Una fría mañana, aún cuando el sol no asomaba, el amor tomó sus cosas y se escapó por la ventana, sin decir adiós o dejar una simple carta entre las sábanas. Él se despertó con ganas de seguir amándola, de mirar su inmensa sonrisa, en esa búsqueda intensa de un beso suyo, hasta con la previa promesa de prepararle el desayuno. Luego de buscarla con una mirada, que recorrió el contorno de las cortinas, de unos platos encimados en la mesada y hasta el último rincón de esa habitación, ahí se dio cuenta de que el amor ya no estaba, y tenía dudas si se fue solo por un momento o si jamás regresaría. Fue el motivo perfecto para no levantarse de la cama porque el amor -entre otras cosas-, se había llevado su ánimo de despertarse y reír, solamente lo dejó con una mirada fija y pensante. El amor se había llevado hasta su voz para maldecir ese momento. Pero el correr de los días lo hicieron más fuerte, más decidido en salir a buscarla, con el único fin de encontrarla y pedirle que regrese nuevamente a su casa. El hombre infló su pecho con el aire de esperanza y arrió las velas para adentrarse en el mar de las distancias, con el fin de ir a buscarla. Sin importarle las tempestades que se podrían avecinar, ni la incertidumbre de las brumas que se levanten ante su paso, él solo pensaba en su sonrisa que se transformaría en su Rosa de los vientos que lo llevaría al puerto seguro de sus brazos. Los días pasaron y él no podía encontrarla, los latidos de su corazón se mimetizaron con las olas que constantemente golpeaban su barca, los vientos cambiaban y cambiaban llevándolo por distintos mares y paisajes, pero él no pudo encontrarla. Hasta que un día volvió con solo un puñado de esperanzas, el sol que en otros tiempos iluminaba el rostro de su amada cuando de su mano con ella caminaba, ahora se tornó gris tras su mirada cansada. Pero él sentía que su ángel de amor abrió sus alas para ir a ese lugar donde pudiese encontrarla y sellar con una simple caricia ese reencuentro.Así que en un atardecer, el hombre comenzó a caminar por un sendero tierra adentro, a encontrarse nuevamente con la distancia, con quien aprendió a convivir mientras el amor se encontrara ausente. Es así que recorrió esas interminables serranías que dibujaban en el suelo sus áridas pisadas. Su boca, aunque seca, aún guardaba aquel beso que saciará sus deseos como un pequeño oasis en pleno desierto.Pero todo era en vano, por más que caminaba no podía encontrarla, las arenas lo llevaron hasta otro mar, donde parecía que las fuertes olas llegaban hasta la orilla, lo besaban, para luego irse mar adentro, al igual que su amor que partió una mañana, pero ya se le hacía cada vez más difícil recordar que día.Fue entonces que -con sus manos en la cintura y mirando al cielo-, se dio cuenta de que sus viajes por inmensos e indomables océanos, o esas incansables caminatas por errantes desiertos lo llevaron por un sin fin de lugares, pero no donde ella se encontraba. Así que volvió a su casa, allí donde una noche todo empezó, o quizás donde una mañana todo terminó, ya ni siquiera importaba el orden de esos factores. Fue así como una mañana decidió disfrutar de su soledad, de apreciar nuevamente un amanecer, de acostarse sobre el pasto y mirar el cielo azul del invierno, de sonreír viendo a los niños correr en busca de piedras a la orilla de un río, hasta aprendió a apreciar a dos horneros haciendo su nido en el punto más alto de un poste, y contemplar la belleza de una flor que se hamaca con el viento. En ese momento sintió que amando esas simples cosas, lentamente comenzaría a quererse y a valorarse a si mismo, y dio gracias a Dios por volver a sentirse bien consigo mismo y con aquellos pequeños detalles que lo rodeaban.El volvió a sonreír como hace mucho no lo hacía, fue en ese momento que dos manos lo sorprendieron y cubrieron sus ojos, pero fue aquella hermosa y tan esperada sonrisa que delató su regreso. Por Raúl [email protected]




Discussion about this post