Me diste los flechazos como única forma posible de enamoramiento, el amor al arte, a los libros, a los museos, al ballet, la generosidad absoluta con el dinero, los grandes gestos en los momentos adecuados, el rigor en los actos y en las palabras. La falta total del sentimos de culpa, y la libertad, y la responsabilidad que conlleva.En casa nunca nadie se sentía culpable de nada, uno pensaba y actuaba en consecuencia y si se equivocaba, no valía sentirse culpable, se apechugaba con las consecuencias y punto.Creo que jamás escuché un “lo siento”. También me regalaste la risa loca, la alegría de vivir, la entrega absoluta, la afición a todos los juegos, el desprecio por todo lo que te parecía que hacía la vida más pequeña e irrespirable; la mezquindad, la falta de lealtad, la envidia, el miedo, la estupidez, la crueldad sobre todo. Y el sentido de justicia. La rebeldía. La conciencia fulgurante de la felicidad en esos instantes en los que uno la tiene en la mano y antes de que eche a volar de nuevo. Recuerdo habernos mirado en algún momento a través de una mesa llena de gente, o paseando por una ciudad desconocida, o en medio del mar, y haber sentido las dos que caía polvo de hadas sobre nuestras cabezas y que tal vez no nos pondríamos a volar allí mismo.Entonces vale destacar también: La regla número uno pasa una mujer es que nunca la mantenga un hombre. Haz la locura que quieras pero trabaja.No pierdas tu libertad.HaikuLas madresNunca muerenLas flores sonríen…Colabora: Aurora Bitó[email protected]





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