Como ven, esta semana está dedicada al arte de moldear el chocolate. Con Tamara Sedoff descubrirán que hay un después productivo cuando llega el tiempo de jubilarse.Más allá de disfrutar de los hijos, los nietos y el amor, Tamara encontró su pasión trabajando con chocolate. “Hace años viajé a Brasil en unas vacaciones y vi que una distribuidora ofrecía un curso para hacer los huevos de Pascuas, así que me anoté y aprendí los secretos del chocolate. Cómo trabajarlo, la temperatura y esa fue mi base”, cuenta la ya artesana del sabor.Para organizarse y poder crear bombones, chupetines y huevos de Pascuas, dispuso un taller en su casa, “cuando me jubilé recién pude dedicar mi tiempo a esto que me encanta porque para crear sí o sí necesitás tiempo. No me costó casi nada armar mi taller, al principio usaba la cocina de casa, pero ahora también tengo un anafe en el taller. Lo armé en una pieza donde mi hijo tenía un taller de motos. La pinté a mi gusto, coloqué lindas cortinas, le di mi estilo; y después uno siempre tiene alguna silla y una mesa. Así comencé y estoy feliz porque recibo amigas y la visita de los vecinos; a todos les hago probar mis chocolates para que me den el visto bueno, es como el cocinero que necesita que le digan que está rica su comida”.Quienes conocen a Tamara saben que si la visitan no se irán sin haber probado uno de sus bombones que prepara con cariño y pasión. Siempre está atenta a los nuevos detalles, por eso incorporó a los minions en sus bombones y chupetines, siempre de chocolate. Pero además de eso, durante el año va guardando las cáscaras de huevos para pintarlos, “esa es una técnica que aprendí por Internet y fui dándole mi gusto, pinto flores y otros detalles y después los relleno con garrapiñada”, que también prepara ella y que a sus nietas les encanta. Al principio, Tamara hacía los huevos para los nietos y luego sus colegas docentes comenzaron a pedirle que haga para los nietos de ellas, y así su fama fue creciendo. Ahora recibe pedidos de todos lados y sus huevos “viajan” a Oberá y también vienen a Posadas porque ella hace todo lo posible para entregarlos. Si toma un pedido su tiempo es oro, pero “no lo tomo como un trabajo porque ahora es momento de disfrutar de lo que me gusta. Esto es una pasión, un arte que me hace feliz. Preparo mi mate, tengo mi computadora en el taller, pongo música y no me doy cuenta del tiempo que pasa”. Y esto de hacer lo que había dejado pendiente es la manera de vivir, con alegría, disfrutando de los colores, los sabores, las formas y los aromas, con reggaeton como música de fondo, y es que todo lo moderno le gusta, contagiada por su hijo adolescente. Entonces, para quienes no creían que se podía, Tamara nos muestra que sí que hay vida después de la jubilación.





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