Sin dudas, Liza extraña a su familia, los asados de los domingos y pequeños rituales como tomar mates con su mamá al levantarse o ir a comer todos juntos a la casa de alguno de los tíos. Pero bien lo dijo su madre, Edith del Carmen Hanchereck, antes que la menor de los cinco hijos (Martín, Paola, Gonzalo y Marcos) viajara para radicarse en Francia: “Sos una chica que siempre logra lo que quiere, así que te va a ir muy bien. Anda con confianza que Dios te protege”. Esa frase sirvió para que la joven tomara el envión y fue la que la sostuvo y la sostiene a la distancia. Esta estudiante avanzada de turismo, nacida en el barrio Mariano Moreno, de la capital misionera, siempre tuvo la idea de experimentar en el extranjero. Admitió que mientras cursaba su carrera en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la UNaM “amaba” las clases de la arquitecta Graciela de Kuna, quien mostraba fotografías de sus viajes en materias como Historia del Arte o Arquitectura del Mundo, y “soñaba con poder algún día tener esas experiencias”.
La permanente búsqueda, la llevó a la Alianza Francesa de Posadas a estudiar el idioma “porque siempre me gustó, me parece muy romántico. Cada vez que iba a tomar clases me sumergía en ese mundo de la cultura y el idioma”. En ese espacio conoció a un grupo de jóvenes que, cree, “fueron determinantes a la hora de terminar de gestar toda esta idea del viaje”. Tal es así que Nico Yasnikowski, María Alicia Perrota, Patricia Ramírez (actual directora de la Alianza), se sumaron a la odisea. “La idea inicial era conocer, no quedarme a vivir. Pero después cambié de opinión porque volver implicaba un gasto que es prácticamente imposible para un argentino y su economía. Fue entonces que empecé a averiguar y gestionar mi primera visa de vacaciones y trabajo por un año”, contó desde su residencia en Châtillon, en las afueras de París.
El grupo llegó a Francia el 28 de enero de 2018, y dos días después Liza festejó su cumpleaños 29. Fue ahí donde comenzó la verdadera aventura. Los amigos se fueron y ella se quedó “solita” en Europa, por primera vez. Para tomar coraje “me dije: soy yo contra el mundo. Acá no está papá, mamá ni nadie y las cosas las tengo que resolver yo”. Primero vivió en un hostel y luego la obereña Ana Kluge, la alojó en su casa, donde permaneció por dos meses. En ese ínterin diseñó un currículum en francés con la ayuda de otros amigos. El reparto del escrito se extendió hasta que consiguió trabajo. Con el idioma “me ingenié como pude para empezar a trabajar. Podía hablar un poco porque tenía la base de los estudios hechos en la Alianza, pero la verdad es que el idioma que aprendemos en un Instituto no es el mismo que se habla en la vida real. Conocí a gente muy amable en el camino y otra que me puso palos en la rueda, o directamente fue indiferente a mi situación”, explicó. Y añadió que “estando lejos de los míos entendí un montón de cosas, aprendí a valorarlas.
La experiencia tiene sus cosas lindas y feas. En general el año entero que estuve acá me encantó, así que en febrero de 2019 decidí volver a Argentina para confeccionar una visa de estudiante, que se puede renovar”. La visa la obliga a hacer curso de francés “para nivelarme. Mi idea es terminar mi carrera universitaria. Con los estudios que tengo es probable que me pongan en el último nivel de la licenciatura y pueda anotarme al máster en hotelería de lujo. Estoy re entusiasmada”.
El primer trabajo fue en un McDonald’s. “Me gustó la empatía del director de la firma. Estaba aterrorizada porque no podía mantener una conversación en francés y él me pidió que me presentara. Empezó a hablar en francés y como vio mi cara, siguió con el español. Me dijo que quería saber como me desenvolvía y que el francés que tenía era suficiente para trabajar allí, que viniera a firmar el contrato”, confió. Y aseguró que estaba “feliz porque hacía un mes y medio que estaba en Francia, ya los ahorros se me habían acabado prácticamente y había entrado un poco en pánico. Cuando me dijo podés empezar, salté en una pata. Me pasó la mano y de la emoción le estiré para darle dos besos, que es algo que no se estila”. En ese comercio conoció a jóvenes indios, japoneses, chinos, colombianos, venezolanos, coreanos, y aprendió un poco de cada idioma. “Esa experiencia fue muy buena, enriquecedora”, alegó, quien tardó tres años en equipar su departamento y en sólo tres meses vendió todo para juntar dinero e instalarse en el viejo continente.
Entiende que “me re jugué. Pero gracias a eso todo me salió bien. Creo que el universo conspira cuando uno decide seguir sus sueños. La mayoría se queda en su zona de confort pensando qué pudo haber sido si. Yo decidí tomar otro camino para ver qué había más allá del horizonte”.
Admitió que “siempre escucho mucho a mamá, ella tiene un poder de intuición. El día que fui a su casa a revelar mi decisión, hizo un mate, fuimos al jardín y me preguntó qué me pasaba, porqué tenía esa cara. Cuando le expliqué y me dijo que me iba a ir bien, sentí que era la señal. La bendición de mi mamá es la firma que falta para el contrato millonario. Con esa bendición dije, definitivamente, tengo que irme. Fui a hacer unas cosas y volví para almorzar. Mi papá (Raúl Alfredo Pais) ya estaba al tanto y comentó: ¿así que te vas de viaje? Sí, por un tiempo. Contesté”. El camino estaba allanado. Todo se fue dando como Liza esperaba. Empezaba la cuenta regresiva.