Estuvimos en la fiesta de cumpleaños de Vidalvina Pintos, más conocida como doña Negra o simplemente Negra para los más íntimos. Llegar a los cien años pudiendo conversar, caminar (con dificultad según el día), escuchar un poco mal, pero muy bien lo que sí le importa oír, es mérito en sí mismo.
Pero mérito es de quien a los cien años puede llenar una cancha techada con familiares, y más, con ¡amigos y vecinos! Eso habla de ella, una mujer sin tapujos, abierta, sociable, agradable y sincera hasta los huesos, esos que se notan en su delgadez. Aunque ella asegure que apenas camina, se nota que es ágil y activa, o al menos lo fue en demasía cuando se dedicaba a los trabajos en la chacra.
“No eran trabajos forzados -aclara-, yo hacía porque me gustaba: íbamos a carpir, arar, teníamos bueyes, plantábamos, cosechábamos. No me gustaba la cocina, nunca aprendí a cocinar, hago unos guisitos, pero de eso se encargaban mis hermanas, a mí me gustaba la tierra; teníamos vaquitas, yo era la que ordeñaba”.
Vivían en la colonia, en Bonpland. Recordó con nostalgia que eran cuatro mujeres y dos varones, de los cuales solo vive una más chica, de 90 años. “Nos quedamos huérfanos muy chiquitos y mi papá nos crió con mucha paciencia”, reflexiona con la voz entrecortada.
Mientras relata su historia, no puedo esperar a pedirle el secreto de la longevidad y me dice: “Yo creo que es el trabajo, el trabajo no mata y ¿sabe qué? yo conocí el médico recién a los 30 años. Nosotros nos curábamos con yuyos y remedios caseros, había señoras a las que consultábamos. Comíamos todo lo que cosechábamos, no había para comprar nada, todo era casero, natural. Yo ahora como de todo, el médico me dijo ‘si le hace bien, coma de todo pero poquito’ y eso hago. Siempre digo que vivir tantos años es porque parece que nos criamos tan natural, con todas la cosas de la chacra, hasta frutas: duraznos, naranjas, mandarinas. Íbamos a los tumbos, pero todos bien, gracias a Dios”.
Ella sigue con sus “yuyitos”, aunque reconoce que también toma las medicaciones que le da el médico, pero “me tomo una aspirineta y me hago mi tecito también”.
Vidalvina, un nombre poco común, “me puso mi mamá, que era descendiente de brasileros, pero todos me conocen como Negra”, aclara y reconoce que ya está un poco cansada. “¡Ay! m’ hija, hay días en que digo: ‘bueno, hasta acá llegué’, pero logro levantarme, me lavo la cara y me recupero otra vez. Me duelen las rodillas, también cualquier cosita me pone nerviosa y perdí una hija, tuve seis hijos y solo me quedan cinco. Ella era mi compañera…”, se le encoge el pecho y se traga el llanto.
Pero doña Negra tuvo su gran fiesta de cumpleaños, la mimaron sus cinco hijos, nietos y bisnietos, cuya cantidad no puede recordar pero “¡son muchos!, más de 17”. Hubo cosas ricas, un souvenir del árbol de la vida, con escenario de reina y música en vivo. Bailaron y se divirtieron, ella confesó que “si no me dolieran las rodillas, yo estaría ahí bailando”.
Negra se casó ya grande para su época: tenía 29 años. A los 30 tuvo su primer hijo y luego vinieron cinco más. Tres varones y tres mujeres. Conoció a su esposo en el baile familiar, él fue a Bonpland y solo vinieron a Posadas cuando su papá falleció, porque “yo no quería dejarlo solo”. Fue esposa, mamá y ama de casa, cosía y tejía para sus hijos y luego para los nietos, que la visitan y quieren mucho. Vive con su hijo varón, el mayor, quien también le da todos los gustos.
Y como si me regalara un secreto más para tener en cuenta, dice: “Creo que, a pesar de mi dolor de cabeza -que no tengo siempre, a veces no más-, estoy bien, trato de ayudar, tengo muy buenos vecinos, creo en Dios y la Virgencita. Hay que tener fe en que las cosas te salen bien y así es. A veces escucho en la tele que se pelean y eso ¡ay, no! Ya cambio”.
Ya saben, muchos secretos, dos infalibles. Ustedes tomen nota que yo ya lo hice. ¡Feliz Vida, Doña Negra!
Por
Rosanna Toraglio
Periodista-Editora
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