Con la sencillez de quien conquistó el mundo, que supo superar el hambre y el éxito, el dueño de la infancia de varias generaciones, Robin Wood, guionista de historietas como “Nippur de Lagash”, “Mi novia y yo”, “Gilgamesh el Inmortal”, “Amanda”, entre muchas otras, en una charla íntima con PRIMERA EDICIÓN repasó su presente, su pasado, su obra, su vida…
Mateo Fussari, Robert O’Neill, Noel Mc Leod, Roberto Monti, Joe Trigger, Carlos Ruiz, Rubén Amézaga y Cristina Rudlinger son algunos de los seudónimos a los que tuvo que recurrir para no copar los índices de las revistas de Editorial Columba, sin embargo Robin Wood es su verdadero nombre, en la misma pluma que llegó a alcanzar entre quince y veinte guiones semanales, y hoy, con 73 años, lo encuentra dando vida a grandes historias.
Su infancia
“Mi madre, que me tuvo en Colonia Cosme (Caazapá), no tenía ningún interés en ser madre, había tenido su relación y de ella nací yo, era rubia, alta, hermosa, mala como la culebra, realista, ella no se iba a atar a un bebé que había nacido de un hombre que le gustó porque era muy buen mozo, muy alto, de ojos verdes (lo único que heredé de él, aclara), que tenía un coche deportivo” y al que dejó “porque la belleza es aburrida”, dijo.
Y recordó que cuando conoció a su padre se dio cuenta que su mamá tenía razón, “era encantador, buenísimo, no sé qué hacía entre la gente de (Alfredo) Stroessner; era muy buen mozo y estúpido como una moneda cuadrada. Un día me dijo, Tino, que era mi marcante de chico, me preguntó ‘cómo es posible que siendo tu madre una mujer tan hermosa como es y yo, siendo un hombre muy buen mozo como soy, naciste tan feo’; pero como desde chico era muy atrevido, le contesté: ‘Cómo es posible que siendo mi mamá una idiota (era inteligentísima, subrayó) y siendo vos un ignorante total, que el único libro que leyó fue la guía telefónica y ni siquiera encontraste el número…’ meneó la cabeza y respondió: ‘A veces es difícil encontrar el número’”.
López Moreyra era el apellido de su padre y que pretendió legarle, pero “me bautizaron en la colonia, viví ocho años con mi bisabuela, estaba acostumbrado a los gringos, a los que habían estado en la Primera Guerra, que habían recorrido en veleros el Cabo de Magallanes, etc etc, y papá… le tiraba el pitulín a mi hermanastrito menor”.
Así que optó por decir lo que pensaba: “‘Papá, Robin López Moreyra sería un corso de contramano, además soy Wood, no quiero ser López Moreira, Wood, descendiente de irlandeses y escoceses que hicieron una de las aventuras más colosales del mundo, que fue la venida de Australia hasta colonia Cosme; que cuando se desató la Primera Guerra Mundial, se metieron; en la guerra del Chaco, pelearon también, cualquier guerra les venía bien’; para él la idea de emoción era jugar al truco en el club Centenario”.
En quinto grado Wood sabía analizar el Viejo Testamento y en el Colegio Nuestra Señora del Perpetuo Socorro asumieron que era especial, “hasta que encontraron una cartita que me mandó una señorita que detallaba las cosas que hacíamos cuando nos encontrábamos en el jardín” y no volvió a la escuela, “me aburría”.
“Los libros eran mi pasión, lo heredé de mi bisabuela, tenía cuentos, para adultos, me hacía sentar y me los leía, de ahí también mi inglés, que en Inglaterra descubrí que era arcaico, celta; fui a una escuela de idioma para modernizarlo” y lo primero que hizo el profesor fue cuestionar de dónde había sacado ese nombre, “quién y qué era, de dónde venía y a dónde iba; al final terminó haciendo un análisis de la historia de la colonia y la mía”.
“Todo el tiempo leo, todo, libros de historia, de historieta, de moda… ‘El Capitán Alatriste’ es un libro maravilloso”.
A los trece años ya habían pasado por sus manos grandes obras literarias, William Shakespeare, Simone de Beauvoir, Julio Verne, Emilio Salgari, “leía todo, me imaginaba, con un sentido del humor muy irlandés, agarrándome de una liana, sintiendo el aire y de repente, el árbol aahhhh; me reía solo”, señaló Wood.
De sus años de adolescente recordó también a Tom, el perro de “Mi novia y yo”, “un ovejero alemán enorme, que pensé que me iba a comer vivo, pero en vez de eso me defendía de mis tíos, quienes tenían la sana costumbre de hacerme hombre ayudándose con cinturones, cachetazos y demás”.
“Dormíamos juntos, era la época que se tenían parientes en la casa y se los hacía dormir en cualquier parte, yo dormía en un botellero con él. Hasta que mamá avisó que se iba a casar y que me mandaran a Buenos Aires, fui, se casó y descasó rápidamente, tenía un carácter peor que el mío, lo cual es mucho decir, me puse a trabajar y escribí mis primeras historietas, un día volé a Paraguay decidido a buscar a Tom y llevarlo a vivir conmigo”, pero se encontró con la noticia que cuando se marchó su can había dejado de alimentarse y beber agua, hasta morir.
Su madre
Wood contó además que su mamá no lo marcó significativamente, la personificó en la madre de “Amanda”, “una bruja total, aunque mamá era divina, nos gustaba salir y hablar de literatura, era muy culta y algo así como una topadora que te pasa por encima”.
“‘Rosebud’ (Capullo de rosa) era su sobrenombre, por lo hermosa que era de chiquita, siempre siguió siendo hermosa, y tenía una opinión muy pobre de todo lo que fuera sentimentalismo. Uno de sus amantes se pegó un tiro cuando ella lo dejó, yo no sabía cómo decirle, pero le conté, estaba fumando, me miró y dijo ‘en serio’; ‘sí, fui a su restaurante y vi la mancha de sangre que todavía conservan en la pared’, ‘eso es de mal gusto’, respondió, ‘se pegó un tiro, que boludo’, ese fue el epitafio del pobre hombre”, mencionó el guionista.
Y no dejó de apuntar ella nunca leyó algo suyo, “vivía en un pequeño mundo, mi verdadera madre fue mi abuela, muy inglesa, muy estricta”.
Sus inicios
“Empecé ganando, a los 18 años, un premio literario en Asunción y a los 20 otro. Un viejo amigo, Rómulo Perina, me había hecho participar, era un análisis de la historia y cultura de Francia, gané dinero, una medalla, y me dijo ‘prepará tu maleta’ (tenía una bolsa de marinero nomás, aclaró riendo), ‘te vas a Buenos Aires porque aquí vas a terminar de pinche en una oficina o de mecánico en el obraje, te vas, sabés escribir, sabés leer, tal vez tengas inteligencia’”, memoró.
Y “me fui, trabajé de obrero, pobre, por años, estudié dibujo y descubrí que era pésimo, pero siempre escribía y leía, las bibliotecas de Buenos Aires eran maravillosas. Conocí a Lucho Olivera, un muchacho medio loco (empezó a dibujar Nippur y lo dejó cuando se volvió más loco todavía), durante diez años fuimos la niña bonita de la historieta, aquí y en Europa”, dijo.
Como su vida, el saberse autor de una historieta publicada y en la calle también parece un guion. “Lucho Olivera me dijo que estaba harto de los malos guiones que le daban y me pidió que escriba uno. Nosotros estudiábamos, hasta en eso éramos peculiares, la historia de Sumeria, 4 mil años antes de Cristo, hacíamos análisis de cómo se hacía el pan, la elaboración de la cerveza, dos muertos de hambre, aunque él venía de una familia de dinero, pero quería ser dibujante. Al final hice tres historietas y se las di”, sostuvo.
Un día, al pasar por un puesto de diarios vio una publicación de Olivera; “quería ver el dibujo de Lucho, que me encantaba, abrí y leí Robin Wood, como soy un tipo inteligente y rapidísimo, pensé ‘este nombre lo conozco’, y el diariero, por supuesto, se ocupó de recordarme que no era una biblioteca, miré la dirección de la editorial y fui. Allí, cuando decidieron que no iba a pedir limosna ni ropa vieja, me dijeron ‘lo contratamos y le pagamos tanto’, unas diez veces lo que ganaba por mes en la fábrica, ‘por las tres que entregué’, pregunté, ‘no por cada una’”. Ya no dejó de dedicarse a las historietas.
“¿El personaje más querido? Todos, cuando empiezo a escribir me meto en él, pienso como él, el personaje se apodera de mí”.
Mientras tanto empezó a comprender a los dibujantes, que estaban disminuidos. “Seguían mis indicaciones, yo no podía dibujar, pero me había quedado la mecánica, les decía hagan una cara en primer plano, una silueta que se va alejando contra el sol poniente y fue un éxito, durante un año trabajé, me di un lujo que no conocía, comer todos los días”, mencionó.
Pero nunca pudo estar quieto, después de un año viajó por más de media década, aunque nunca dejó de enviar sus guiones que pasaba a máquina en una Olivetti 22, portátil, por lo que un tren, un avión, un barco eran un buen lugar. “En la editorial coleccionaba estampillas, porque venían de Francia, España, Italia, Grecia”.
“Modestamente debo decir que fui un éxito desde el principio, desde la primera historieta hasta ahora. La historieta es lo único, a parte del cine, que tiene historia y tiene visión, un libro se lee, uno tiene que meterse en él y verlo”.
Hizo hincapié en que “además me resulta fácil”, un libro de historietas le demanda aproximadamente dos días y, además del guion, hace la guía de dibujos y colores.
“Escribo todo a mano, con birome y en cuadernos rayados con espiral”, después lo pasa a máquina y cuando llega al dibujante todo lo que tiene que hacer es seguir las pautas, con las que sabe exactamente lo que tiene que hacer.
Una historia, más de una década
“Nippur de Lagash” se publicó desde 1967 hasta 1998. Dago se vio en Argentina entre 1981 y 1996, cuando dejó de publicarse por la desaparición de Columba, pero continuó editándose en Italia. “D’artagnan” llegó al público de 1957 a 2000. “Mis series duran más de diez años”, resumió el guionista, mientras señaló un libro con “Las aventuras de Amanda”, que ronda los 35 años, “pero todavía está en edad de merecer”.
Mujer que, según explicó está inspirada en una prima, “sólo que era bajita, con pelo enrulado y colorado, cara redonda, hermosos ojos castaño, la llamaba ‘Carrot pie’ (torta de zanahoria)”, personaje que además “debe ser mi lado femenino”.
En lo que respecta a su pariente, subrayó que sabe de la historia, “pero no quiere que se lo mande porque aparece muy… (provocativa) y el marido es Otelo multiplicado por dos, además me odia”.
Las mujeres
“Las relaciones con mujeres son como caminar en un campo de minas explosivas, la mujer no tiene lógica, tiene sentimientos, los hombres somos, simplemente, cagones, entonces ella nos guía, especialmente a la iglesia o al Registro Civil”, opinó.
“Estuve casado dos veces, ahora la segunda vez, tengo cuatro hijos en Dinamarca y una exesposa allá, he tenido unas mil mujeres y me he llevado bien con todas, bueno, no con todas, una trató de matarme con su coche”, confió y comparó la imagen de “la femeneidad de Ofelia muriendo entre lirios en la piscina” con su realidad, porque “las mujeres con que no me quería casar me querían meter a mí en la piscina y hacerme comer los lirios, pero son divertidas, son ocurrentes”.
“Un día, estaba ganando muy bien ya, una señorita muy paqueta, muy chuchi, me trajo un regalo, una cajita de terciopelo que abrí y había dos anillos de oro, le dije, ‘en el bolsillo tengo un pasaje, en un barco carguero’, porque yo no iba a viajar en barco de pasajeros, y ‘parto en tres días a España, nunca dije de casarnos’, pero me quedé embarazada una vez… ‘querida, se inventó la píldora anticonceptiva’. Años después me llegó una invitación a su casamiento, estaba en Suiza creo, no sé… para que viera lo que me había perdido, me arrepintiera… Le mandé un ‘te felicito, que seas muy feliz’”, se acordó.
Actualmente vive con Graciela, con quien se reencontró luego de separarse y “volví a Encarnación, la conocí (nos conocíamos de chicos) pero no quiero hablar del adulterio”, dijo irónicamente el guionista.
El mundo
Wood recorrió el mundo, por ejemplo, pero “no lo hacía por inspiración, después te queda, lo que quería era ver, siempre me quedó lo que decía Richard Hillary, el primer hombre que subió al Everest, le preguntaron ‘por qué está subiendo montañas’, y él, muy inglés, dijo ‘me las ponen delante’”.
“Escuchaba el pitido de un tren y decía ‘mmm’, a veces tomaba trenes que no sabía dónde iban, por eso siempre llevaba mi pasaporte en un bolsillo atado a la pierna. Hoy sigo igual”, aludió el “padre” de Nippur.
“Hablábamos en inglés, el británico, no como la nueva generación, que va a Estados Unidos con una beca y vuelve hablando inglés americano”.
Sin dejar de subrayar que “hasta ahora no tengo una mala experiencia en viajes” con “el tren siberiano fui de Milan a Hong Kong, ahí descubrí que Mongolia existía y es enorme. “A todos lados volvería, Rusia me encantó, Hungría también, Polonia”.
“En Australia viví dos años, me aburría mucho, son como los americanos, también viví en California, los hombres se levantan, las esposas los llevan al trabajo en coche, porque las distancias son inmensas, la idea de ir caminando a algún lugar no existe. Hay muchos lugares, Europa del Este, Viena, Polonia, Hungría, fui al palacio del conde Drácula, quien en realidad era príncipe, escribí un libro con su historia, estuve en Valaquia, él nunca fue a Transilvania, el que escribió el famoso Drácula que después se hizo conocido, (Bram Stoker) es un irlandés que probablemente estaba en pedo todo el tiempo y le salió una obra maestra, pero en Valaquia Drácula es un héroe, derrotó a los germanos, a los turcos, derrotó a todo el mundo y en una terrible batalla, en la que murieron casi todos, su cuerpo desapareció, entonces surgió la leyenda que seguía vivo y seguiría vivo por siempre protegiendo a Valaquia. Esas historias son maravillosas”, apuntó.
Wood habla español, inglés, francés, italiano, danés y “ahora quiero aprender alemán, me gusta, de chico, cuando tenía doce años, íbamos a un prostíbulo detrás del cine Roma, con lo que le robábamos a nuestros padres; en un cuaderno anotaba todas las palabras extranjeras que oía o leía y ponía la traducción en castellano, era una manía por la que, por su puesto, mis tíos, gente muy cuerda, muy equilibrados, decían que estaba loco”.
Wood y la tecnología
“La computadora para mí es una máquina de escribir, escribo todo a mano, después tengo un caballete, pongo el cuaderno y ‘tiqui tiqui’”, expresó Wood.
Contó además que es “el único sudamericano que no tiene celular, me niego, simplemente porque la idea no va conmigo, no digo que sea bueno o malo”.
“Me dicen dame tu número 246… ‘ah pero esa es tu línea baja’, me contestan”; y él ya tiene una respuesta, “‘sí, porque el que la instaló era petiso’, y no caen, el humor así se ha vuelto grosero, si quieren llamarme que me llamen a casa, ‘pero si estás en la calle’, entonces que no me llamen o vuelvan a llamar, ‘si es una urgencia’”, a qué quieren llegar, a “ponerme en la pared para que el pelotón me fusile con celulares, si estoy en casa atiendo, si estoy en la calle es porque estoy yendo a alguna parte, si estoy en un café leyendo, no tengo interés en que me digan ‘hola qué hacés’”, resumió el escritor.
Homenajes
Imposibles de contar deben ser los homenajes y reconocimientos que a lo largo de su carrera recibió Wood, actualmente, por ejemplo, el Club Radioparque recuerda su trabajo en los carnavales.
“Es placer, no voy a decir no me lo merezco, esas son pajerías, si te hacen un homenaje, como decía mi bisabuela, si te hacen un regalo, sea educado y simplemente diga gracias. Los premios me encantan, tengo un montón”, mencionó.
El guionista recibió además, el jueves pasado, en la sede de la Gobernación de Itapúa, la medalla por la creatividad, de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI).
La historieta
“En Europa la historieta es colosal, aquí cayó pero eso vino porque el centro era Argentina, la historieta moderna, como Héctor Germán Oesterheld, Hugo Partt y demás, después aparecí yo y muchos que después trabajaron conmigo. No hubo una generación que siga, hay dibujantes, muchos, no guionistas”.
Sin embargo la historia nunca está escrita de antemano. Actualmente su obra se está usando como material de lectura en los colegios, en Tucumán, debido a que “a los jóvenes les interesa mucho más leer una historieta, que si es buena aprenden, mejoran su idioma, escribo en castellano clásico, porque creo en mejorar el idioma, porque me encuentro con adultos y adolescentes que no saben enhebrar una frase, que no tienen variación de verbos”.
Además, Wood encontró en la historia su mayor fuente de inspiración, Nippur, por ejemplo, narra la vida de un general exiliado que recorre los reinos más importantes de la antigüedad, coincidiendo con personajes mitológicos como Perseo o el Minotauro. Mientras que Dago transporta a la Venecia de la primera mitad del siglo XVI.
“Nunca acepté trabajar con Marvel, no me atraen en lo más mínimo los superhéroes, me apasiona más la realidad, el villano, que es más humano que el súper hombre, tiene una codicia, una gracia. La guerra civil española, por ejemplo, fue una masacre estupidísima, pero es historia y todo lo que ocurre es real y la realidad me atrae”.
Johan, uno de sus personajes, surge de esta época, es “un rufián que va tratando que no lo maten y al mismo tiempo robando, mintiendo, fornicando, es humano”.
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