El primer ballotage en la Argentina profundiza el debate sobre la mejor estrategia para afrontar una pesada herencia económica y abre paso a la tentación de incurrir en promesas de campaña capaces de comprometer aún más el ya de por sí complejo panorama a heredar de Cristina Fernández de Kirchner.La lista de inconsistencias es casi interminable, pero los tópicos salientes incluyen déficit fiscal récord, reservas de libre disponibilidad casi nulas, desaparición del superávit comercial y fuerte pérdida de competitividad en sectores clave como el automotriz y el agropecuario, fiel reflejo del gris segundo mandato cristinista.Esas cifras negativas coinciden con un mundo que se le "vino encima" a la Argentina, con caídas en el precio de los commodities, nulo financiamiento internacional porque el país nunca salió totalmente del default, más allá de la retórica y, como golpe final, la debacle del principal socio comercial, Brasil.Refleja también que el "modelo productivo con inclusión social" funcionó mientras la soja cotizaba por encima de los 500 dólares y los principales planetas internacionales se alineaban con la Argentina, pero empezó a hacer agua enseguida ante un cambio de escenario mundial.Ahora, a Daniel Scioli o a Mauricio Macri les tocará lidiar con la etapa más dura, la de las vacas flacas, en un escenario que podría haber sido menos temible si la presidenta hubiese actuado con mayor prudencia en los últimos años, sin descuidar tanto el flanco fiscal, y si no hubiese despilfarrado las divisas atesoradas durante los años de bonanza que tuvo el país.Esa actitud de avanzar con el gasto público como si no hubiese un mañana, amaga con repetir miserias de una Argentina que ingresó hace tiempo en un cono de sombras en materia económica, mantenido con respiración artificial mediante emisión monetaria descontrolada, expansión del gasto y edificación de un Estado elefante.En los últimos dos años, lo único que creció en la Argentina fue el empleo público, los nombramientos a discreción y la aplicación de políticas económicas demagógicas dedicadas a consolidar un esquema de poder hasta el 10 de diciembre, como si no existiera un día después. Ante este crudo panorama, el primer riesgo que aparece en el horizonte es que los postulantes, en su afán por ganar cueste lo que cueste, hagan promesas que terminen dejando a los ciudadanos confundidos o, peor aún, comprometan aún más el difícil escenario heredado de Cristina Fernández de Kirchner.Daniel Scioli, quien atraviesa un complicado escenario electoral, ya prometió cumplir con el pago del 82% móvil a los jubilados, algo a lo que siempre se negaron tanto la presidenta como uno de los funcionarios con los que el candidato tiene mejor diálogo, el jefe de la Anses, Diego Bossio.Si ni siquiera Cristina cayó en la tentación de semejante incursión sobre las finanzas, cabría preguntarse de dónde piensa sacar los fondos el postulante oficialista para cumplir ese objetivo.Scioli hizo esa promesa para ganar voluntades y dar un signo de acercamiento a los votantes de Sergio Massa (UNA) -su plataforma electoral prometía el 82%-, en una suerte de camino sin retorno de "prometamos y después vemos cómo se paga".Por las dudas, Cristina -quien le habría dicho a Scioli que después del ajustado triunfo del domingo tomara el camino que quisiera pero por propia cuenta y riesgo- recordó que ella había vetado el pago del 82% del mínimo, vital y móvil a jubilados y pensionados porque era inviable financieramente, una prudencia fiscal que no exhibió en casi todas sus otras medidas de gobierno.En esa estrategia de jugarse el resto, el candidato del FPV anunció que, en caso de ganar, en diciembre exceptuará del pago de Ganancias a los aguinaldos de fin de año, un reclamo generalizado de los gremios y otro de los capítulos de la plataforma electoral de UNA.Del otro lado, el macrismo viene adoptando un camino casi igual de riesgoso, al prometer el levantamiento del cepo cambiario, considerado a esta altura una de las claves por las que la clase media le dio la espalda al oficialismo en la primera vuelta.En forma casi temeraria, Macri viene sosteniendo que apenas asuma levantará las restricciones al acceso al dólar, porque lloverán divisas, al modificarse el escenario actual de sequía por la “confianza” que, supuestamente, generará su llegada al poder.Esa promesa parece un exceso por parte del candidato que aparentemente quedó mejor posicionado de cara a la segunda vuelta. Es que si bien los mercados celebran a destajo las chances impensadas que se le abren al postulante de centroderecha, no comen vidrio -para usar un término presidencial-, y se tomarán su tiempo antes de arriesgar la plata a estas pampas, cuando el país las necesita ya.Entre otras razones porque más allá de la solidez de las reservas que intenta exhibir el presidente del Banco Central, Alejandro Vanoli, la situación patrimonial de la autoridad monetaria está al filo de la extenuación.Los análisis de economistas locales y agencias financieras internacionales deducen que casi no quedarán reservas de libre disponibilidad en las arcas del BCRA cuando se produzca el cambio de gobierno.Todo indica que el entusiasmo del mercado está vinculado con el hecho de que los economistas macristas están recomendando liberar el tipo de cambio de una vez y dejar que el mercado establezca la cotización real del dólar.Para justificar esa lógica, recuerdan que las devaluaciones en cuenta gotas nunca dieron resultado en la Argentina, y que el nuevo gobierno debería aprovechar el respaldo de un eventual triunfo en el ballotage para aplicar toda la medicina amarga de una vez.En esas proyecciones que circulan en los papers que bombardean al candidato de Cambiemos, de liberarse el tipo de cambio el dólar debería tender a ubicarse en un nivel promedio entre el tipo de cambio oficial (9,50 pesos) y el blue (15,75 pesos), algo así como 13 pesos ó 14 pesos.Pero esas especulaciones funcionaron alguna vez en economías un poco más racionales que las de la Argentina, un país donde los desbordes cambiarios terminaron casi siempre en procesos de hiperinflación.Así, entre las promesas a las apuradas de Scioli y las de "realismo de mercado" de Macri, los argentinos tendrán tres semanas para definir al futuro presidente.Hombre en llamasCon una economía paralizada, sin reservas en divisas, con un abultado déficit fiscal, la presión tributaria en sus máximos históricos y con déficit comercial, el ministro de Economía, Axel Kicillof se despide del Palacio de Hacienda con una performance escandalosa.En el lapso que ocupó el Ministerio de Economía, todo el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner, Kicillof depreció el peso 61%, casi lo mismo que la salida de la convertibilidad, hasta que asumió Néstor Kirchner, siempre medido por el dólar oficial.En ese lapso y al amparo de la Presidenta de la Nación, Kicillof logró provocar con su gestión una inflación del 200%, al tiempo que reconoció mayores deudas por casi 10.000 millones de dólares en el pago a Repsol y al Club de Parí
s.Con estos resultados, en cualquier otro país, Kicillof hubiera sido despedido. Pero el peronismo decidió premiarlo con una banca en el Congreso. En este contexto, Kicillof deja al país en default técnico y en un virtual default comercial.La política económica se reduce sólo por controlar las etiquetas de los productos alimenticios y sus publicidades, reflejando las gruesas impericias del Palacio de Hacienda para hacer frente a la crisis.Mientras tanto, el Banco Central rifa las escasas reservas existentes a un ritmo de unos 100 millones/150 millones de dólares diarios en el mercado mayorista y otros 40 millones de dólares en el dólar ahorro.Todo ello para mantener un retraso en el tipo de cambio y generar la ilusión de riqueza, con una inundación de pesos en el mercado. El tipo de cambio oficial, a pesos constantes, esto es sin inflación, se encuentra en los mismos niveles que el tipo de cambio al final de la tablita impuesta por el ex-ministro José Alfredo Martínez de Hoz en 1981.Esto da un indicio de la magnitud de la devaluación que esperan los agentes económicos. Ante esto, los exportadores esperan a un sinceramiento cambiario antes de liquidar sus excedentes de cosechas. Mientras tanto, los importadores se apuran a ingresar bienes e insumos antes de que el tipo de cambio muestre otros valores. Sin embargo, el Estado le debe a los importadores unos 9.000 millones de dólares por divisas no liquidadas. Esta deuda generó un abrupto corte de insumos para varios sectores industriales y la consecuente faltante de bienes en sectores como el automotor y el electrónico y el de bienes durables.Lejos de ocuparse de la inflación y la pobreza -es más fácil negarla que reconocerla y corregirla-, Kicillof continúa alimentándola. En los últimos días, y ante una baja del precio internacional del petróleo, el ministro no encontró mejor remedio contra la inflación, que el establecimiento de un precio sostén para los hidrocarburos, con el único objetivo de asegurarle rentabilidad a YPF y al resto de las petroleras y el cobro de impuestos y regalías.La baja del crudo era una oportunidad propicia para que los precios internos de los hidrocarburos bajaran y disminuyeran los costos de las empresas y los precios al público.Sin embargo, el precio sostén para el mercado interno implica que los carburantes no bajarán y que al ser uno de los insumos más caros alimenten la inflación y la hagan más rebelde.Queda claro entonces que Kicillof y sus muchachos alimentaron una clara política en beneficio de las grandes corporaciones, como lo han hecho desde el comienzo de su gestión, en detrimento de los trabajadores, de los jubilados y de los desempleados.Axel Kicillof llega al final de su mandato, envuelto en llamas.Fuente: Agencia de Noticias NA





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