No hay comportamientos que más se asemejen, como el amor y la locura, casi se podría decir que son como hermanas lejanas, pero en muchas oportunidades se parecen más de la cuenta. Estas se manifiestan, cuando algunas situaciones llegan a transgredir el razonamiento llegando a modificar, cierta medida el comportamiento social y personal de la persona. Incluso, una de esas condiciones llenan la autoestima de altibajos, cambiando la apariencia personal personal del que lo padece. En muchos casos, la realidad se torna confusa y se amalgama con pensamientos e ilusiones que nos alejan del sentido común, todo se vuelve relativo y confuso. No creo que ninguna persona de este planeta no haya vivido algún amor profundo e intenso que hubiera transgredido los límites de su propia razón. Por este motivo, los pensamientos me llevaron a recordar una historia de amor o tal vez de locura, creo que todo depende del cristal con que se mire.Este debate que surgió entre mis pensamientos, me llevó a recordar a un joven quien disfrutó del amor y el placentero sabor de sus mieles que no tienen comparación.Él adoraba a una hermosa mujer, cuya sonrisa y cálido aliento encendían sus más profundas pasiones, ni hablar del simple roce de su manos con su cabello que hacían que ella se durmiera todas las noches entre sus brazos.Algunas veces, sus pensamientos lo llevaban hasta el borde de un precipicio donde veía el rostro de su amor que se alejaba y desaparecía en las profundidades del olvido. Esas noches de espanto él pensaba como seguiría su vida si ella partía lejos. El hombre nunca pensó que sus peores demonios se harían realidad, ella se fue: sin mirar atrás, sin siquiera ofrecerle una última mirada de piedad.La siguiente mañana, fue distinta a las otras para ese hombre abandonado, la claridad que entraba por la ventana lo encandilaban, ni siquiera podía respirar: cada bocanada de aire era como un puñal en su pecho, el silencio ensordecedor de aquella habitación solo susurraban el nombre de su amada.Dicen que el tiempo cura todo, pero cada vez ese hombre era peor: por las noches soñaba que ella lo necesitaba, que se encontraba atrapada en un tenebroso bosque con hambre y frío, pero no sabía como llegar hasta ese hombre que sin duda le daría cobijo, y hasta su vida si fuera necesario.El día no era mucho mejor, algunas veces se sentaba a almorzar y escuchaba la voz de esa mujer llamándolo, él daba vuelta rápidamente su cabeza con la vana ilusión de que ella pudiese estar a su lado. En su soledad, la penumbra y el silencio reemplazaron a esa mujer, él sin embargo seguía firme con sus promesas de amor, quizás con la ilusión de que sus palabras crucen la noche para ir a buscarla. A veces sentía que ella estaba tras esa puerta cerrada y que simplemente por vergüenza no se animaba a entrar, incluso dejo de recorrer esos lugares donde solían caminar juntos, no porque la extrañara, sino porque la veía. El hombre se dio cuenta que no podía seguir así, que tenía que buscar la ayuda de alguien que lo aconseje, o simplemente le diga que estaba loco. Es así, que fue a consultar con un profesional para que le diera una solución a su problema o si tendría que convivir con ese amor que todas las noches lo despertaba exaltado y con imperiosas ganas de llorar.Una tarde, previo a sacar turno, se dirigió a la consulta con un profesional que lo esperaba en su consultorio. Una seria e indiferente secretaria lo hizo ingresar, y un amable sujeto de lentes pequeños y una pequeña barba oscura le pidió que se siente en un diván.El hombre se sintió cómodo desde el principio, y en esa seguridad fue directo al grano con su problema, quizás porque el experto se ganó rápidamente su confianza o él ya no podía seguir cargando esa pesada mochila de la soledad y olvido. El tiempo dentro del consultorio pasó rápidamente, el estudioso seguía con atención el relato y tomaba nota de los puntos importantes. Trataba de no interrumpirlo, parecía que le fascinaba su historia. El profesional se levantó y le dijo al pobre hombre que no hacía falta que volviera a otra consulta, que su problema tal vez no tenga cura, y le recomendó que vaya a buscarla, que seguro ella estaría arrepentida. Porque sus síntomas no eran de una persona que sufriera de trastornos o disfunciones en sus capacidades mentales. El profesional, le dijo “Usted aún no está loco, usted simplemente, está enamorado”. Por: Raúl Saucedo [email protected]





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