SANTA ROSA, TOBUNA Y PARAJE EL POLVORÍN (Sergio Alvez y Juan Carlos Marchak, enviados especiales). Hoy se cumplen tres años del paso del tornado tipo F4 que en cuestión de segundos fustigó a varios parajes rurales de San Pedro, configurando el accidente meteorológico más devastador de la historia de nuestra provincia, con un saldo de once víctimas fatales y cientos de heridos. Los daños materiales comprendieron casi cien viviendas arrasadas, dos escuelas y un centro de salud destruidos por completo, al igual que una iglesia, varios galpones de tabaco, pérdidas incalculables en cultivos y decenas de hectáreas de monte taladas por completo. Al impacto de la catástrofe prosiguieron las tareas de reconstrucción, asistencia y contención a los sobrevivientes por parte del Estado y la solidaridad que llegó desde todo el país. Fue un proceso plagado de denuncias e irregularidades (marcadas por los propios afectados), complejo, que terminó dejando en la mayoría de los pobladores un profundo agradecimiento y algunos sinsabores por promesas incumplidas hasta ahora. Muchas familias de los parajes damnificados – Tobuna, El Polvorín y Santa Rosa- ya no viven más allí: ni bien pudieron abandonaron todo y se fueron.Este tercer aniversario encuentra a estos ciudadanos -casi todos ellos vinculados a la producción agropecuaria- aún cerrando heridas, atravesando el largo proceso de superar el trauma. Pese al tiempo transcurrido, siguen hasta hoy apareciendo historias fuertes y desconocidas. PRIMERA EDICIÓN volvió a recorrer esta semana los parajes, acopiando pensamientos y anécdotas, buscando reflejar el sentir presente de esta población y sus observaciones en perspectiva ante este nuevo aniversario. Conciliar el recuerdoCuando la tragedia ocurrió, la Escuela 613 del paraje Tobuna se convirtió en centro de operaciones, alojamiento de evacuados y punto neurálgico de las actividades de rescate. A este establecimiento acudían cuatro de los niños que resultaron víctimas fatales. El principal desafío de la institución, en estos tres años, fue trabajar en la recomposición moral de sus pequeños alumnos, sobre todo en sus miedos. Es un proceso abierto, apoyado en la labor de psicólogos y docentes, que si bien está dando buenos resultados, todavía debe ser completado. “Notamos que los chicos van superando muy bien la situación. Van conciliando el recuerdo de una manera más saludable y han perdido el pánico que tenían, aunque todavía cuando hay mal tiempo sobrevuelan los fantasmas y los notamos bastante nerviosos a ellos y a algunos padres”, indicó a este diario la docente Irma González Garrido, quien fue docente de algunas de las víctimas. Su compañera, Susana Benke, coincidió en que “todos hemos aprendido mucho de tanto dolor, tuvimos que capacitarnos y seguimos capacitándonos con profesionales. Veo que los alumnos están más tranquilos. A veces hay determinadas situaciones, como la otra vez que estaba por llover y un padre irrumpió en el aula y retiró a su hijo muy nervioso. Persiste el miedo en esos días”. Memorial del horrorEl suboficial Melcíades Fleitas, del puesto de Tobuna, recuerda que “ese día estaba en el destacamento, y escuché primero un ruido muy fuerte, como de granizo. Salgo y veo dos frentes de tornado bajando. Me protegí. Todo duró unos segundos. Luego salgo de nuevo a ver cómo estaba mi vecino, que se le había volado el techo. Y vemos a una persona gritando que más arriba se habían destruido casas y que hay muertos. Que a su suegro se le cayó una viga en la cabeza. Agarré el auto y fuimos a la zona, donde lo primero que encontramos en el camino fue el cadáver de una pequeña. Y luego gente mutilada, muertos, desesperados. Hicimos todo lo que pudimos para rescatar personas hasta que llegaron los refuerzos de San Pedro”. Traumas que persistenOlga Prestes (48) vive en Santa Rosa, la noche del tornado sufrió fracturas y vio volar por los aires a su madre. Ambas son milagrosas sobrevivientes de la tragedia, aunque lo perdieron todo en esos segundos. “A mí no me parece que hayan pasado tres años, es como si fuera menos. Todavía seguimos angustiados. Hablo con muchos vecinos a los que les pasa lo mismo, no hemos podido recuperarnos”, cuenta Olga, quien reconoce que el trauma le dejó secuelas psicológicas relevantes. “Por ejemplo, me olvido las cosas constantemente, algo que no me pasaba, estoy como distraída mucho tiempo, me refugio en el trabajo en la chacra, eso ayuda mucho para cansarme y dormir de noche, aunque cuando hay tiempo malo es imposible dormir para mí”, señaló. “Muchas familias se fueron de esta zona, algunas ni siquiera vendieron la chacra, sólo se fueron”, agregó en relación al éxodo que existió en estos tres años posteriores a la catástrofe. “Nos habíamos mudado a Santa Rosa unas horas antes del tornado”Un tendal de diversas anécdotas e historias asombrosas se entramaron a partir de vivencias relacionadas al tornado. Hasta el momento, no se había dado a conocer entre estas historias la de la familia Da Silva. Se trata de un núcleo familiar compuesto por una pareja de misioneros y sus hijos, que hasta los primeros días de septiembre de 2009 residía en Buenos Aires. Tenía pensado desde principios de ese año mudarse a Misiones para radicarse en la colonia Santa Rosa. La fecha de mudanza estaba programada para el 9 de septiembre, pero una serie de contratiempos obligó a la familia a mudarse el 7. Dejó atrás la gran ciudad y llegó a Santa Rosa en la mañana de ese día, dispuesta a empezar una vida diametralmente opuesta a la que llevaba en Capital Federal. Pocas horas después, el tornado arrasó el paraje y destruyó parte de la casa de los Da Silva. “Me acuerdo que habíamos descargado todo, pero la mayoría de las cosas de la mudanza estaba en cajas todavía”, recuerda Alvaro Da Silva, uno de los hijos, hoy alumno del cuarto año de la escuela CEP 37 de Tobuna. “El cielo estaba raro”“Estaba anocheciendo y llovía, recuerdo que mi papá estaba cocinando algo para la cena. De repente se empezaron a escuchar sonidos muy extraños, yo hasta llegué a creer que era un avión. Salimos afuera, había empezado a caer granizo y el cielo estaba muy raro. Mi papá se dio cuenta de que era un tornado y nos gritó a todos que vayamos a refugiarnos detrás de una puerta, nos juntamos todos en la cocina. Y ahí sentimos el tornado destruyendo parte de nuestra casa, pero nos salvamos, no podíamos creer lo que est&am
p;aacute;bamos viviendo”, relató Alvaro. Este joven reconoce además que esa noche tuvo la certeza de que “ahí mismo se terminaba nuestra vida, que íbamos a morir todos en ese momento. Hoy, en broma, le digo a mi padre que estuve a punto de que mis últimas palabras fueran de reproche hacia él por habernos traído a vivir acá, ya que entonces yo no quería saber nada de irme de Buenos Aires”. Ningún integrante de la familia Da Silva sufrió lastimaduras de consideración, aunque sí importantes pérdidas materiales en su primer día en el paraje. “La que iba a ser mi pieza se destruyó completamente, no quedó casi nada”, cuenta Alvaro. Además, la familia participó junto a otras de la ayuda a otros vecinos en aquel momento de terrible desconcierto y desesperación. “Tengo imágenes y recuerdos muy duros de lo que fue todo eso”, dice Alvaro, que asegura estar “ya adaptado al paraje, con amigos y tratando de estar bien acá en este lugar”. El CAPS de Santa Rosa, vacío Una de las obras que se realizó con posterioridad al tornado fue el Centro de Atención Primaria de la Salud del paraje Santa Rosa de Lima, uno de los poblados afectados. Se construyó la infraestructura y se inauguró el espacio completamente desprovisto de todo tipo de mobiliarios e instrumental: pelado. Así persiste hasta hoy, pese a que la promesa original del Gobierno provincial contemplaba hasta una salita de internación y dotación de equipamientos. Además, el lugar abre sólo una vez cada ocho días, cuando acude un médico, ya que no hay personas para atender. Hasta hace poco Olga Prestes se encargaba al menos de la limpieza, pero ante el recorte de sus honorarios, cada quince días viene una persona de la Municipalidad de San Pedro a limpiar. El estado de abandono de este “CAPS fantasma”, como lo llaman los pobladores, ya había sido denunciado hace un año. Por esta situación, para muchos la construcción del CAPS no resolvió en absoluto las demandas sanitarias de los parajes de la zona, que ante la inactividad y precariedad del mismo deben seguir acudiendo al hospital de San Pedro, distante a 42 kilómetros de Santa Rosa.





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