Me resultó familiar el Hotel Milano, pronto renuncié a buscar otro cuyo jardín me gustó, me hice mostrar las habitaciones y alquilé una. También a la luz del día, el paisaje parecía fantástico, las montañas todas demasiado cercanas y empinadas, y demasiado altas como si hubieran sido creadas por algún pintor extravagante. Pero todo lo cercano y lo pequeño era extraordinariamente hermoso: un árbol, un trecho de costa, una casa agradable y alegres colores, un muro, un jardín, un estrecho campo de maíz bajo una verde parra, pequeño y cuidado como un jardín.Todo era tan lindo y ameno, y alegre y hospitalario, esparcía salud y confianza. Este pequeño paisaje gentil, confortable, con sus habitaciones serenas era digno de disfrutar. Regresé a la ciudad; caminé bajo sonoros pórticos, caminé hasta cansarme por ásperos empedrados, curioseé las tiendas, compré el diario italiano, sin leerlo y llegué por fin al espléndido parque a orillas del lago.Aquí se paseaban los turistas o leían sentados en bancos donde enormes árboles se doblaban temerosos y melancólicos; y otras rarezas crecían enamoradas de sus imágenes reflejadas en las aguas verdosas, que ellos cubrían con sus sombras oscuras. Y sus prados llenos de flores mientras a su frente, en la lejana orilla, se dibujaban blancas y rosadas, luminosas aldeas y casitas. Las obras de arte que amé en mis sueños volvían con nuevo hechizo.Vi que el mágico misterio del arte se abría con la misma llave. El arte revelaba a Dios detrás de cada objeto.HaikuMi balcón.Más cuando yo me asomose abre el universo enteroColaboraAurora Bitó[email protected]





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