Señora Directora: Perdonar es liberarse del resentimiento contra algún ofensor y renunciar a la indignación que provoca la ofensa. Para los cristianos es la libertad de espíritu que otorga la caridad y esto no invalida la aplicación de justicia al ofensor. Los que pasamos por colegios religiosos recordaremos las lecciones de historia sagrada, si no fuera así basta con repasar la Biblia y refrescaremos la memoria. Al punto se nos viene a la memoria la enseñanza de Jesús cuando en su oración decía: “Perdónanos nuestros pecados, como nosotros perdonamos a todo el que nos debe”. También dijo que el perdón es como la cancelación de una deuda y tampoco lleva la cuenta del daño. Pero también debemos tener presente que Dios no perdona a los que cometen pecado con malicia y se niegan a reconocer su falta, o posan indiferente ante el daño cometido. Estos son los soberbios de soberbia, los que jamás hacen autocrítica, ningún mea culpa y pasan por el mundo insensibles como si fueran los dueños de la verdad absoluta e irrebatible. Y los otros son sus débiles opositores. Pero también saben de su debilidad cuando reconocen una instancia superior que no le podrán correrla con la vaina, ni con injurias, maledicencias ni conjuros como antes hacían con los otros, incluido en su abarcativa depredación al cura jesuita Jorge Mario Bergoglio. Pero. ¡oh, milagro! De repente el cura Bergoglio se transformó en el papa Francisco, causando la alegría en la grey católica esparcida por el mundo, en especial en suelo argentino. Pero si en el orbe celestial cantaron aleluya, a algunos soberbios de mirar altivo aquí en su patria chica les causó estupor primero, después indignación, luego improperios hasta ser acusado falsamente de bendecir el golpe de estado de 1976. Nada más falso y blasfemo. Luego, después del aturdimiento que el hecho en sí causaba y observar el peregrinaje de reyes, príncipes, presidentes y hasta pobres de toda pobreza, desfilar en busca de su bendición, también ellos, los soberbios, desfilaron por el Vaticano pidiendo bendiciones y llevando obsequios como los Reyes Magos. Y el papa Francisco, grande entre los grandes. Santo varón, en su omnicomprensión sabe muy bien la humillación que siente en su interior al que va de suyo en sumisión, aunque soberbio no pida perdón. Porque, apóstol de Jesús, ha renunciado terrenalmente a la indignación que provoca la ofensa de los Horacio, los Aníbal y de quienes usaron de baño la Iglesia Catedral de Buenos Aires. Allí donde descansan los restos de San Martín. Al contrario, ruega humilde, “recen por mí”.





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