Estas palabras se escucharon en una conferencia de prensa:- ¡Ustedes piensan que son mejores que nosotros. Ustedes piensan que son tan buenos y nosotros tan malos. Tienen ustedes la creencia que son tan justos y nosotros tan crueles. Pues son mentiras para apoyar a este violento y ofensivo Gobierno!Se preguntarán quién habrá sido el antikirchnerista que dijo esto. Porque es muy común escucharlo en boca de los políticos cuando hablan desde la TV o desde sus bancas en el Congreso. Pero no fue un político, fueron actores de la cuarta película de la saga hollywoodense de boxeo más famosa de la década del 80. Sacada de contexto, pareciera como si hablaran de nuestra sociedad, donde desde hace años escuchamos lo mismo. “Nosotros somos tan buenos y ustedes tan malos”. La palabra “gorila” fue desempolvada y traída desde aquella década del 50 del siglo pasado, para resignificarla y aplicarla a cualquiera que no coincida con las opiniones del Gobierno. Pero recordemos que en la época de Perón, un gorila era simplemente todo aquel antiperonista. Sin embargo, hoy esa categoría se amplió para caracterizar a cualquiera que piense distinto a la matriz política y al modelo que comenzó a rodar desde el 2003. Pero ¡vaya paradoja! entre los que no comulgan con los lineamientos que emanan de Balcarce 50, también hay peronistas. Y así, todo opositor, además de gorila (en determinadas circunstancias) cargó sobre sus espaldas el mote de cipayo, vendepatria y oligarca. Oligarca porque pareciera que es y o sólo responde a los intereses de las clases más altas. Vende patria porque al oponerse a determinada acción de gobierno, atenta contra la soberanía nacional. O porque (así lo afirman) comulga con las políticas neoliberales como las que hicieron daño a la Argentina en la década del 90. Cipayo: porque trabaja para los poderes concentrados, tanto de fuera como dentro del país. Ya sea desde las grandes empresas productivas o financieras o desde los medios críticos a la gestión de gobierno. En definitiva, basta con sólo pensar distinto.Pero para que esto ocurra debió pasar la dictadura, la década del 90 y los primeros años del 2000. La memoria está aún muy fresca. Y así fue muy fácil invocar a los demonios antiguos. Medio país se puso en contra de la otra mitad. Y también así como al comienzo. “Los de aquel lado son los malos…acá estamos los buenos”. Y esto se extendió desde el mundo de la política a las relaciones interpersonales. Estos últimos años seguramente serán recordados entre otras cosas por marcar una división social entre los anti K y los opositores. De cualquier lado en que se esté se echó a andar un proceso que terminó con amistades y hasta enemistó a familias. En una discusión política se aprendió a atacar al interlocutor en vez de intentar rebatir con argumentos las posiciones de la otra parte. Y así se formó la grieta.Tal vez no fue premeditado, pero desde las altas esferas del Gobierno en un determinado momento sacudieron a los “demonios anti argentina” para atacar a los opositores. Y desde las segundas líneas de la política llegó hasta la mesa de los argentinos.Las redes sociales se convirtieron en campos de batalla ideológicos entre los “amigos”. Prácticamente toda la sociedad quedó metida en esa discusión que comenzó en un combate de generales y luego convirtió en soldados a millones de argentinos. Aparecieron los fundamentalistas de lo (a veces) indefendible. La estrategia era barrer debajo de la alfombra los errores y salir a pegar con la escoba. Mirar la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Basta ver los debates entre periodistas y políticos en la TV. Diariamente observamos victorias pírricas, los que ganan tienen más muertos que los del bando contrario y viceversa. Me pregunto: ¿alguna vez hubo discusiones políticas constructivas? Porque ahora todo se trata de defenestrar al otro. Los que Gobiernan son lo mejor de la historia y los opositores son cipayos vende patria, gobernaron mal cuando lo hicieron, o no tienen experiencia para gobernar. En medio de esa discusión destructiva hay millones de argentinos que no saben a quién votar. ¿A los que van a seguir reventando el país? o ¿a los que van destruir todo lo que se hizo? Porque esos son los argumentos que maneja el ciudadano de a pie. A ese nivel de discusión nos llevaron. En campaña se gasta mucho dinero en la propaganda de un candidato, pero parece que lo que queda en el imaginario social son esas descripciones cuando se habla de uno o de otro postulante. Todos han hablado acerca de lo que van a hacer si ganan en octubre. Han mostrado sus propuestas, pero la grieta creció demasiado, no hay término medio. Desde ambos lados nos gritan que si no elegimos bien va ser un salto al vacío. El miedo a lo que sigue o a lo que vendrá, se instaló aún más fuerte que las ideas. Está bien que la sociedad se haya politizado, ya que más personas se involucran y trabajan por el tipo de país que desean, pero hay que dejar de lado los extremos. Las posiciones antagónicas, la destrucción del otro porque es el otro, no son buenas semillas para la próxima generación de políticos. Y aquí viene la pregunta: ¿quién será el que vaya a cerrar esa grieta? Porque sabemos que se abrió hace muy poco y por llevar agua hacia su molino o por fanatización, muchos cavaron en ese hoyo de posturas recalcitrantes. Pareciera que desde ambos lados tienen la bola de cristal y nos advierten de los días terribles por venir. En pocas semanas sabremos quién será el ganador. Y más allá de las profecías del caos, ojalá quien llegue a la Rosada, construya puentes y no convierta lo que ya existe en un abismo. Colaboración de Lic. Hernán Centurión





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