La consigna fue la de viajar sin Expectativas, con el corazón abierto para volver iluminados, llenos de Luz. Es la máxima aspiración de quienes viajaron a la Isla de Pascua para lograr el equilibrio entre lo masculino y femenino. Conversamos con la coordinadora María Leyes, quien nos contó cómo fue la experiencia en esa isla tan lejana y tan energéticamente limpia. Cada uno ocupó el lugar que debió ocupar, guiados por Ana Palma, quien es canalizadora de ángeles. Una vez allá se sumaron más de 70 personas, todas meditando al unísono en el lugar al que fueron guiados por los ángeles. “Esto venimos trabajando desde hace un año, nos estábamos preparando para llegar a ese lugar. Fuimos 27 personas que nos juntábamos todos los viernes a hacer meditación, mantras, con claves numéricas de cada uno que activan nuestro ADN. Utilizando esos códigos trabajamos allá. Hay un lugar donde está el eje terrestre, es un cristal que parece una piedra. Los que llevaron ese cristal allá eran Atlantes-lemurias como nosotros. Trabajamos para la sanación del Planeta, y es todo aquel ser humano que está despierto a la consciencia”, explica María con entusiasmo y transmitiendo mucha paz. La ceremonia central se realizó el martes 21 de junio, pero el gran grupo llegó antes y así se prepararon: “Durante tres días previos nos preparamos comiendo comida macrobiótica para que el cuerpo esté liviano, sin comer carne porque apaga nuestras moléculas. Estuvimos en meditación previa, tranquilos, sin moverse mucho. Fue como un retiro espiritual, no un viaje turístico y Ana dirige a todos en general. En Misiones soy la anfitriona del grupo y así de cada grupo de cada provincia. Incluso de otros países. Todos vamos en consciencia, aunque algunos no lo hayan logrado se entiende que son necesarios para armar el rompecabezas de su energía”. Al mismo compásEn medio de un escenario maravilloso, con los Moai como protagonistas, las más de 70 personas se reunieron en círculo y nos regalan (a todo el Planeta) la energía sanadora. Todos vibraron al mismo compás, el mar, las olas, el aire puro totalmente. El lugar elegido fue frente a uno de los Moai, el único con los ojos pintados, como vigilante de la naturaleza. “Fuimos a la misa de los rapanui el domingo con cánticos en su idioma y fue tan hermoso porque era como que volvimos a nuestro origen, con esa gente tan linda y nosotros sintiéndonos parte. No hay maldad, es una isla chiquita que nos recibió con tanto amor”. Y ahora la evolución continúa.





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