Señora Directora: Es preocupante observar una incipiente fascistización de la sociedad –no sólo la argentina, desgraciadamente- que pide cada vez más mano dura contra quienes se presume cometen algún delito. Digo “presume” porque en infinidad de casos se ha demostrado posteriormente que el ocasional “delincuente” –joven y pobre, en general- nada tuvo que ver con el hecho que se le imputaba. Salvo, quizás, la desgracia de encontrarse “en el lugar equivocado en el momento equivocado” (at the wrong place at the wrong time).Cotidianamente puede leerse entre los comentarios de los lectores, al pie de alguna información de índole policial que narra cualquier hecho delictivo diverso, que muchos de quienes allí se expresan invocan los mayores males y reclaman extrema severidad contra quienes se dice los comenten. E incluso suelen aplaudir en aquellos casos en que la policía, con o sin justificación demostrable, abaten a ese “delincuente” y fustigan a las autoridades que actúan contra el agente ejecutor, ya sea buscando esclarecer las responsabilidades de lo ocurrido o, tal vez, tan sólo sacándolo del medio hasta que se calmen las aguas para aparentar que las cosas se hacen como debieran hacerse.Me hace acordar a las razones que en 1999 llevaron a la Gobernación de Buenos Aires a Carlos Ruckauf, quien basó su campaña en esa “severidad” contra la delincuencia, sin haber logrado avance alguno, sino por el contrario un incremento del llamado “gatillo fácil” y, por ende, del desprestigio de la policía bonaerense. Terminó yéndose dos años después en medio de una profunda crisis de endeudamiento provincial para ocupar un cargo en el gabinete nacional. O a Juan Carlos Blumberg que, tras el secuestro y asesinato de su hijo Axel, casi un lustro después encabezó una multitudinaria campaña contra el delito que terminó en el endurecimiento cómplice y oportunista de muchas de las penas para varios delitos, pero que, en los hechos, tuvieron un relativo impacto en la prevención y represión del delito. Ni la Policía ni la Justicia modificó su comportamiento y la pretendida ley “más justiciera” perdió contenido, a la vez que profundizó el caos normativo existente que llevó a la reforma del Código Penal que aún espera su momento.En ambos hechos hubo una realidad común que, a la luz de lo que se está observando en los últimos meses, vuelve a resurgir: crecientes dificultades económicas y sociales que aquella vez tuvieron su máxima expresión en los hechos del 19 y 20 de diciembre de 2001 con la huida del entonces presidente Fernando de la Rúa. Pero que también se expresó en el “¡qué se vayan todos!” que puso en jaque la persistencia misma del Estado argentino, que afortunadamente logró rescatarse luego.Sé que mi visión no es compartida por muchos y despertará respuestas de todo tipo –de cuna tengo una formación humanista-, pero creo que la respuesta no está en una mayor severidad, en cuyo éxito influye grandemente la permisividad y la lenidad de quien la aplique, sino en la dignificación de la condición humana y, por ende, del propio ser. En ese sentido la adopción de medidas abarcativas de todos los aspectos posibles (sociales, educacionales, laborales, políticos, etc.) que paulatinamente vayan corrigiendo las injusticias sociales y la brecha que genera la concentración de la riqueza, por un lado, y profundización de la pobreza, por el otro. Muy diferente a la “meritocracia” que cierta publicidad propugna y que para muchos comienza a aparecer como el sumun de una posmodernidad hedonista, vacua, superflua y despersonalizada.En ciertas circunstancias muy puntuales no descarto la acción represiva en casos delictivos –hay alguna inmediatez y otras correcciones que siempre serán necesarias, como otros que son inherentes a lo humano-, pero ésta debe ser aplicada con justeza y equidad, y no como ahora en que no solo se demora indefinidamente y se relega en sus derechos a amplios sectores populares sino que también inciden otros privilegios y oportunismos. Por ejemplo, siempre hubo peligrosos y voraces “ladrones de guantes blancos” –no precisamente los de Hollywood, sino con los que lidian y conviven los gobiernos, sin importar el signo político-, pero lo son más cuando adquieren cierto poder e involuntariamente (o no) amplios sectores sociales se hacen sus cómplices.





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