Noelia Olivera tiene 28 y se le nota. Es inteligente, bella, pícara, divertida, atrevida a veces, optimista y lanzada como suelen serlo las chicas de su edad. Nada le impide hacer lo que le gusta y cumplir sus sueños, salvo la inconsciencia de vecinos y autoridades que no “registran” las barreras que le ponen en la ciudad (es Posadas, pero podría ser cualquiera de la provincia o del país) y que le dificultan el desplazamiento en su silla de ruedas. Tras un accidente grave, Noe logró seguir haciendo lo que hacía, pero con herramientas diferentes. Hoy es “ella y su silla” como cualquier otro puede ser él y sus lentes o aquella otra y sus audífonos. Sin embargo, a ella y al enorme colectivo de personas que se desplazan en sillas de ruedas se les pone un límite insalvable que les imposibilita la independencia de la que son perfectamente capaces: las veredas rotas, las rampas que no están o que están tapadas por un auto, las escaleras, las zanjas, los baños demasiado estrechos, los ascensores minúsculos, los colectivos no adaptados, la inexistencia de estacionamientos para discapacitados y la lista sigue… recién cuando ella la recita, una dimensiona su cotidianidad de mujer estudiante y trabajadora en una ciudad hostil.Cuando inició su rehabilitación, hace tres años, también surgió en ella la necesidad de superar la bronca y la impotencia y transformarlas en un legado positivo. Hace muy poco logró darle forma a una fundación que se llama DIA (Derecho, igualdad y accesibilidad) que trabajará fuertemente en Misiones para concientizar y mejorar el espacio público que todos compartimos. Noe trabaja hoy en el ámbito legislativo, pero una vez que los papeles de la Fundación estén completos, le dedicará el ciento por ciento de su tiempo. Con ella también trabajará su compañera Silvia Machado y un equipo de profesionales -una kinesióloga, un abogado y un arquitecto- que aportará el conocimiento técnico para una tarea que no será fácil.Una chica como cualquieraNoelia trabaja, está a punto de recibirse de licenciada en Trabajo Social (le falta la tesis), hace deportes (juega al básquet inclusivo en el polideportivo Finito Gehrmann), adora la movida cultural de la ciudad y se las trae en la cocina, según sus afectos. El deporte la apasiona, por eso ayuda en la organización de un campeonato con equipos de otras provincias de la región que se hará en breve, pero “fijate que estamos con un problema porque no conseguimos alojamiento, ya que los lugares no están adaptados para las sillas de ruedas”. En la tarea de conformar la Fundación se cruzó con el mismo problema una y otra vez. Fue a recorrer al menos 30 locales en alquiler en el centro de Posadas para montar la oficina, pero ninguno (sí, ninguno) es apto para circular con sillas de ruedas. A algunos no pudo entrar por las escaleras, desniveles, zanjas, veredas intransitables. A otros entró, pero apenas pasó su silla por las puertas. Y si cabía por la puerta no tenía la misma suerte en los baños. “En definitiva estamos sin poder encontrar una sede. Hay una posibilidad en un local que está bastante bien en accesibilidad pero en el cual sólo haría falta que cambien la puerta de ingreso… veremos”, se esperanza. Por todo esto, el trabajo que le queda por delante apuntará a la accesibilidad, sobre todo. Las leyes están pero no se cumplen, aclara, y de allí que el trabajo de mostrar y luchar contra las barreras deba ir necesariamente acompañado de la concientización. “Yo misma empecé a darme cuenta a partir de mi propia experiencia. Cuando no le pasa a uno es difícil la empatía, ponerse en el cuero ajeno. Por eso seguimos viendo situaciones que se repiten y se repiten” reflexiona. Y recuerda que cuando volvió a la Facultad tras su accidente, era la única que recorría los pasillos en silla de ruedas, cosa que le pareció muy extraña porque son muchos los jóvenes y adultos que se desplazan con esta herramienta y que no tienen mayores impedimentos para seguir una carrera. De a poco, el edificio de la Universidad se fue adaptando: agrandaron los ascensores, hicieron las rampas, ampliaron los baños. Hoy, se enorgullece, al menos allí pensaron en ellos. “Yo tengo los recursos y puedo salvar las barreras con ayuda, pero hay muchos otros que no pueden salir de sus casas, que quedan aislados. Hay mucha gente que como yo, quiere salir sola, sin depender de otros, tomarse un colectivo, ir al centro, trabajar, estudiar. La ciudad te obliga a la dependencia, la ciudad te encierra y eso no está bien”, vuelve a explicar. Para ella, no se trata de “inclusión”, porque la palabra misma implica la aceptación de que alguien está afuera, se quedó al margen o nació detras de esa frontera, un concepto inviable en una sociedad que aspira a ser empática, solidaria y generosa. Noelia prefiere hablar de igualdad. A mí también me gusta más y me parece más acertada. Igualdad, linda palabra. Por Mónica [email protected]





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