"Impecable" de salud y soplando 106 velitas, Fortunato Andino es el vecino más querido de San Alberto, puerto de esta localidad, quien el 20 de octubre último celebró su cumpleaños con familiares, amigos, la gente que lo ama. Vino a Misiones cuando era muy joven, proveniente de Villarrica, Paraguay, para trabajar en el obraje como "caminero". Y fue lo que más hizo, trabajar para las compañías abriendo caminos en el tupido monte de la primera mitad del siglo pasado en el Alto Paraná. Trabajó en Puerto Rico, Garuhapé, 3 de Mayo, Aristóbulo del Valle y también más hacia el norte. A pesar de haber vivido prácticamente toda su vida en Argentina, casi no habla castellano, solamente su guaraní natal que se ha ocupado de cobijar como un tesoro, por lo que si alguien quiere hablar con él, se las tiene que arreglar para entender.Y dan ganas de entender, porque Fortunato es un narrador de primer nivel, con cualidades que cualquier cuenta cuentos admiraría, ya que no solamente te hace entender la historia, sino que también te la hace vivir, como si estuvieras corriendo por los montes con él y sus 20 amigos, escapando de los asaltantes, escondiéndote de los mbya, quemando tacuaras para ahuyentar al tigre. Trabajando como lo hace todos los días de su vida, así se lo encuentra a los 106 años. Se levanta todos los días a las 5.30, toma su mate y con azada en mano, sombrero y el corazón lleno de vida sale a trabajar: "Cuando no trabajo me siento como un perrito atado con una cadena. Acá tengo tres hectáreas, que siembro, carpo y mantengo. Sí o sí tengo que trabajar, el trabajo me mantiene joven. En mi vida nunca un patrón me tuvo que apurar para trabajar, ni pedirme que trabaje un poco más. A mí me gusta el trabajo", explicó a PRIMERA EDICIÓN con gran vigorosidad. Cuenta Fortunato con los ojos grandes y la cara como de quien va a narrar una historia de terror: "Acá venían los muchachos de Paraguay muy jóvenes a trabajar, venían sin nada, sin plata, sin ropa; pero trabajaban un tiempo, meses o años y se volvían para llevar cosas a sus familias, pero el camino era peligroso, porque había que regresar por el monte, cruzar el Paraná y seguir por la selva hasta Villarrica de donde éramos nosotros, eran muchos días de viaje. Y en el camino siempre esperaban ladrones, que se dedicaban a interceptar a estos grupos de jóvenes que volvían de trabajar de la Argentina, muchas veces se encontraban y todos morían, los mataban a todos para robarles. Nosotros siempre teníamos miedo de eso, a pesar de que íbamos bien preparados, con cuchillos, machetes y pistolas, pero igual teníamos miedo porque eran delincuentes muy peligrosos". Y prosigue: "Después también estaba el miedo a los tigres, a veces llorábamos y pataleábamos de miedo porque te rodeaban y no sabías en qué momento te iba a saltar uno. Hacíamos fuego y quemábamos tacuaras, cuando la tacuara reventaba en las llamas eso les ahuyentaba un rato. A veces no dormíamos toda la noche".Actualmente vive con su hija, su yerno y sus nietos. Le gusta andar en moto, por eso suele darle a su nieto plata para el combustible a cambio de que lo lleve a dar una vuelta. Los médicos que controlan su salud regularmente admiten que habrá "Fortunato Andino para rato".




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