África es enigmática. Es como una bella mujer con su rostro tapado por el velo, que parece que esconde y sin embargo, es todo lo contrario, cubre lo secundario para que se muestre con esplendor lo más importante, el reflejo del alma, los ojos.Esta es la imagen que retengo de África.En la medida que caminaba por sus calles, fui corriendo el velo y descubriendo su rostro, el rostro de mis hermanos africanos.Los sentidos son las puertas que tiene nuestra alma para conocer la realidad física,Entre ellos empecemos, con África en el horizonte, por el olfato, que es un sentido especial, al ser uno de los más directos.Sólo hay que inspirar y entran por la nariz y todos los poros del cuerpo, los más diversos olores. No estoy hablando de perfumes químicos, sino de los que se huelen en las calles, los que entran y salen de las casas, de los bares. Los que brotan de los frutos de la madre tierra, de sus flores y plantas; los que salen de los distintos condimentos; los que se mezclan, machacados, exprimidos, hirviendo en agua, listos para tomar infusiones; los de las comidas; los de los tintes de las telas o los de las suelas de los suecos.Todos estos vahos son los que te perfuman cuando caminas por su suelo, los que empapan la ropa, la piel, el cabello. Uno los respira en sus calles y queda impregnado por estos olores. Incluso, hasta el aura, el cuerpo sutil que todos tenemos, también es bañada con estos aromas.En la medida en que pasaba el tiempo y recorría esta parte del planeta la ilusión de la separación cultural, de raza, de religión fue desapareciendo poco a poco y fue apareciendo el idioma universal, la música, entrando en acción el sentido del oído. Ya no solo eran los olores ahora, mientras conocíamos más estos lugares, fuimos recibiendo los distintos sonidos que penetraban en el laberinto de los oídos. Poco a poco fueron entrando a mi mente y en la mente de los que caminábamos por la calle, nos acariciaba la piel, provocaba a los pies a moverse al son de su ritmo.De repente me dio sed, mi cuerpo quería beber, entendí que lo que quería absorber no era agua, era la música que recorría las calles.Entramos con mi esposo a un pequeño bar donde servían té de menta y había músicos tocando.El sonido era como un martilleo golpeado sobre las cuerdas, vibrante y difuso, a veces salía tímido por la boca de la cítara, dejando un periodo de silencio para la percusión de los dedos golpeando sobre los cueros estirados. El eco viajaba de forma horizontal, piel contra piel, un ritmo repetido, enlazado con sonidos vecinos.La sintonía surgía de la mirada de los músicos entre sí y con el público. La música lograba abrir los canales de comunicación que tiene el alma. En todos los que estábamos allí se iba formando un lazo emotivo de armonía, tolerancia, comprensión y empatía.Todos tomamos una misma identidad, de seres humanos, la música borró el color de la piel, el idioma, el sexo, los miedos, los prejuicios. Los corazones latían igual, en amistad y armonía con la música.La concordia entre las naciones debe ser equilibrada con la armonía con la naturaleza. Puedes intentar esto en tu vida cotidiana.Cada momento elige la paz y la armonía en tus interacciones diarias con quienes participan de tu vida, no importa si no tienes músicos tocando, o no sientes los olores frescos de la naturaleza que te llenen de vida los sentidos, lo que importa es tu actitud, elige la paz y la armonía.Hasta la próxima semana. Paz y BienColabora: María Benetti MeiriñoAutora de libros y guía para meditación. [email protected]




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