Diciembre de 2001, el peor momento para los que se dedicaban a la política. ¡Que se vayan todos! Demasiadas promesas incumplidas, demasiadas mentiras. Funcionarios acaudalados al lado de un país con muchísima pobreza y gente que perdió esperanzas. “-Para qué, si este país nunca va cambiar. Los que se meten en política sólo buscan salvarse”. Generalizaciones de la que nadie podía escapar, aunque había muchas excepciones. Todos pagaron el precio por pertenecer a esa casta inmoral que puso a la Argentina en llamas.Y llegó Néstor Kirchner con un discurso que enamoró a muchos. Su sueño de un país para todos prendió en la conciencia de una patria que estaba hecha girones, por culpa de sus propios hijos. Y el país se levantó, repuntó la economía, volvió el trabajo, reabrieron fábricas y todo el engranaje productivo movió a la Argentina. Pero de forma paralela comenzó a montarse un esquema tan pesado que en la década siguiente iba a ser hundido en las urnas. Arquímedes había explicado por qué las cosas no siempre se sumergían en el agua. Más o menos decía que un objeto parcialmente hundido recibe un empuje hacia arriba igual a la cantidad de agua que desplaza. Con el kirchnerismo pasó algo parecido. “El Modelo” supo recibir empuje basado en la amplia gama de políticas sociales y Derechos. Pero perdió sustentación cuando empezó a conocerse que esa fuerza abarcadora tenía fugas. La práctica periodística bien entendida (de investigación, inquisidora del poder político) le tiró torpedos a la línea de flotación. Las denuncias “golpistas destituyentes” y mentirosas parece que no eran tales. Hoy están ante la Justicia. Quedaron tapados por el agua que ellos mismos contaminaron. Esto que pasó y pasa explica en parte cómo los argentinos hemos permitido la corrupción mientras tengamos dinero suficiente para hacer llevadera la vida cotidiana. Pasó con el Gobierno de Carlos Menem, al que se alabó por haber logrado sacar al país de la crisis de 1989, pero a la par vendieron empresas públicas, cerraron fábricas, ramales de trenes etc. Pizza con champagne mientras remataban la Argentina. Ese líder carismático gobernó en un esquema económico ficticio, donde todo era barato. Ese simplismo, ese pasado mejor, esa nostalgia fue tan poderosa que el riojano llegó al ballotage en las elecciones de 2003. ¿Por qué?, porque el país destruido fue “sólo” culpa del Gobierno radical de Fernando De La Rúa. La amnesia electoral anidaba en los bolsillos. El segundo mandato de Cristina Kirchner tiene similitudes con el de Menem. Porque en los últimos años se derrumbó el precio de las materias primas, que fiscalmente habían ayudado mucho a sanear las cuentas del país desde aquel repunte del valor de la soja, el trigo y sus derivados a partir del 2003. “Soja y suerte”. Entre otros motivos, el dinero genuino para mover el mercado interno comenzó a escasear en consecuencia. La solución fue usar la máquina para imprimir billetes. La gente tenía dinero para comprar artículos de todo tipo, pero esa movida económica generó indefectiblemente una inflación del 30% anual. La suba de salarios acordada en paritarias siempre corría detrás del incremento de los sueldos. Cuanto más se pretendía estabilizar los números y no generar efectos en la población, más distorsiones se generaban en la macroeconomía. Otro esquema ficticio empujado como sea para llegar a las elecciones de 2015. Y que el próximo se arregle. El desbarajuste era reconocido por los economistas de Daniel Scioli. Le tocó a Macri. Cristina, la líder carismática que supo inventarse como la redentora de los débiles terminó su gobierno con un modelo agotado. Entregó el país económicamente desequilibrado (como Carlos Menem en 1999) y con altísimos índices de corrupción (aún mayores que los del menemismo). Sin embargo su candidato perdió las elecciones por apenas 800 mil votos. ¿Por qué? Porque una gran masa de adherentes nunca quiso ver la corrupción y poco le importó escuchar lo que los propios especialistas del candidato del Frente para la Victoria reconocían sobre la economía. No importaba si los dirigentes acumulaban cada vez más denuncias. Eran todas mentiras del “gorilaje”. Había plata en la mano para consumir. Muy cómodo, pero ficticio a la vez. Y parte de esa gran adhesión se explica por el aporte de la militancia. Millones de pibes que genuinamente en muchos casos acompañaron los valores que el kirchnerismo encarnó en esos doce años. Pero nunca se dieron lugar a la autocrítica, a cuestionar, a llamar la atención a sus dirigentes acerca de la corrupción. El esquema era totalmente vertical. La antigua lógica del peronismo, que ahora está en revisión dentro del partido. Con adoctrinamiento, relato, encarnando el misticismo de Perón, el kirchnerismo logró erradicar el “que se vayan todos”. Pero en una mirada retrospectiva, a la luz de los hechos, vemos que siguieron encarnando lo que se criticó siempre a la dirigencia política argentina. El fanatismo político encegueció la discusión y lo sigue haciendo. Una gran parte de la población pero principalmente los jóvenes que se han volcado a la militancia política conciben a sus dirigentes como irreprochables. Los idolatran como si fueran estrellas de rock. Pero con su fuerza y empuje y desenfado, deberían ser los primeros en cuestionarlos. A la larga el beneficio lo cosecharía toda la sociedad. Y aunque parezca extraño, hay que prestar atención a lo que hace la juventud estudiantil del Paraguay respecto a la corrupción. Desde hace un año existe una movida que comenzó en las universidades y ahora se extendió a los colegios secundarios. Todo comenzó a mediados de 2015 cuando se supo que personas sin la capacidad intelectual ocupaban altos cargos en distintas facultades del país, además de otros hechos de corrupción, al amparo del rector de la Universidad Nacional de Asunción, Froilán Peralta. Protestaron, marcharon y el rector llegó a estar dos meses detenido en el penal de Tacumbú. Hace pocas semanas, con marchas, tomas de facultades y colegios, los estudiantes provocaron la renuncia de la ministra de Educación, Marta Lafuente, que es además la prima del presidente Horacio Cartes. Obras de infraestructura escolar que nunca se hacían, desvergonzados sobreprecios en kits escolares y la merienda para los colegios encendieron la mecha. Los jóvenes se declararon intransigentes con el desmanejo de fondos y la falta de ética de sus representantes. “Cuidado, los estudiantes se despertaron” era uno de los lemas de la movilización estudiantil. En Paraguay la corrupción es endémica y el país es uno de los más desiguales de Latinoamérica. En ese sentido es casi lógico que los estudiantes tomen conci
encia y salgan a la calle a pelear por un país mejor y presionar a sus gobernantes. En Argentina, la corrupción también es un flagelo, pero fue hábilmente desvirtuada en los últimos doce años. Un Gobierno que reactivó la economía y generó bienestar, adormeció la crítica de muchos en ese aspecto. Siempre nuestra democracia aspira a evolucionar, a no repetir errores. Desde sus discursos y actitudes el Gobierno de Mauricio Macri puso la vara muy alta en cuanto al combate a la corrupción. Tendrá por delante ese gran desafío, que si lo cumple, los próximos presidentes deberán como mínimo igualar esos estándares. Y me refiero a su administración como presidente, porque como sabemos lo investiga la Justicia por las sociedades off shore. Como empresario pareciera que no cumplió la obligación de informar y tributar al fisco por el movimiento de fondos en el exterior. A diferencia del kirchnerismo que desplazaba jueces y fiscales cuando querían investigarlos, Macri se presentó ante el juez para que lo investiguen. Institucionalmente es un gran paso adelante para la democracia. Pero a futuro, esta imputación del presidente respecto a sus negocios privados, podría depararle muchos dolores de cabeza y hasta pondría en peligro una reelección si así quisiera hacerlo. Por ahora son utopías, pero alguna vez Argentina deberá parecerse a algunos países del primer mundo, donde quienes aspiran a dirigir sus naciones deben sostener prácticamente un pasado intachable. Podrán cometer errores cuando Gobiernan, pero no se les permite tener “esqueletos en el ropero” y menos apropiarse de fondos públicos. Esto sucede porque no hay fanatismos y la sociedad les exige transparencia y rendición de cuentas a los que llegaron con sus votos. Qué lejos estamos. Colaboración: Lic. Hernán Centurión





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