando así lo más obsceno: la exhibición de la miseria humana en sí y para sí.Tanta es la desviación de una individualidad que poco a poco, siguiendo los modelos actuales, muchos, en su medianidad, se han encontrado que el camino que les habían vendido como el éxito y la felicidad no les servía, pero a ese punto también se encuentran sin posibilidad de corregirlo, cambiarlo o crear uno nuevo.Superar la actual crisis quizá empieza por el trabajo individual, volviendo a lo simple, al compañerismo, a la solidaridad, a la empatía y la comprensión, al compartir, al competir sanamente, al no querer tener más sino ser más. Un cambio de motivaciones, expectativas e intereses que cambie la forma de priorizar, de desarrollar el esfuerzo y de enfocarlo.Sólo en una sociedad con individuos re enfocados se puede pensar en un cambio. Un cambio desde abajo, desde la base, de cada uno pensando en todosColaboración:Mariana Urquijo Reguera. Filósofa, Investigadora. Profesora Titular Cátedra Antropología FilosóficaLicenciatura en Filosofía – UCAMI.
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